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Recordando a Javier Marías: juega si sabes

Para él, la escritura de la novela suponía un viaje de autodescubrimiento, una aventura: de ahí la sensación de vacío y agotamiento que le sobrevenía cuando ponía punto final

El escritor Javier Marías, fallecido en septiembre de 2022

El escritor Javier Marías, fallecido en septiembre de 2022 / Mondelo

Menos la muerte (y, a veces, también) todo forma parte de un juego sin reglas. Para los creyentes, Dios no cesa de arrojar los dados de su providencia sobre el tapete del mundo; y si, como se viene insistiendo desde antes del #MeToo, Dios es mujer, quizás su naturaleza coincida con la de la diosa Tiché, a la que se le representa con una pelota, un objeto que nació como juguete, y que unas veces bota aquí y otras más lejos, como corresponde a un proyectil de vocación aleatoria.

Pensar en el juego se ha convertido últimamente en mi modo de recordar a mi amigo Javier Marías, el más juguetón de los escritores. Y no me refiero solo a lo personal-cotidiano, sino a su modo de componer sus libros e, incluso, a la estructura misma de sus historias.

De lo primero está repleta su biografía: desde sus legendarios volatines mortales sobre el asfalto, a toda esta prolija historia del Reino de Redonda, de cuyo elenco de cortesanos me honro en formar parte; de lo segundo, lo que me sigue llamando la atención es que, siendo un escritor tan proclive a la reflexión, haya edificado un edificio narrativo del que la cultura popular, el juego y la aventura forman parte esencial: al escritor Marías le encantaba trastear con los motivos y topos del folletín, de la novela de intriga, de los cuentos infantiles de misterio, de la parodia y mojiganga (que le servían para aliviar al lector de la tensión dramática), de las historias de espías, del cine clásico de Hollywood.

De esos antecedentes extraía los motivos necesarios para hacer progresar una historia que imaginabaa medida que escribía: los acertijos, casualidades (que nunca lo son), los villanos estrafalarios (como el dickensiano Tupra); los fantasmas que todo lo ven venir, pero que nada pueden cambiar (como el capitán Gregg de El fantasma y la señora Muir); los elementos y figuras triplicados que, como en los cuentos tradicionales, contribuyen a intensificar el relato, son algunos de ellos.

En ningún otro lugar como en sus novelas he encontrado tan perfectamente integrados las referencias de alta cultura y ese estilo profundo y reflexivo (“epistemológico”), repleto de meandros sintácticos, matices léxicos, ritornelli temáticos y vueltas atrás, que es tan reconocible en sus historias (existe, inimitable, el “toque” Marías), y cuya cohabitación contribuye a dotar lo que se nos cuenta de la fascinación hipnótica de los grandes relatos clásicos que uno desea no acaben nunca.

Pasión por jugar

Pero Marías mostraba también su pasión por jugar en la estructura de sus novelas. Como se sabe, insistía en que él no era un escritor con mapa, sino con brújula: es decir, cuando emprendía una novela no conocía lo que iba a contar (“en ese caso me aburriría escribiéndolo”), sino solo intuía una dirección que seguir. Para él, por tanto, la escritura de la novela suponía un viaje de autodescubrimiento, una aventura: de ahí la sensación de vacío y agotamiento que le sobrevenía cuando ponía punto final.

A ese planteamiento se añadía una exigencia que puede resultar estrafalaria: a medida que avanzaba en la composición de la novela, se imponía a si mismo pechar con lo ya escrito, asumirlo; tal como sucede en la vida, en la que no siempre se nos concede una segunda oportunidad, enmendar errores o cambiar el pasado. Atenerse a lo escrito implicaba, por ejemplo, no “cortar y pegar” para adecuar lo nuevo a lo anterior, sino responsabilizarse y comprometerse en un esfuerzo imaginativo que le llevaba por caminos que tenía que ir descubriendo.

Con frecuencia los lectores más jóvenes me preguntan cuál de sus novelas les recomiendo para empezar a conocerlo. A Marías, como ya dijo Félix de Azúa, nadie lo lee por sus tramas, sino por cómo cuenta lo que cuenta: y en ese sentido vale cualquiera de sus novelas maduras (desde Corazón tan blanco -1992- en adelante). Pero si, con todo, alguien desea sumergirse en una historia que resume de modo magistral los motivos, procedimientos, obsesiones y preocupaciones de este escritor imprescindible, acérquense a Tomás Nevinson, su última obra maestra (Alfaguara, 2022). Y no olviden, para enlazar con el principio, que juego (iocus) es un término derivado de la raíz indoeuropea **yek**, que significaba hablar y, por extensión, contar. Marías también jugaba contando.