Empezamos a leer 'La cultura del odio' y hablamos con Eduardo Bravo

En el Club de Lectura abordamos 'Justicia' de Friedrich Dürrenmatt, una brillante novela que desafía nuestra fe en la lógica, en la verdad y, sobre todo, en la justicia. También hablaremos en directo con Máximo Pradera sobre su último libro 'Están tocando nuestra canción'

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Mazo de la Roche, la creadora de las sagas familiares que engancharon antes que Los Bridgerton

La alianza de Shonda Rhimes, creadora de la ya mítica serie Anatomía de Grey, con Netflix se preveía exitosa desde su anuncio. Ambas partes son expertas en crear fenómenos audiovisuales y el de Los Bridgerton es el ejemplo más reciente. La plataforma, poco dada a compartir sus cifras, ha comunicado que la segunda temporada de la serie ha sido la más vista en 93 países, con 251.740 horas de visualizaciones durante sus dos primeras semanas de emisión. No es fácil destacar entre la cada vez más amplia oferta de las cadenas de streaming, pero es que en esta ocasión los productores trabajan con un material casi infalible: la saga familiar.

La serie está basada en los ocho libros que la escritora Julia Quinn (nombre artístico de Julie Cutler) publicó entre los años 2000 y 2006, cada uno dedicado a un hermano de la noble familia Bridgerton. La trama se desarrolla durante la época de La Regencia en el Reino Unido (principios del siglo XIX), aunque el rigor histórico es lo que menos importa, sobre todo en la adaptación a televisión. La clave está en el salseo: las relaciones dentro de la familia, el misterio, los amores imposibles, la diferencia de clases, el deseo contenido y el sexo, claro.

Quinn ya era una súper ventas mundial antes de Netflix, aunque su literatura está encajada en el género de novela romántica, generalmente considerado como menor por la crítica especializada y más si está dirigida a un público joven y femenino. Lo mismo que le ocurrió a Mazo de la Roche, la autora canadiense en lengua inglesa que revolucionó el mercado editorial a principios del siglo pasado con su saga de la familia Whiteoak.

Sus libros han obtenido reconocimiento con el paso del tiempo –autoras como Alice Munro o Margaret Atwood la han reivindicado años después– pese a que desde la publicación del primer volumen, Jalna, se convirtió en una auténtica generadora de best sellers. La colección se compone de 16 libros que se pueden leer de manera independiente aunque traten de la misma familia ya que no siguen un orden cronológico. Ha vendido más de 11 millones de copias, se ha traducido a más de 90 idiomas y se ha adaptado al cine y a la televisión...

Por Carmen López

El hospital de libros: piel de cabra y cera de abeja para salvar la historia de España

Apenas se podía mantener en pie. Estaba raído, carcomido. Muy magullado. Llegó al quirófano a falta de un último respiro. Todo parecía indicar que no saldría adelante. Pero, entonces, las manos de Arsenio Sánchez lo sacaron de golpe del pozo más profundo. Si el Cantar del Mío Cid sobrevivió, en parte, fue gracias a la hazaña de este restaurador. Es la cabeza visible del departamento de Preservación y Conservación de la Biblioteca Nacional de España, el destino al que llegan aquellos ejemplares que la humedad, los bichos, la tinta, los contaminantes o el calor poco a poco van despedazando.

"Si tuviésemos depósitos limpios y amplios, no sufriríamos ninguno de estos problemas", subraya. Así, mientras tanto, los 35 millones de libros, mapas, revistas, periódicos, incunables o carteles que atesora esta institución se encuentran en el punto de mira.

"Cada vez que nos enfrentamos a un caso, nos damos cuenta de que es muy difícil determinar el tipo de daño que está sufriendo. Por ejemplo, un ataque de microorganismos puede generar un deterioro químico por las enzimas producidas y en uno físico por la transformación del papel", asegura Sánchez. No obstante, el resultado es siempre el mismo: la pérdida de resistencia. En el supuesto del códice de Rodrigo Díaz de Vivar, los problemas se concentraban en la encuadernación y el lomo. El paso de los años y una mala praxis humana le causaron un conjunto de heridas que requirieron una operación casi inmediata. El proceso, grosso modo, es semejante para cualquier obra: primero, identificar la degradación; segundo, tomar una decisión al respecto; tercero, realizar la intervención; cuarto, estabilizar el documento; y quinto, reinstalar la estructura como al principio.

Por Anna Abella

Los espejos fallidos de Babel, deseante y deseada

Cristina Peri Rossi, "la alumna preferida del lingüista Eugenio Coseriu" Babel bárbara, "altiva, balbuceante, colérica, dorada, elemental, furibunda, gutural, hipnótica, íntima, jupiteriana, lúbrica, mórbida, nocturna, opulenta, quejumbrosa, rúnica, sardónica, turbadora, ungida, visceral, yuxtapuesta", en menos de veinticuatro horas esta bióloga del amour fou, la que nunca había viajado, se vio abocada el 4 de octubre de 1972 a un exilio doloroso, inevitable e infinito. Un largo viaje que la llevó a Barcelona y que muchos años después narrará en La nave de los locos, ficción de la que se dijo que era "la mejor novela del post boom latinoamericano" y sobre la que le confesó a su gran amigo Julio Cortázar: "Creo que voy a escribir sobre el exilio de las dictaduras y su similitud con la expulsión de los locos". De aquella amistad surgió una semblanza inolvidable del autor de Rayuela: Julio Cortázar y Cris.

