ENTREVISTA

Deborah Eisenberg, escritora: "Vivimos una época en la que hay poco margen para los matices y la ambigüedad"

Es una de las mejores cuentistas actuales, lo que la convierte en una de las escritoras más dotadas de la literatura contemporánea. Sus relatos, publicados en español por la editorial argentina Chai, son diamantes preciosos a la espera de ser descubiertos por el gran público lector. En su última visita a España, charló en exclusiva con el suplemento 'ABRIL'

Deborah Eisenberg.

Deborah Eisenberg. / Abril

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Dicen aquellos a los que les gusta etiquetar, clasificar y definir la literatura, como si semejante cosa fuera posible, que es heredera de Raymond Carver y John Cheever y está emparentada con Lorrie Moore y Ann Beattie. Pero Deborah Eisenberg (Chicago, 1945) no se parece a nadie, porque es única, y esa es una de sus mayores virtudes.

Únicos son sus cuentos, que tienen la capacidad de condensar, en las páginas que ella considere necesarias, que necesite, la volatilidad de la vida y también su imprevisibilidad. Y único es el carácter de esta mujer cuyas palabras, las habladas tanto como las escritas, desprenden inteligencia y agudeza, la de quien sabe que nada es tan importante en realidad, que nuestra existencia son un puñado de años y de nosotros depende aprovecharlos o precipitarnos por el abismo del desconsuelo y la preocupación.

Neoyorquina de adopción desde hace medio siglo, Nueva York es un personaje más de sus relatos, la protagonista de muchos de ellos. Un escenario que ella habita al lado de su pareja, el escritor, guionista, actor y dramaturgo Wallace Shawn, con la sensación de pertenencia que, pese a las dinámicas económicas que cada vez más la mueven, Manhattan sigue proporcionando.

No exagero ni les miento si digo que conocerla, charlar con ella, es una de las cosas más extraordinarias que me han pasado en los últimos meses.

P. ¿Cuándo comenzó a escribir y, sobre todo, por qué? Si nos atenemos a los estándares, lo hizo tarde.

R. Sí, si me compara con otros autores, empecé a escribir bastante tarde. Casi le diría que me resistí a empezar a escribir toda mi vida, hasta que llegué a la treintena.

P. ¿Y por qué justo hasta esa edad?

R. La razón por la que, finalmente, comencé cuando lo hice fue porque era una gran fumadora. Fumaba tres paquetes al día. ¡Me encantaba fumar! Pero me enamoré de la persona con la que todavía vivo.

P. Su marido.

R. No, no estoy casada [reímos ambas].

P. Vale, su pareja [el actor, escritor y dramaturgo Wallace Shawn].

R. Exacto. Fumaba mucho y me enamoré. Esta persona que no es mi marido [ríe] es muy asmático, tiene los pulmones muy sensibles. Y pensé: por fin he conocido a un hombre maravilloso y realmente no quiero matarlo. Así que hice un pacto conmigo misma; me prometí que dejaría de fumar el día de mi 30 cumpleaños. De hecho, lo dejé antes: el 30 de octubre de 1975 a las 12:45 del mediodía.

Conocí a un hombre maravilloso del que me enamoré, pero era asmático y no quería matarlo. Así que me prometí que dejaría de fumar el día de mi 30 cumpleaños

P. ¿Cómo fue ese último cigarrillo?

R. Oh, todavía lo recuerdo... Dejarlo fue terrible. Si no fumas, no empieces, porque llegará un momento en que tendrás que dejarlo y es algo incomprensiblemente horrible de hacer. Me vine completamente abajo, me hundí. Porque fumar no es sólo muy adictivo desde el punto de vista físico, el tabaco es un narcótico muy fuerte y, además, hay muchas metáforas maravillosas alrededor: puedes envolverte y perderte en el humo de un cigarrillo, vivir o morir cada uno de esos cigarrillos... Es muy poderoso... Podría pasarme toda la tarde hablando de esto [ríe].

P. Está bien, sigamos con la escritura: ¿qué relación tiene que dejara de fumar y empezara a escribir?

R. Bien. Siempre me he resistido, pero además mucho, a hacer cualquier cosa. Mis abuelos eran inmigrantes muy pobres y mis padres tenían el anhelo, la fantasía de que sus hijos fueran aceptados, respetados, de que tuvieran una educación cara, prestigio, querían que sus hijos fueran parte de la comunidad, que se integraran. Pero para mí aquello era completamente repugnante, odiaba la idea, no quería lograr nada, no quería prestigio de ningún tipo, no quería hacer nada. Y realmente luché contra ello, luché con todas mis fuerzas para no hacer nada. Pude recibir muy buena educación, pero rechacé todas las oportunidades que se me presentaron, realmente no quería hacer nada.

P. ¿Y, entonces, por qué escribir?

R. La gente siempre pensó que yo sería escritora, pero yo nunca lo pensé, nunca se me ocurrió que podría serlo. Simplemente no me parecía posible. Para mí, era algo mágico. ¿Cómo podría ser yo escritora? Pero mis amigos eran escritores y yo parecía una escritora, tenía ese aspecto, aunque nunca había escrito.

