ENTREVISTA

Pablo d'Ors: "Misticismo y erotismo son dos caras de una misma moneda"

Encumbrado por legiones de meditadores o rastreadores del sentido de la existencia, que congregó en torno a su 'Biografía del silencio', publica 'Los contemplativos', una compilación de cuentos dispares y de imposible clasificación

Abril

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Lleva el alma tan trabajada y el temario tan bien aprendido, que esto que sigue va a parecer un test de aptitudes. D’Ors mira mis cuartillas: “Tienes muchas preguntas, así que imagino que prefieres que responda breve”. ¡Inmejorable! No obstante, habrá que ir saltando la curiosidad o las cuartillas de adelante atrás y viceversa porque hay asuntos que incomodan al autor, y otros, que tan de mano tiene que se adelanta. Y no, no está fisgando mis apuntes ni tiene la capacidad de leer del revés, o puede que sí, pero su mirada mientras responde está tendida al infinito. Se coloca de lado, oblicuo a la conversación.

Todo en cualquier caso es posible tratándose de un sacerdote best seller que encontró la luz en la senda del zen y, más o menos iluminado, regresó al cristianismo para seguir impartiendo, escribiendo, polemizando (mal que le pese), con su atención siempre puesta en la compasión hacia el atribulado ser humano.

Trasciendan los credos y déjense llevar: Pablo d’Ors (Madrid, julio del 63), nieto del ensayista Eugenio d’Ors, hijo de madre alemana, estudió Filosofía y Teología en universidades de Nueva York, Praga y Viena, se doctoró en Teopoética en Roma y fue ordenado sacerdote en 1991.

Es además un fenómeno editorial inaudito en este siglo XXI, encumbrado por legiones de meditadores o rastreadores del sentido de la existencia, que congregó en torno a su Biografía del silencio. Publica ahora en Galaxia Gutenberg Los contemplativos, una compilación de cuentos dispares y de imposible clasificación.

P. Un sacerdote best seller que divulga la práctica oriental de la meditación, ¿no se siente a veces un ser extraño, o cuando menos peculiar?

R. Todos somos diferentes y estamos llamados a ser nosotros mismos. Durante tiempo me he definido sacerdote y escritor; ya no: lo más importante es ser persona.

P. ¿Qué he de poner entonces bajo su nombre?

R. Yo pondría: es un buscador de la verdad y de la vida. Y ojalá la escritura y la meditación, la palabra y el silencio, me ayuden esa tarea. Salvando las distancias, ocupo un lugar afín al de Hermann Hess, que dedicaba más tiempo a contestar a sus lectores que a escribir, que es lo que a mí me está ocurriendo con las dudas existenciales de la gente a raíz de la lectura de mis libros.

P. Se considera no obstante, y le cito, “un escritor cómico, místico y erótico”. Perdón, ¿me explica esto de cómico y erótico?

R. Misticismo y erotismo son dos caras de una misma moneda: ambos buscan una comunión, la mística con lo real, y el erotismo, con el ser amado. Todos mis libros hablan de esa búsqueda de la unidad en el drama de la fractura, el abismo que comporta la vida. Y todo lo que escribo es profundamente cómico, también Kafka sostenía que sus libros eran cómicos, y a mí me parecen tronchantes, pero lo leemos desde una plantilla dramática que nos impide ver el fondo.

P. ¿Qué sabe de sexo un célibe y qué sentido tiene hoy el celibato en los llamados “siervos de Dios” de la Iglesia católica?

R. Nada de lo humano debe sernos ajeno. Y creo que el celibato tiene un sentido profundo: hay personas que sienten que han de empeñar toda su energía en un amor universal y no necesariamente personal, y entregan su vida afectiva a una causa que consideran superior. Aunque creo que no debiera ser una condición obligatoria para los sacerdotes, sí para los monjes y monjas, porque hacen un voto de castidad y se consagran a su comunidad.

P. En los relatos de Los contemplativos toda aproximación al afecto y al sexo es transversal y líquida: ¿qué conoce usted de estas experiencias?

R. No soy consciente de lo que dices, hay un momento de búsqueda sexual de un adolescente y una relación ambigua de dos amigas. La amistad es amor y admite distintas formas, no existe una frontera nítida. De todos modos, ¿por qué le das tanta relevancia a lo sexual? No creo que responda a la lectura de mis libros.

Lo mejor que podemos hacer por alguien es creer en él

P. Simplemente me sorprende. “Vamos hacia una fase mística de la civilización”, sostiene. ¿Qué hay de místico en el poder alienante del algoritmo?

