CRÍTICA

'Cuentos completos', de Guy de Maupassant: la realidad cerrada en la cámara acolchada

Es esta la edición más completa de los textos macabros del autor francés

El autor francés Guy de Maupassant

El autor francés Guy de Maupassant / EPE

Lorenzo Luengo

Ese hueco está vacío, pero no creo que haya un retrato más apropiado como frontispicio para esta edición de los cuentos macabros de Guy de Maupassant (Dieppe, 1850-París, 1893) que el realizado en 1944 por Alberto Savinio en Maupassant y el otro: aquel gigante en camisón, perplejo tras vaciarse una pistola en la cabeza, no tuvo otro remedio que aceptar que era inmortal, y para demostrarle semejante cosa a sus criados procedió a rebanarse la garganta con un abrecartas.

Lo que Maupassant no sabía era que, debido a sus explosiones de locura, las balas de pólvora habían sido sustituidas por otras de posta, y ese fue el motivo de que se encontrara aún inmerso en la pesadilla del mundo real cuando ya esperaba despertar a un sueño más llevadero en otra parte. Savinio describe el aspecto que tenía a los 40 años con palabras que podrían servir para referirse a un bisonte o un toro, y no le faltaba razón: incluso con el cuello abierto como una sonrisa torcida, tuvo que ser reducido con una camisa de fuerza. Y pese a la debilidad, tardó un año en morir.

La obra de Maupassant, inicialmente vinculada al naturalismo, es siempre espléndida, pero el recuerdo que tenemos de él no es el de un retratista de los usos y costumbres del Ejército y las cafeterías de su tiempo, sino el de un peregrino en los crepúsculos de la cordura y el sueño. Enfermó de sífilis, se aficionó al opio, la cocaína y el alcohol, pero en su familia había suficientes paranoicos y esquizofrénicos como para temer que su propio descenso a la demencia no tuviera que depender de las enfermedades parasitarias o los vapores que trazaban pesadillas en el aire.

Gabinete de trabajo

En su gabinete de trabajo (tan pequeño como la buhardilla de Praga en la que escribía Franz Kafka) tenía un diván chino, una mesa saturada de papeles y sobre ella dos pequeños ángeles que flanqueaban a un Buda enmarcado por una hoja de loto. La luz provenía de una claraboya que llenaba todo el techo, sombreada por las ramas de los árboles que bordeaban la fachada exterior.

Le gustaba escribir rodeado de flores y variedades diferentes cubrían tanto la entrada al despacho como la pared ocupada por una barroca chimenea, sobre la que descansaba una pequeña Virgen copta. En aquella habitación, con apenas 27 años -época en la que Iván Turguénev lo vio "desmejorado"-, escuchó las primeras voces que revelaban profecías, le llamaban por su nombre o le animaban a arrojarse por la ventana.

El hallazgo más sutil y aterrador de Maupassant es el de todas esas grietas en el tejido de la realidad que destruyen sigilosamente a individuos

A lo largo de 15 años, cada vez más acechado por una sombra que solo en ocasiones jugaba a materializarse, escribió seis novelas y más de 500 cuentos, buena parte pertenecientes al género fantástico que, para él, sin embargo, era la pura y aterradora realidad. Esa categoría indefinible, que no es realismo fantástico sino una especie muy concreta de realismo a secas, la recoge esta cuidada edición, que se hacía necesaria por varios motivos.

Una edición necesaria

Muchas han sido las publicaciones que han recogido selecciones más o menos meritorias de los relatos macabros de Maupassant, pero ninguna llegaba a abarcar la totalidad de sus cuentos extraños, e incluso en francés las antologías más redondas o cumplen con el propósito de lograr esa totalidad que Valdemar y Mauro Armiño, excelente una vez más tanto en las tareas de edición como de traducción, sí logran en este volumen.

Es inevitable recordar a Maupassant especialmente por la invención, o quizá habría que decir la localización, del Horla, entidad que se pasea desde sus orígenes por la historia de la literatura con diferentes apodos y apariencias pero a la que solo aquel francés medio poseído que empezaba a perder la visión (salvo para reparar, horrorizado, en una nueva apariencia en el espejo) supo fijar con ese nombre misterioso e inmortal; después de Maupassant, el Horla siguió manifestándose y atravesó, entre otras, las páginas de El viajero en la tierra de Julien Green, y muchas de las que H. P. Lovecraft escribió al otro lado del mar.

Pero no hay que olvidar que su hallazgo más sutil y aterrador es el de todas esas grietas en el tejido de la realidad que destruyen sigilosamente a individuos hasta entonces en perfecto uso de sus facultades mentales, y que solo a efectos narrativos empiezan y terminan en el cuento.

'Cuentos completos de terror, locura y muerte '

Guy de Maupassant

Traducción de Mauro Armiño

Valdemar

936 páginas

36 euros