CRÍTICA
'La fiebre y la semilla', de Ana Martínez Castillo: una voz genuina
Estamos ante un poemario palpitante, no apto para adictos al azúcar y los estereotipos
Juan Carlos Abril
Ana Martínez Castillo (Albacete, 1978) publica su quinto poemario, tras Bajo la sombra del árbol en llamas (2016), La danza de la vieja (2017), Me vestirán con cenizas (2019) y De lo terrible (2020). La fiebre y la semilla genera una lúcida conciencia de pertenencia, esa semilla que es semilla identitaria y, al mismo tiempo, supone un poderoso manotazo lírico. Como en sus anteriores entregas, la autora revela una fuerza inusitada, ofreciendo una bocanada de aire fresco, actualizando los lugares comunes, desautomatizándolos, y entregando una recompensa que nunca decepciona por su componente renovador. Una sutil imaginación se despliega en estas páginas, y tal vez este sea uno de los aspectos más sorpresivos, lejos del tópico y el cliché sentimentaloide.
Los 53 textos breves, ensamblados sin partes, presentan una estructura unitaria a partir del vínculo no ya de la sangre, que también, sino de su alta tensión emocional, una suerte de placenta compartida. El cordón umbilical que une estos fragmentos es la poesía, nutrida por una intensidad narrativa inusual: «Aprenderemos a controlar lo que arde, / lo que se agranda y desobedece, lo redondo, mediano, lo que se infecta en todas las líneas y deja morir sus lenguas» (18). Una energía vital guía esta lírica compuesta de vísceras e impulsos incontrolables, recordándonos «lo afortunado que eres por estar compuesto de vanos, por celebrar tus mucosas, tus extremidades de médula» (ibid.).
El ciclo de la vida
El ciclo de la vida se halla presente en la repetición de tres versos siempre encabezados por «Lo dijo madre», hasta en siete ocasiones, dotando de estructura al conjunto. La madre, no solo la de quien escribe, sino ella misma como madre, funciona como signo magnético, focalizando el discurso y ejerciendo una unidad significativa que impregna el resto de pasajes. «Lo dijo madre: / Concebirás esquirlas y metales. / Darás a luz en la vergüenza» (19). La semilla de la que venimos.
A medio camino entre el verso y el versículo, estas prosas poéticas encajan en la asociación de fonemas y significados, creando aleatorios choques sonoros y semánticos: «Será para mí el veneno, el árbol torcido. Seré la rata paciente que ansía el hueco, el tumulto llano de las paredes» (20). Una turbación rige la escritura de Martínez Castillo, trastorno que nos remueve por dentro y nos espolea a indagar en nuestra realidad, escarbando en nuestras necesidades más íntimas.
La descripción del exterior, en continua relación con una subjetividad vibrante y alerta, no puede ser más decisiva para entender las cosas que nos rodean, incluido el lenguaje, con lo que el repliegue de sentido toma un cariz metalingüístico y especular: «Perteneces a lo real. / Eres el minuto / anterior a la palabra, / sierpe que avejenta el trigo. / Formas parte de lo humano. / Eres latón y huesos. Piel. Ademán lascivo. / En el fondo de la noche, eres claridad. / Como los ojos de los ahogados» (21).
La poeta es una «insomne» de «ojos abiertos» (22) que se arma de imprudencia y rebeldía, desoyendo consejos y atendiendo a sus propios latidos, en esa particular estirpe que la habita y que la reclama desde la tumba, coqueteando con el goticismo, el misterio e incluso con el terror cósmico, con referentes como Poe y Lovecraft.
Un libro palpitante no apto para adictos al azúcar procesado y los estereotipos de una de las poetas más sobresalientes de su generación, con una voz singular, que no atiende a sensiblerías para agradar al público no experto.
'La fiebre y la semilla'
Ana Martínez Castillo
Maclein y Parker
72 páginas. 12 euros
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