Nunca se me había ocurrido que yo podría ser escritora, me parecía imposible. Para mí, era algo mágico. ¿Cómo podría ser yo escritora?

P. Hasta que, finalmente, lo hizo.

R. Sí, pero eso sucedió después de mucho tiempo. Pasé un año entero derrumbándome, sufriendo, hasta que, finalmente, el hombre maravilloso que no es mi marido [ríe] me dijo: «Ya no te quedan excusas. Aquí tienes un cuaderno, aquí un bolígrafo. Escribe». Él era escritor, lo sigue siendo. Hay gente que dice que,para los escritores, es terrible que vivan juntos, pero yo creo que funciona muy bien, a nosotros nos ha funcionado muy bien. Lo intenté, pero no podía, se me daba fatal, era malísima. Pero no había nada más que quisiera hacer o que pudiera hacer o que fuera adecuado para mí, que encajara conmigo. Así que, realmente, tuve que hacerlo, no me quedó otra. Pero era malísima, la peor. Y le dije a Wally: «¿Cómo puedes pensar que puedo hacer esto? Soy incapaz de escribir una sola frase correcta». Y él me dijo: «No te preocupes, todo el mundo escribe como un cerdo de cinco años cuando empieza» [ríe]. Es algo en lo que siempre he pensado, porque creo que mucha gente a la que le gustaría escribir y que incluso podrían ser buenos escritores lo dejan porque les horroriza lo mal que escriben al principio. Pero, realmente, nadie escribe bien al principio, nadie.

P. ¿Ni siquiera Kafka?

R. Kafka sí escribía bien al principio. Bueno, en realidad no lo sabemos, lo que sí sabemos es que trabajaba mucho. Ahora estoy leyendo las cartas de Flaubert, que son fantásticas, y era un esclavo de la prosa, su prosa es excelente. Pero se supone que, al principio, eres malo escribiendo y tienes que ir mejorando. Y es posible hacerlo mejor.

P. ¿Así fue en su caso?

R. Tardé un año en escribir mi primer relato. Se lo enseñé a Wally y me dijo: «Es bueno, pero es ficción. No habría que trabajar tanto el realismo. Conviértelo en ficción». Me puse furiosa. Y pasé otro año trabajando. Volví a dárselo, y dijo: «Lo has convertido en ficción, pero ha perdido vida, hazlo de nuevo». Y empecé el tercer borrador del relato.

P. ¿Y por qué relatos? ¿Alguna vez, a lo largo de todos estos años, ha llegado a considerar siquiera la posibilidad de escribir una novela?

R. Me encanta comprimir las cosas, condensarlas, reducirlas. Me encanta cortar. Creo que los escritores hacen lo que son capaces de hacer y quieren hacer, lo que les encaja. No tengo nada en contra de escribir una novela, pero me gusta dejar cosas fuera. Me gusta la elasticidad de la ficción corta, los saltos, el ejercicio. Realmente no creo en las formas per se. Más que en las formas, prefiero pensar en que hay distintos escritores que escriben distintas piezas de ficción. Es terrible generalizar, pero, en general, una novela tiende a ser lineal y está sostenida por una fuerza narrativa, y yo sospecho mucho de la narrativa lineal, de los lazos causales que arman las novelas.

P. Han dicho de usted que es heredera de Raymond Carver y John Cheever, y está emparentada con Lorrie Moore y Ann Beattie. Pero creo que una de sus mayores influencias es Katherine Mansfield.

R. Ay, sí, gracias por citarla. Adoro a Katherine Mansfield. Mis padres tenían una edición de sus cuentos, una edición preciosa, de finales de los años 20 o principios de los 30, y yo crecí con ese libro. No empecé a leer muy pronto, pero cuando lo hice, no paraba de leer aquel libro. Por supuesto, no tenía ni idea de qué iba, pero estaba impresionada. A lo largo de los años, he vuelto a esos relatos una y otra vez, todavía lo hago. Creo que, en parte, escribir siempre me ha parecido algo mágico porque ella tiene una cualidad mágica muy particular, es como evanescente, no sabes cómo lo hace.

No tengo nada en contra de escribir una novela, pero me gusta dejar cosas fuera. Me gusta la elasticidad de la ficción corta, los saltos, el ejercicio

P. Hablemos ahora de su propia obra, de cómo construye sus personajes, cómo los elige. Porque sus protagonistas son únicos, no son gente corriente.

R. No lo creo [ríe]. No tengo ni idea de cómo responder a esa pregunta, porque, en cierto modo, cuando escribo no uso mi cerebro hasta una etapa muy tardía. No pienso que necesite a ciertos personajes o a gente que haga unas cosas y no otras. Sé que no soy una excepción, creo que muchos escritores están absolutamente aturdidos cuando acaban algo y se preguntan cómo ha llegado hasta ahí ese o aquel personaje. Todo junto es como ver una escena a través de una mirilla y preguntarse: ¿qué está pasando ahí?

