ENTREVISTA

Rodrigo Rey Rosa: "Mi oficio es que todo parezca verdad"

Debemos subrayar el nombre de este escritor guatemalteco con la misma intensidad con la que en otro tiempo poníamos al principio de las listas a Virginia Woolf o a Gabriel García Márquez

El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, fotografiado en su última visita a Madrid.

El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, fotografiado en su última visita a Madrid. / Alba Vigaray

Juan Cruz

Juan Cruz

Si este escritor enjuto, callado, sonriente a veces, como si le amargara la palabra siguiente, hubiera nacido y permaneciera en alguna de las capitales del mundo, en Nueva York o en Madrid, por poner dos casos en los que pudo haber nacido, sería portada habitual de las páginas de cultura y haría babear a los que hacemos suplementos. Por su prosa, por la música de su prosa, por la calidad de su genio para inventar sobre la realidad que conoce, por convertir el agua en vino, la prosa en poesía, la escritura en un desafío que está en la estirpe, por ejemplo, del Rulfo de Pedro Páramo.

Es Rodrigo Rey Rosa, y es probable que no tengan por qué saber, porque no suele publicarse, que es uno de los mejores narradores que ha dado la lengua española en esta parte de los siglos XX y XXI.

Nació hace 63 años en Guatemala, sus libros recientes son El país de Toó y Carta de un ateo guatemalteco al santo padre. Ambos son impresionantes indagaciones en las razones por las que su país es un territorio martirizado por la amenaza de la violencia y la muerte.

A partir de esos dos libros giraron nuestras preguntas. Hablar con él, algo que hicimos en el Café Gijón, al mediodía de un domingo, es aprender que este nombre propio se debe subrayar con la misma intensidad con que en otro tiempo poníamos al principio de las listas a Virginia Woolf o a Gabriel García Márquez.

P. Siempre ha tenido usted una relación afectiva con escritores. ¿Eso es admiración o búsqueda? 

R. Es suerte. La literatura me ha permitido acercarme a gente que he admirado mucho. También ha intervenido la casualidad. Con Bolaño, por ejemplo. Pero soy muy tímido. A Bioy Casares, por ejemplo, me hubiera encantado conocerlo. Pero nunca me atreví a tocarle la puerta. 

P. O sea que sí hay admiraciones.

R. Bueno, sí, admiraciones y timidez o miedo. A Borges, por ejemplo, lo vi una vez en Nueva York. Llegó a dar unas pláticas y me pareció deslumbrante. Recuerdo que esa vez lo vi muy tímido. Comenzó a hablar y le temblaban mucho las manos.

P. Tímido él y tímido usted. 

R. Sí, soy tímido. No soy lanzado. 

P. ¿Y su literatura tiene que ver con eso?

R. Yo creo que sí. En general, encerrarte a escribir y no estar tan en contacto con el mundo exterior te hace exiliarte hacia adentro, ¿no? La escritura requiere soledad. Y si eres tímido, tiendes a estar más solo. 

P. Su literatura está al borde de decir mucho, pero sólo dice lo exacto. ¿De dónde viene esa contención? 

R. Es algo natural para mí. No trato de extenderme más de lo necesario. Eso pienso. Y el estilo tiene que ver con el pensamiento.

P. Cuando estaba investigando para escribir Material Humano se topó con el mal.

R. Sí. Pero en los libros, como tema. No es que alguien me haya hecho algo (ríe). Aunque en Guatemala… hay mucho material para eso. 

P. ¿Qué le duele más de su país?

R. La irresponsabilidad y el infantilismo de las clases dirigentes, su falta de contacto con la realidad. Guatemala es un país que no funciona, que es peligroso, socialmente tóxico. Hoy se está exiliando más gente de la que se exiliaba en los 80 por inseguridad social. Me duele la ignorancia y el egoísmo de los poderosos. Y parece que no hay manera de que eso se acabe. Eso es triste, ¿no?

P. Es algo de toda Latinoamérica. 

R. Sí, pero Guatemala tiene peculiaridades. El mundo maya, tan poderoso y rico, tendría que ser una esperanza. Nos hace diferentes. Pero el mundo maya no está bien representado en las clases dirigentes del país. Y eso hace que todo sea más trágico respecto al futuro.

P. Un día, en Colombia, un reportero le preguntó a un niño qué era para él el futuro y le dijo: "El futuro es lo que no hay". En sus libros está esa expresión "no hay futuro".

