OPINIÓN

Las lenguas que mecen las cunas del intelecto

Cultura y política trotan juntos, en el mismo caballo, en sociedades democráticas. No debe existir miedo a ello, aunque salgamos de una época en la que el intelectual no quería comprometerse

El escritor Fernando Aramburu, fotografiado después de su entrevista con el suplemento 'Abril'

El escritor Fernando Aramburu, fotografiado después de su entrevista con el suplemento 'Abril' / José Luis Roca

Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

Fue un acierto la charla que compartieron hace unos días para ABRIL Fernando Aramburu e Inés Martín Rodrigo. Al menos en el sector fue muy comentada, y no sólo en el mundo literario, sino también en el político. Negar esta relación es un error. Cultura y política trotan juntos, en el mismo caballo, en sociedades democráticas. No debe existir miedo a ello, aunque salgamos de una época en la que el intelectual no quería comprometerse.

Pero Aramburu no es de esos. No hace falta hacer aspavientos para situarse con seriedad en el escenario público y presentar planteamientos que son principios individuales. Esa es una forma de compromiso. Es lo que pienso, dice el escritor, es lo que digo. Y lo que nos explicó sonaba bien. También es una forma de comprometerse, de mojarse para que después el ciudadano, conscientemente libre, piense lo que le dé la gana.

Decía Aramburu que a él las banderas como que ni plin. "No me interesan", apuntaba. Y que las lenguas eran formas de comunicación. "Las lenguas me proporciona la posibilidad de comunicarme con los demás y de disfrutar de su sonoridad, de sus ritmos, de la posibilidad de inventar, de imaginar". Una respuesta mágica, sobre todo para los que somos hijos de sociedades bilingües. Comunicar, sonoridad, inventar, imaginar. Todos conceptos creativos, pero para nada políticos.

"No admito que la lengua me proporcione identidad". Esta declaración tiene mucha enjundia. Si la lengua es comunicación y sólo eso, si la lengua es invención, sonido particular e imaginación, únicamente queda la personalidad del individuo que la utiliza y no la identidad colectiva.

En definitiva, las palabras de Aramburu, se esté o no de acuerdo, son un regalo para debatir y reflexionar, que de eso se trata. No es cuestión de dar la razón. Más bien de escuchar las razones, y de esas el escritor nos regaló unas cuantas.