P. ¿Y qué me dice de los finales de sus relatos? Por que sus cuentos no tienen final...

R. Oh, no. Creo que sí tienen final. Me cuesta mucho encontrar el final, pero no me siento satisfecha hasta que no doy con el final como yo entiendo que debería ser, que tenga sentido para mí. Es cierto que no escribo relatos que tengan conclusiones desde un punto de vista tradicional. Aunque, realmente, me pregunto qué diferencia hay entre un final tradicional y los míos...

P. Tal vez el problema sea esa palabra, tradicional...

R. Tal vez [ríe].

P. Me gustaría preguntarle por El crepúsculo de los superhéroes, en mi opinión el mejor relato escrito hasta la fecha sobre el 11-S.

R. Trabajé en ese relato de una forma muy distinta a como suelo hacerlo. Un par de días después de los atentados, pensé: nadie, en Estados Unidos o Nueva York, sabe cómo reaccionar, qué pensar, y todo esto va a cambiar de modos impredecibles y yo voy a olvidarlo. Quería conservar la impresión de ese momento. Sabía que no sería capaz de recordar adecuadamente, experimentaba diferentes sentimientos, hacia mí y hacia otra gente. Y creo que Estados Unidos, todo el mundo, iba hacia un lugar específico y sería imposible descifrarlo. Así que tomé notas diminutas y no intenté organizarlas. El relato creció después, pero esas notas me permitieron recordar sentimientos específicos.

P. Nueva York no es sólo su ciudad, la ciudad en la que lleva 50 años viviendo, es, también, un personaje de sus relatos.

R. No nací en Nueva York, aunque llevo viviendo allí por lo menos mil años [ríe], y la ciudad ha cambiado mucho durante ese tiempo. Vengo del Midwest de Estados Unidos, un ambiente políticamente muy conservador, plagado de granjas, algunas fábricas… Nueva York, cuando yo era pequeña, era el lugar ideal para los raritos, si no encajabas en ningún sitio, ibas a Nueva York. Y aún conserva esa cualidad: en el momento en el que llegas, eres un neoyorquino. Todo el mundo piensa que cuanto aman cambia a peor, y yo siento que Nueva York, bajo la influencia de enormes dinámicas de dinero, ha cambiado, ya no te recibe como antes. La gente ya no puede ir allí como lo hacía antes, estudiantes, artistas, inmigrantes, simplemente gente curiosa… Pero, aun así, todavía conserva dos cualidades: una gran cantidad de energía y una gran cantidad de tolerancia, menos que antes, pero sigue siendo una ciudad tolerante. Creo que vivimos en una época que tiene un umbral muy bajo para casi cualquier tipo de ambigüedad, desviación, extrañeza, y Nueva York todavía acepta todo eso más. En Nueva York, aún hay lugar para los matices.

El mundo se abre de un modo interesante y maravilloso cuando eres capaz de ver las cosas desde el punto de vista de los demás

P. Usted tiene un sentido del humor muy especial, muy agudo, muy inteligente, que no abunda mucho actualmente, es algo bastante extraordinario. ¿Qué papel desempeña el humor en su literatura y en su vida?

P. Bueno, el humor simplemente aparece en la escritura. El humor, en gran medida, es una cuestión de distancia: dónde estás en relación con una cosa; si estás lo suficientemente lejos, es gracioso. Yo no hago chistes, pero me fascina la extrañeza de ciertas cosas. Y, en mi vida… No tengo sentido del humor en absoluto [ríe]. Soy una persona irritable e impaciente, malhumorada, insoportable, pero tengo la suerte de vivir con esa persona con la que no estoy casada [ríe], que es muy inteligente, buena, amable y atenta, así que, de vez en cuando, me divierto, lo cual es maravilloso [ríe].

P. La última pregunta tiene que ver con la compasión. ¿Cómo se relaciona con sus personajes en ese sentido? Porque escribe demostrando una gran compasión hacia ellos, sin rastro de moralismo.

R. Me alegra mucho que diga eso, porque alguien, hace tiempo, me acusó de escribir de un modo muy frío, y me sentí tan asustada que le di la razón. Me gusta su comentario. Para mí, parte del interés o de la diversión de escribir ficción es poder ver las cosas desde el punto de vista de otra gente. Realmente, no es muy interesante no ver las cosas desde el punto de vista de otra persona.

P. Lo dice en uno de sus relatos, Taj Mahal: «Lo agotador no es intentar ser otra persona, lo agotador es intentar ser uno mismo todo el rato».

R. Incluso si alguien es grosero contigo durante el día o hace algo que te moleste o te hiere o te incomoda, el mundo se abre de un modo bastante interesante y más o menos maravilloso cuando uno puede entender las motivaciones que están detrás de esos modos de ser o de actuar. Es maravilloso que sea parte de tu trabajo tratar de entender cómo reaccionará la gente, cómo se comportará, cómo pensará. Así que, sí, espero que lo que ha dicho sea cierto [ríe].

'Relatos'

Deborah Eisenberg

Traducción de Federico Falco

Chai Editora 

240 páginas

19,50 euros