R. Bueno, futuro respecto al progreso. De ese no hay. Pero no recuerdo dónde lo digo exactamente.

P. ¿Cómo decidió contar así? Con tanta precisión sin perder la solidez del estilo. 

R. No fue una decisión. Uno hace lo que puede con lo que tiene a mano. Este libro lo hice sin nada premeditado. Me llegaron los casos y surgió. Y este otro vino después de la muerte de un amigo, empecé a tirar del hilo y encontré todos los elementos de una narración. Y en este otro le debo mucho a unas amigas defensoras de los pueblos indígenas. Durante mucho tiempo les han expropiado las tierras de manera irregular. Me enteré de que acababan de excomulgar a un grupo de cofrades porque estaban ganando un pleito por tierras. Vi los papeles del caso y sólo tiré del hilo narrativo. 

P. Pero podía haber optado por la ficción. 

R. Bueno, también hay ficción, eh.

P. Pero todo parece verdad.

R. Ese es el trabajo del novelista: que todo parezca verdad. Ese es mi oficio.

P. En El país de Toó hay anécdotas muy dramáticas. Por ejemplo, el niño que está a punto de ser ahogado. ¿Cómo surge algo así?

R. Para decirle un cómo tendría que inventármelo. No lo sé. Lo voy viendo, sueño despierto… Cuando lo escribí, un niño se ahogó cerca de la casa de mi hermana y eso me sirvió. Cuando escribes, tu propio entorno te da ideas que te pueden ser útiles. 

P. ¿Cuánto tiempo le lleva hacer esas arquitecturas?

R. Es bastante rápido. Me entra una especie de urgencia por ahondar, por saber qué pasa y en unos cuatro meses tengo el primer borrador. A mano, siempre escribo primero a mano. Pero es porque me dedico todo el día a escribir una historia.

P. Uno lee estos libros y, en efecto, se da cuenta de que Guatemala es un pequeño y desdichado país. Todo eso que cuenta, ¿de veras existe?

R. No todo es literal, pero sí. La maldad sistemática es parte de nuestra historia. Es un país muy duro. Se intenta mejorar las cosas, pero no se puede.

P. Hay un episodio que me llamó mucho la atención: cuando el hijo del cofrade sufre un accidente en una vaguada. Es un drama lleno de maldades que cuenta como si estuviera ocurriendo en ese instante. 

R. Cuando lo iba escribiendo, la proyección del mal se iba dando. Se trata de un conflicto casi de raza. Ahí reside la tensión de todo eso. 

P. El miedo produce suspicacia en las personas. Es el caso, ¿no?

R. Sí. El miedo o el desconocimiento. Por eso la literatura siempre trata de ser una especie de aproximación al otro. 

P. ¿El miedo o el desconocimiento crea el carácter de una población?

R. Sí, por la desconfianza, sobre todo. En América Latina la gente es muy amable, pero también puede agarrarte a balazos. Es una sociedad con miedo, en la que ese miedo produce violencia. ¿Ha ido a Guatemala alguna vez?

P. No. Pero he conocido a algunos guatemaltecos muy interesantes, entre ellos a Miguel Ángel Asturias.

R. Uy, pues de la época de él a la mía, la violencia creció mucho. Ahora, cualquier tienda de abarrotes tiene un guardia: un chico de veinte años con un arma. Hay zonas en las que sientes que estás en Kurdistán. Ves mucha gente armada en muchos lados. Llegas a un hotel y tienes que pasar por un detector de metales antes de registrarte. Ir al banco o subirte a un autobús es un gran riesgo. O sea: se vive en zozobra.

P. Vive en Atenas, ahora está en España. Un periodista le está preguntando por sus libros. ¿Qué siente ahora mismo?

R. Que tengo mucha suerte. Pero también me siento un poco culpable por tener los privilegios que otros no tienen.

P. En Carta de un ateo se reparten las culpas y el miedo y la incertidumbre y…

R. ¡Me gusta que, como lector, se de cuenta de eso! Esa es la función de un estilo sin florituras. Creo que la escritura directa y llana ayuda a que la historia se trague sin pensar que es un artificio. En ese sentido, creo que este estilo es más eficaz que uno más culto.

P. En América Latina hay una imperiosa presencia de la Iglesia. O de las iglesias. ¿Qué papel tiene la religión en el drama que usted narra?

