ABRIL | Andrea Genovart Escritora

Andrea Genovart, escritora: "Somos una generación con un techo de cristal"

Superado 2023, un complicado año de cambios en el que recibió el Premi Llibres de Anagrama por su debut en la literatura, 'Consumir preferentemente', la autora barcelonesa prepara ya su segunda novela

La escritora Andrea Genovart, autora de 'Consumir preferentemente'

La escritora Andrea Genovart, autora de 'Consumir preferentemente' / Jordi Cotrina

Dídac Peyret

Esta entrevista empieza con un malentendido y acaba con una pequeña traición. El malentendido es que hemos quedado con Andrea Genovart (Barcelona, 1993) en la Plaça Lesseps, pero nos maldice desde hace rato en Gala Placidia. Y la traición, que no sabrá hasta el final que una amiga suya, también escritora, ha accedido a describirme su personalidad con un audio tan largo que podría ser un pódcast. Son cerca de las 16:30 horas y la autora de Consumir preferentemente llega con algo de retraso. “Mierda, qué mareo, con tanto cambio, me he liado”, se justifica.

El 2023, dice, fue su año del cambio, “de década y de escribir a publicar”. También el de ganar el Premi Llibres Anagrama con una novela lúcidamente cabreada sobre la precariedad de una generación”, en palabras de Guillem Gisbert (sí, el cantante de Manel). Y el de la angustia profunda, tras las críticas que recibió por usar un catalán atravesado por el castellano en su debut literario. Ahora ya prepara su segunda novela.

P. ¿Cuál es el primer recuerdo que le viene a la cabeza de su infancia?

R. Una sensación permanente de estar haciendo tiempo para que pasara el tiempo. De estar muy aburrida, como en suspensión, un desasosiego con el tiempo brutal. Me aburría y sentía que las cosas grandes de la vida quedaban lejos. Y al mismo tiempo no quería crecer porque llevaba muy mal los cambios del cuerpo. Viví con mucho miedo la pubertad. A muchas niñas les gustaba la idea de convertirse en mujeres y cómo eso afectaba su sexualidad. Pero yo lo viví bastante mal.

P. ¿Se acuerda de la primera vez que tuvo consciencia de la muerte?

R. De pequeña ya estaba obsesionada con la muerte porque le tenía muchísimo miedo. Supongo que para tranquilizarme mi madre me dijo que la mejor muerte es la de la gente mayor, porque muchos se mueren durmiendo. Entonces empecé a tener mucho miedo a dormirme y no despertarme, así que mis padres terminaron queriendo llevarme al psicólogo porque no dormía [ríe]. En ese momento era cómo: ¡hostia! tengo que despedirme de mi madre antes de morirme así que por favor, ¡la consciencia! ¡No me quiten la consciencia!

Muchos hombres justificaron mi premio por la oleada feminista

P. ¿Se romantiza la niñez por el valor que le damos a las primeras veces?

R. Estoy súper en contra de romantizarla [ríe]. La gente no computa experiencias límite como los castigos, las peleas, las primeras traiciones de las amistades o los primeros rechazos amorosos. La infancia está llena de experiencias muy adultas y traumáticas. Yo vivía muy mal las limitaciones: tener que ir a una hora a dormir, no poder salir sola a la calle… Éramos cuatro en una casa de 70 metros y compartía habitación con mi hermana. Ya era consciente de que había una vida más grande a la que no tenía acceso. Nadie dice: "Volvería a casa de mis padres".

P. ¿Cómo se imaginaba de mayor?

R. Me acuerdo que ganaba todos los concursos de poesía y mi madre me decía: "No quiero que seas poeta porque lo pasan mal". Si hubiera sido inteligente, habría escogido periodismo en lugar de teoría literaria, aunque no me ha ido tan mal. Al final nunca he tenido como una gran vocación en el sentido de un oficio. He tenido más vocación de donar peixet.

P. ¿A qué se refiere?

R. A tirar del hilo. Me encanta cualquier cosa que me haga pensar, ya sea un libro, una película o lo que sea. Pero también soy muy escéptica con la profesionalización de lo que nos gusta. Un intercambio económico o una jornada no tienen que ver con el deseo. Siempre creo que lo contamina. Yo no sé si puedo ser escritora de oficio.

