Opinión | ISLAS A LA DERIVA
Bibliopegia antropodérmica
Sobre la retirada de un libro encuadernado con piel humana, en la Universidad de Harvard, y otros fetichismos cuticulares
Hace unos días, la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard retiró de sus anaqueles un libro forrado, ay, con piel humana, debido a la «naturaleza éticamente compleja» del proceso con que se llevó a cabo la excéntrica encuadernación. Tal cual, piel humana. En concreto, se empleó la epidermis de una mujer fallecida en un psiquiátrico francés hacia finales del siglo XIX. La institución ha anunciado asimismo que se dispone a retirar el tegumento de las tapas y a colaborar con las autoridades para «determinar una disposición final respetuosa de estos restos humanos».
Resulta fascinante la transformación del clima cultural, l’air du temps, respecto de las cosificaciones en apenas una década, pues en 2014, cuando las pruebas científicas certificaron que el envoltorio del citado libro era pellejo humano, la universidad norteamericana anunció en tono jocoso la «buena noticia», que haría las delicias de «los fanáticos de la bibliopegia antropodérmica», «bibliómanos» y «caníbales». Ese término técnico, el anglicismo bibliopegia antropodérmica, designa la encuadernación con piel humana, una práctica macabra que se remonta al menos al siglo XV.
Una "cubierta humana"
La obra ahora retirada, que se custodiaba en Harvard desde la década de 1930, se titula Des destinées de l’âme (Los destinos del alma) y fue escrita hacia 1880 por el novelista francés Arsène Houssaye, quien regaló un ejemplar a su amigo el médico Ludovic Bouland. Este decidió empastar el libro con un trozo de la piel de la espalda de una paciente fallecida de una hemorragia cerebral en el hospital psiquiátrico donde trabajaba y cuyo cuerpo no había sido reclamado. Dentro del libro se encontró una nota manuscrita de Bouland, donde justifica que un texto de semejante inspiración -meditaciones acerca de la naturaleza del alma y la vida después de la muerte- «merecía tener una cubierta humana».
El médico francés continúa explayándose sobre el distinto aspecto que presenta la epidermis humana, según el tratamiento de conservación que se le dé, e invita a comparar el presente volumen con otro de su biblioteca, un tratado sobre el himen y la virginidad femenina, encuadernado también con piel de mujer, en este caso curtida por él mismo con zumaque (un tinte vegetal). El librito en cuestión, con instrucciones para saber si una virgen ha sido «corrompida», se encuentra en la Wellcome Library de Londres.
Cuentan que este aberrante tipo de encuadernación se utilizaba en ocasiones como una especie de castigo post mortem: en el museo del Colegio Real de Cirujanos de Edimburgo, por ejemplo, se conserva la cubierta de un libro marrón de bolsillo, las tapas de un ejemplar sin páginas que se usaron para guardar notas personales y billetes, hechas supuestamente con la piel de William Burke (1829), célebre ladrón de cadáveres.
Tatuajes arrancados a cadáveres
Vistas desde la perspectiva actual, tanto la bibliopegia antropodérmica como la moda victoriana de adornarse con joyas hechas con el cabello o los dientes de un difunto revuelven la compostura y el estómago, pero tienen su correlato en tiempos más recientes: los coleccionistas de tatuajes humanos arrancados a cadáveres (el patólogo japonés Fukushi Masaichi) o artistas que han puesto en venta su piel tatuada (Wolfgang Flatz o Wim Delvoye).
Qué extraño fetichismo con la piel, el órgano más extenso del cuerpo humano, unos dos metros cuadrados por individuo y cerca de 5 kilos de peso, frontera con el mundo exterior, receptáculo de placer, campo de cicatrices. Solo sé que los buenos libros se hacen dejándose el pellejo y que también la lectura traza en la piel surcos imborrables. Como decía Eugenio Trías: «Escribir es inscribir algo en la carne. Tatuar al que lee».
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