R. Vivimos en una sociedad digital y en nuestras manos está hacer un uso puramente pragmático de la tecnología o incluso reverencial. La tecnología no es necesariamente perversa. Es un instrumento que puede facilitar la comunión. No me parece inteligente condenarlo sin matices, sino buscar la forma de vivir con estos medios contemporáneos respetando la naturaleza humana.

P. ¿Está de acuerdo en que las religiones han tenido un efecto negativo en la espiritualidad del ser humano?

R. No. Las religiones sí han ayudado a la espiritualidad. Su misión es saciar la sed espiritual del ser humano, y aunque no siempre se haya cumplido, o incluso hayan dificultado el camino, quedándose en una dimensión ritualista y folclórica, el arte y la religión han sido las dos fuentes de espiritualidad más importantes de la historia.

P. Fíjese en cuántos han nacido católicos en Occidente y hoy abrazan la mística de otras religiones o filosofías, fundamentalmente orientales, más flexibles y naturales. ¿Esto no denota un fallo?

R. Seguramente no se haya puesto el acento en la dimensión mística de la religión cristiana, sino en la moral, la doctrina y el culto, sí. Yo mismo estoy entre esos occidentales: frecuenté el zen durante siete años. Puede que no hayamos encontrado en nuestra tradición los medios para la aventura interior, y hayamos necesitado emigrar espiritualmente a otras tradiciones, pero en muchos casos como es el mío nos llevamos la sorpresa de que esas tradiciones nos devuelven a la nuestra. Estamos en un tiempo de síntesis, no de sincretismo: todas las tradiciones pueden enriquecerse mutuamente sin perder su singularidad. El paradigma de la interioridad está emergiendo, haciéndonos conscientes de que sin esa fuerza interior lo demás no es consistente.

P. ¿Cómo definiría esa plenitud que según usted, y también la filosofía budista, es lo más parecido a un estado de felicidad?

R. He tenido el privilegio de haber descubierto la meditación, que es una práctica de auto conocimiento y, en última instancia, es el conocimiento de Dios: el misterio de la luz y del amor. El hecho de que hay algo misterioso que sostiene todo esto parece bastante sentado. Considero más difícil creer en el puro azar que en una intencionalidad a la que todo obedece. La plenitud tiene mucho que ver con este descubrimiento de nuestra verdadera identidad o luz. Nuestro problema fundamental es que nos identificamos con lo que no somos; es decir, nuestros sentimientos, pensamientos, emociones. El camino a la plenitud es no quedarse en ello.

P. La meditación, sostiene, ayuda a recuperar la niñez olvidada: ¿sería esa niñez la auténtica y no contaminada identidad del ser?

R. No: la plenitud no está en lo que fuimos sino en lo que seremos, o en lo que somos pero no hemos descubierto. Yo hablo de tres etapas en la vida: nacemos inocentes, sin responsabilidad moral; atravesamos un largo período de ignorancia y por tanto de sufrimiento, y podemos alcanzar la sabiduría, que es un estado de segunda inocencia pero mucho más sólida, porque la consciencia ha despertado de esa ilusión que es la ignorancia.  

P. ¿No siempre se supera la ignorancia?

R. No, uno puede morir ignorante. La única manera de superarla es ser consciente de ella: la luz no es otra cosa que la sombra alumbrada, por eso la sombra es necesaria, no es una mala noticia, todo contribuye al bien. El cielo permanece pero las nubes, los problemas, pasan.

Las personas más felices dedican el tiempo a lo esencial y no a lo urgente

P. Frente al vértigo y la vorágine que dirige nuestra vida, propone la lentitud. Pero ¿cómo vivir en el mundo y sustraerse a ese ritmo?

R. Entrenándose. La lentitud es el camino para la consciencia. La rapidez es inconsciencia, que no nos construye sino que nos somete a un ritmo mecánico y rutinario. Tenemos dos posibilidades: rito (consciencia) o rutina (inconsciencia). Pero no hemos tenido la pedagogía del entrenamiento.

P. Si se fija en cómo vive hoy la gente joven, ¿no diría que está a una distancia abisal de todo esto? ¿No le produce vértigo?

R. Hay ahí una invitación a mirar amorosamente ese vértigo, no escaparse de él. En la medida en que uno lleve bien esa cuestión vertiginosa del tiempo, puede ayudar a otro a vivirlo mejor; lo contrario, llevarlo mal por dentro, es perjudicar a los demás, es energía de mal rollo. Lo mejor que podemos hacer por alguien es creer en él. El mejor servicio social es la fe en el otro, para lo que has de tenerla en ti mismo.

P. ¿La fe no era una creencia ciega?

R. No, fe es fundamentalmente confianza, que luego puede traducirse en creencia. Primero confío en ti y luego, creo en lo que dices.

P. La sola observación es transformadora, y además, la meditación ha de ser acción. Pero ¿no es un lujo poder dejar de hacer/producir en esta sociedad gobernada por el capitalismo?