Un intercambio económico o una jornada no tienen que ver con el deseo. Siempre creo que lo contamina. Yo no sé si puedo ser escritora de oficio

P. ¿Qué es lo que más disfruta de la escritura?

R. Poner en crisis la construcción. Yo quiero explicar mi novela a través del estilo y el lenguaje. Al final, cada persona tiene que encontrar su tema y el mío es más el cómo que el qué. Prefiero una novela que tenga un gesto creativo a que esté bien resuelta. Mi proceso creativo empieza un poco la casa por el tejado y en cómo podría resolver algo que me inquieta a través del estilo.

P. Se mueve más poner en cuestión cosas que por reafirmar sus propias ideas…

R. Mis certezas tienen más que ver con el no dar nada por seguro. Estoy más cómoda en la sospecha. Incluso a nivel personal. Me parece sano no limitarse a una sola imagen de uno mismo. Para mí la escritura es un espacio donde no tiene que haber un juicio. Porque eso también te permite acercarte a sitios que desde el juicio no te permitirías. Me gusta poder decir cosas que no podría decir fuera de la ficción.

P. ¿Hay más verdad en nuestra vocecita interior que en lo que llega filtrado a los otros?

R. La pregunta es por qué tiene que haber un conflicto. ¿Por qué no podemos asumir que hemos pactado un código social para que haya una mínima convivencia, pero que no tiene que ser irreconciliable con nuestra dimensión particular? Comportamientos con siglos de historia no se quitan porque vayas un día al psicólogo. Estos pensamientos intrusivos que están penalizados socialmente forman parte de nosotros. ¿Podemos asumir esta ambivalencia y que nos toca convivir con ella?  A mí me gusta ver esta contradicción en la escritura. La certeza puedan ser muchas cosas.

El discurso woke crea un ideal de persona que no sé si realmente se corresponde con la dimensión más humana, más conflictiva y más tóxica que tenemos

P. Esto se ve en su novela: ese estilo de vomitar palabras como un estado mental…

R. Si pusiera a la protagonista en un pueblo de los Pirineos en lugar de en Barcelona, tendría una voz interior diferente. Quizás se sentiría igual, pero el ritmo sería otro. Cuando la gente me pregunta por qué está escrita así la novela, les digo que no es una cosa espontánea. No tendría sentido que el estilo no representara lo que quiero contar. Por eso Alba se expresa con un monólogo frenético, interrumpido y neurótico.

P. Una amiga que la conoce muy bien me contó que cuando la conoció le pareció una persona muy speedica, pero que luego descubrió que era neurosis…

R. [Ríe]. ¿Quién te lo ha dicho? Me he pasado todos estos meses negando en todas las entrevistas que yo fuera la voz de la novela para que vengas ahora tú a desmontarlo… es verdad que la neurosis tiene mucho que ver con la velocidad. En el sentido de que no tiene límites. Es una cosa superautocomplaciente, es como una aspiradora. Un agujero negro que lo intenta recoger todo y crear relaciones que ni siquiera existen.

P. ¿Se puede dejar de serlo?

R. Hay gente que dice que con los años se puede parar más el pensamiento. Pero yo lo que veo es que cada vez conoces más cosas y tienes más recuerdos. Es como si tienes una baraja de cartas y cada vez te dan más cartas para jugar. Entonces, ¿cómo puede ser la edad algo liberador cuando habitamos nuestra cabeza 24 horas? La cabeza no es algo que yo pueda apagar. Entonces esa idea de soberanía me explota el cerebro.

¿Cómo puede ser la edad algo liberador cuando habitamos nuestra cabeza 24 horas? La cabeza no es algo que yo pueda apagar

P. ¿Cómo contribuye la ciudad a la neurosis?

R. Te obliga a relacionar y naturalizar cosas que a priori no tienen ningún tipo de conexión. Vas a un concierto de Nick Cave y al lado hay una señora vendiéndote burritos y, al lado, un punto lila para casos de maltrato. Nos hemos habituado a dar saltos mentales estratosféricos en los que estamos todo el rato mezclando churros con merinas. Todo son pegotes, pegotes y pegotes. Y así funciona también nuestra cabeza: Mucho collage [ríe].

P. En su perfil de Instagram la leí una gran frase: "Ponerse la máscara y aplaudir con ritmo: el secreto de una vida". ¿Es lo que intenta la protagonista de su novela?