R. Ese drama, como lo llama, pretende ser realista. El papel de la religión ha cambiado. Antes era mucho más fuerte y, ahora, más bien, está en retirada, tratando de conservar algo de lo que está perdiendo. Pero en Guatemala siempre ha sido parte del poder. En el sentido más negativo de la palabra: privilegios, tenencia de tierras…

P. Aquí lo denuncia también. 

R. Sí. Pero hay que reconocer que en Guatemala los primeros movimientos guerrilleros fueron liderados por curas y por monjas. Claro, fueron tachados de comunistas. 

P. Y hay asesinos especializados en asesinar a comunistas.

R. Sí, hubo toda una escuela de eso. El lavado de cerebro anticomunista fue herencia norteamericana y derivo en cosas como esas.

P. ¿Qué papel juega la política en la historia de un país convulso?

R. La política es el arma y el instrumento de las clases dirigentes. Desgraciadamente, casi todos los políticos han sido instrumentos. No son ellos los que mueven los hilos. Antes, los latifundistas mandaban y luego, con cierta industrialización, los empresarios.

P. ¿Guatemala se jodió cuando Estados Unidos intervino? 

R. Se siguió jodiendo, querrá decir. Porque ya estaba jodida (ríe). 

P. ¿Esa injerencia todavía produce rabia?

R. En la sociedad guatemalteca todavía hay quien está agradecido por esa injerencia. Porque logró crear una psicosis contra el comunismo. Hay gente culta, que ha leído, que dice eso. 

P. En El país de Toó describe lo que pasó y pasa en Guatemala.

R. Sí, tiene razón. Han pasado cosas que todavía siguen pasando. Como si no aprendiéramos o no hubiera ganas de solucionar muchas cosas. Hoy, el sistema de justicia ya no te mata, pero te mete en la cárcel. Hoy, como seguramente sabrá, el director de El Periódico está en la cárcel acusado de lavado de dinero, qué absurdo. Bueno, ese es mi país. 

P. Si la realidad se parece a la ficción, ¿qué puede salvar a ese país tan difícil? 

R. Un cambio oceánico. Un cambio de orden. Que el país se volviera realmente democrático y representativo. Que la sección maya, tan mal tratada, mandara. Eso sería toda una revolución. O si no… la reconquista española (ríe). Que volvieran ustedes para poner orden (ríe). Es una broma. Mire: los países centroamericanos siempre han sido como países-finca. No hay una mentalidad de país, sino de finca. Después de la colonización otros se ocuparon de apropiarse las tierras y de explotar a la gente. 

P. Dice que la Ciudad de Guatemala es la capital de la Pequeña República Fallida. 

R. Bueno, lo digo yo ahí, pero mucha gente lo dice a diario.

P. ¿Cómo ha conseguido agarrar la realidad y convertirla en una historia propia?

R. ¡Ese es un gran halago! Yo creo que el estilo es lo único que es nuestro, los temas, no. Los temas están a disposición de todos. El estilo se trata más de quitar lo que sobra que de hacer una construcción. 

P. A usted lo han relacionado con muchos escritores: Le Carré. Kafka, Borges… A lo mejor es que no saben dónde ponerle, ¿no?

R. Tal vez (ríe). Yo he leído más ficción anglosajona que de otra. Supongo, claro, que me habrá influido en mi estilo. 

P. Y su padre le decía que no dejara la medicina.

R. Pues sí, pero yo tenía vocación. Mi padre quería evitarlo, preocupado por mi futuro. Pero ya ve. Por cierto, yo dejé la medicina cuando comencé a leer a Borges.

P. Todos sus libros, de algún modo, tratan de la actualidad.

R. Sí. Yo creo que el fuerte de la novela es la realidad. Y también el hecho de contar nuestra subjetividad. Por lo menos, eso son para mí mis novelas.

P. Ama a su país. Pero también lo ha decepcionado. Es el país que ahora le tiene en Atenas.

R. ¡Eso se lo puedo agradecer! Mire: es un país hermoso, pero con un destino trágico. Con una herencia de violencia y de ceguera también. 

P. ¡Guatemala le tiene que agradecer que escriba todo esto! 

R. Pues…. Estos libros no han sido reseñados en Guatemala. Han reproducido en los periódicos la nota de prensa, pero no los han leído. Será porque es demasiado realista. Algún conocido me ha llegado a decir: con lo que cuentas en tus libros ya nadie va querer venir a Guatemala (ríe).

'Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre'

Rodrigo Rey Rosa

Alfaguara

192 páginas

18,90 euros