R. Meditar es acción interior, nada que ver con la indolencia: es cultivo interior, del alma. Y no, no es un lujo, es una necesidad: igual que uno necesita asear su cuerpo, también ha de limpiar su alma. Y lo más importante de todo es estar descansado, porque solo así tiene uno energía para dar.

P. ¿Lo que se llama higiene del sueño?

R. Sí, y del tiempo, diferenciar lo urgente (contestar un correo, hacer una factura, una llamada) de lo esencial (cuidar el cuerpo, alimentarse, dormir, contacto con la naturaleza, oración, comunicación con el ser amado). Y normalmente dedicamos mucho más tiempo a lo urgente, cuando está demostrado que las personas más felices son las que dedican el tiempo a lo esencial y no tanto a lo urgente. Hay que revisar cómo invertimos nuestro tiempo pese a las pretensiones de la sociedad: tenemos capacidad de discernir, no tenemos por qué ser víctimas de esa tiranía, sino señores de nosotros mismos.

P. Hablemos del amor, que según usted es básicamente el opuesto al enamoramiento… Si la pareja sería con quien compartir la búsqueda de la plenitud y nunca en quien confiar la propia felicidad. Entonces...

R. Somos una generación postromántica que da mucha importancia a los sentimientos, víctimas de una confusión entre amor y cariño. El amor es una comprensión espiritual, es el deseo de bien para el otro. Y el cariño es afecto, es sentimiento, y todos nuestros sentimientos son subproducto de nuestro pensamiento, sentimos como pensamos. Yo puedo amar a mis enemigos, comprenderles, pero difícilmente tenerles cariño, sentirlos positivamente. No tenemos por qué ser víctimas de nuestros sentimientos: el enamoramiento es un cariño exacerbado.

P. En la Biografía del silencio confiesa usted haberse enamorado “de más mujeres de las que podía recordar”. ¿Nadie está a salvo?

R. Así ha sido, yo también he sido víctima de mis sentimientos. Por fortuna, cada vez tengo más autodominio, es decir más libertad.

P. ¿No cree que todo esto del amor romántico está sobrevalorado?

R. Desde luego: es el único mito restante de Occidente.

P. A lo que iba. Entonces ¿por qué algunos de sus personajes son enfermizamente románticos? ¿Simple herencia de sus estudios literarios del romanticismo alemán?

R. La literatura romántica alemana está ahí, sí. Los humanos tenemos un alma poliédrica, nos habitan sentimientos contradictorios, y en estos cuentos he tratado de hacer justicia narrativa a la realidad y contar toda esa confusión que existe en el ser humano pero abriendo puertas: no todo ha de terminar en destrucción y declive. Es decir, que se puede escribir literatura con buenos sentimientos, que son más necesarios que los malos.

P. Desde Flaubert nos han dicho que la felicidad no da lugar a buena literatura, ¿quiere demostrar lo contrario?

R. Yo creo que mis relatos dejan un poso de confianza en el ser humano. La escritura es reflejo preciso de nuestro mundo interior: si tu escritura es sórdida, así es tu fondo. Lo que emociona de la literatura es la verdad: llegar a tu fondo humano para que otros se reconozcan, lo más personal es lo más universal. Shakespeare nos emociona hoy porque tocó su propio corazón. La literatura es un ejercicio espiritual porque se trata de llegar a tu fondo.

P. Por saber algo más de usted, que se define “entusiasta y melancólico; pesimista y esperanzado”, ¿es Pablo d’Ors una contradicción pura?

R. Siento una contradicción armónica. Pero no sé si seguiría definiéndome así, porque el trabajo interior ha ido atemperando las emociones y me siento menos víctima de mis entusiasmos y melancolías y más espectador atento y divertido de lo que me pasa. El entusiasmo y la melancolía se esfuman, no son consistentes, pero sí la paz interior y la mirada amorosa al otro.

P. D'Ors, ¿ha llegado a sentir alguna vez ese pánico a la enloquecer que dice es la locura en sí?

R. Sí. Cuando tenía 30 años pensé que podía enloquecer, y escribí Lecciones de ilusión. Me metí en un psiquiátrico imaginario, homenaje a La montaña mágica, y expuse todas las locuras del escritor, haciendo un arquetipo de cada una de ellas, y así me curé. La sexualidad, la locura y la muerte son los tres grandes tabúes porque significan la pérdida de uno mismo. La escritura ayuda a explorar la identidad, sirviéndose de la memoria y la imaginación: toda ficción es auto ficción. Y la liberación del sufrimiento es posible.

'Los contemplativos'

Pablo d’Ors

Galaxia Gutenberg

432 páginas

23 euros