R. [Ríe]. Creo que lo intenta, pero va fuera de ritmo. Es más este tipo de gente que ves que lo está pasando mal y no está cómoda. No es una persona confrontativa, pero tiene una rabia interior que la mantiene viva. Enfadarse es también un impulso de cambio. Pero lo que lleva peor es lo de aplaudir. Eso sería de pícara, de los que saben ganarte para salirse con la suya. En la vida se llega más lejos siendo listo que inteligente. Y ella es inteligente, pero no es lista.

P. Alba parece resentida con el mundo. ¿Qué le debe la vida?

R. No sé... El otro día leí uno de esos artículos que insisten en que antes la gente se preocupaba de sobrevivir y no de ser feliz. Bueno, si este tiene que ser el horizonte, ¿por qué no nos morimos todos? Con perdón: ¿entonces qué tiene sentido? ¿Quién pone el umbral sobre cuánto podemos quejarnos o qué es vivir con cierta dignidad? ¿Por qué tenemos que sentir demandas de mínimos como si fueran de máximos? ¿Qué le debe la vida? Simplemente tener una independencia económica, ya que tiene 30 años y trabaja 40 horas.

P. ¿La molesta esta etiqueta de "generación de cristal"?

R. Es que, vamos, ¿generación de cristal por qué? ¿Por qué nos quejamos? Yo vivo en un piso con tres chicas más y la media es de 35 años siendo yo la más pequeña. Me gustaría ver a esta gente compartiendo un piso con cuatro personas a los 35 años. No compro que seamos una generación de cristal, sino con un techo de cristal. Me molesta que se debata más si la queja es legítima en lugar de hacer propuestas más atrevidas a nivel de Gobierno.

Por ser mujer se espera que estés más comprometida y eres más penalizable. Pero entiendo la escritura como un espacio libre y eso también incluye lo irracional

P. La protagonista de la novela dice muchas cosas que no encajan con el discurso woke. ¿Hacerlo como escritora se lo ponía más fácil o más difícil?

R. Más difícil. Por ser mujer se espera que estés más comprometida y eres más penalizable. Pero entiendo la escritura como un espacio libre y eso también incluye lo irracional. También es verdad que una cosa son ciertas ideas progresistas que marcan un horizonte de cómo nos gustaría ser, y otra cosa es lo que realmente somos y podemos asumir. El discurso woke crea un ideal de persona que no sé si realmente se corresponde con la dimensión más humana, más conflictiva y más tóxica que tenemos. Asumámoslo: todos tenemos nuestros monstruos y red flags.

P. En su caso la crítica fue despiadada por mezclar el castellano con el catalán en un momento de mucho debate lingüístico. ¿Qué fue lo que más la dolió?

R. Que se leyera la novela en clave completamente biográfica, como si yo reivindicara a la protagonista, aunque mi elección lingüística fuese por un principio de verosimilitud. Yo creo que con una lengua minoritaria como el catalán lo que tiene más sentido ahora es que todos entremos dentro, y que algunos se coloquen en el epicentro y otros en los márgenes. A mí se me cuestionó si tenía estudios, se filtró mi currículo y se sacaron conclusiones por trabajar en el sector editorial castellano. Y después, claro, muchos hombres justificaron mi premio por la oleada feminista.

P. ¿Cree que pesó mucho que sea mujer y joven?

R. Por supuesto. Y debutante. Yo no les suponía ningún poder simbólico. Porque las licencias de la crítica se miden; hay un filtro. No las lanzas al infinito si sabes que recogerás consecuencias. Y conmigo no hubo piedad porque no había ningún elemento de autoridad. Yo me tuve que hacer cargo de insultos y etiquetas como que era una joven de Podemos. Nunca fue un debate sobre cómo debe ser la ficción ni se valoró la propuesta. Yo prefiero que digan: "Mira, Andrea, escribes fatal". ¿Qué culpa tengo de haber nacido con coño y ser joven? Yo en mi vida no solo he hecho una novela; no puedes identificarme con la escritura de Andrea Genovart

'Consumir preferentemente'

Andrea Genovart

Traducción al castellano de Rubén Martín Giráldez 

Anagrama

200 páginas

17,90 euros