Peri Rossi tuvo que abandonar de golpe a su madre y a su hermana. Tuvo que abandonar los novecientos cincuenta y dos libros de la casa de su tío, en cuyos estantes ya se había percatado que sólo cinco estaban escritos por mujeres: uno de Safo, uno de Alfonsina Storni y tres de Virginia Woolf. De golpe tuvo que abandonar a sus escasos amigos: los que todavía no estaban presos, exiliados o desaparecidos. Tuvo que abandonar su biblioteca de golpe, "una de las mejores bibliotecas privadas de Montevideo". De golpe abandonó sus colecciones caleidoscópicas y sus maquetas de embarcaciones. Ella, que en más de una ocasión se había definido como "simbólica y ritualista", no podía imaginar que uno de esos barcos, ahora real, le llevaría rumbo a la diáspora. Tuvo que abandonar –de golpe– la conversación, "esa suerte de religión montevideana", y, last but not least, una carrera docente brillante como profesora de Literatura Comparada. A partir de ese momento se sintió "extranjera en todas partes"...

Por Ricardo Baixeras

Ficción, realidad y parodia de un detective

Sherlock Holmes es el hombre que nunca vivió y jamás morirá, como rezaba el enunciado de aquella exposición de hace unos años del Museo de Londres. Más allá de las recreaciones y los decorados, los atuendos, las pipas y los violines, las soluciones de cocaína, la luz de gas, el rap nervioso de los bastones sobre los adoquines, la sempiterna niebla, los relinchos de los caballos y el traqueteo de los cabriolés, el personaje supo escapar de los confines de sus historias, al igual que lo hizo del intento de su autor, Arthur Conan Doyle, por matarlo junto al profesor Moriarty en los Alpes suizos. Mucho de su pretendido bagaje está ausente de esas historias, como por ejemplo "Elemental, querido Watson", la frase que no pronunció. La lupa es de Sir Arthur, su creador, pero el característico gorro se debió a Sidney Paget, ilustrador de la revista Strand.

Fueron los dibujos de Paget los que contribuyeron a hacer su figura inmortal y a protegerla de esa porosidad característica del mito. Antes de que se pusiera en marcha la fantasía ficción tal como la conocemos ahora, algunos holmesianos ya habían empezado a profundizar académicamente en la creencia extendida de que Holmes y Watson eran personajes reales. De acuerdo con esa teoría, el último habría escrito los relatos, y al autor que firma los libros simplemente le correspondería la misión del agente literario. Algunos estudios llegaron a referirse al alimón a las preferencias del detective de Baker Street y de sus contemporáneos. Conan Doyle lo había situado en un mundo real de contradicciones y a través de él su personaje obtuvo una difusión memética en la cultura. Luego, al sentirse fagocitado, quiso hacerlo desaparecer. Era ya demasiado tarde y el personaje regreso por aclamación pública hasta 1929. De ahí voló hacia la inmortalidad...

Por Luis M. Alonso

Una biografía en viñetas de Mao: así fueron los inicios del manga en España

El manga o cómic japonés ha pasado de ser el bicho raro que miraban con recelo los lectores de cómic de superhéroes o de tebeo francobelga a convertirse en un fenómeno imparable de ventas con una especial incidencia en el lector juvenil. Sin embargo, no siempre fue así. Pese a que el imaginario popular identifica fogonazos como Candy Candy, Mazinger Z o Los Caballeros del Zodíaco como momentos previos al desembarco definitivo de la animación y cómic japonés que encabezaría Dragon Ball de Akira Toriyama a principios de la década de los noventa del siglo pasado, la llegada del manga a España se remonta varias décadas más atrás y no se trató de un éxito instantáneo.

La revista infantil en catalán Cavall Fort fue pionera en publicar una página de cómic japonés en su número 137/138, en 1968. Pero sería diez años después cuando la editorial Grijalbo lanzaría la primera obra completa en formato cómic proveniente de Japón. Se trata de una biografía de Mao Tse-Tung en viñetas a cargo de Fujiko Fujio, seudónimo utilizado por los autores Hiroshi Fujimoto y Motoo Abiko, creadores de personajes de gran calado en Japón como Hattori el ninja. Ya por separado, Fujimoto sería también creador del celebérrimo Doraemon.

La llegada de una biografía del padre del comunismo chino puede considerarse una apuesta comprensible en una España recién salida de la dictadura franquista, con un público joven ávido de libertad y de ampliar horizontes entre el que partidos políticos maoistas como la Organización Revolucinario de Trabajadores o Bandera Roja arrastraban cierto predicamento. La decisión de importar una obra exótica para los parámetros de una época en la que el cómic seguía siendo casi unánimemente asociado a un público infantil fue recibida, con toda seguridad, con un punto de sorpresa en las librerías de la época.

Reconstruir los pasos de cómo y por qué llegó este primer manga a España no es tarea fácil. La obra nunca se ha reeditado y el escaso éxito que tuvo en su momento hace que sea extremadamente difícil de encontrar fuera de algunas bibliotecas públicas que cuentan con una copia en su catálogo. La editorial Grijalbo fue adquirida en 1989 por el gigante editorial Mondadori (hoy en día Penguin Random House) y Albert Mayol, que figura en los créditos como responsable de la edición, falleció en octubre de 2021. El único vínculo identificable que quedaba era el traductor, el japonés Junichi Matsuura.

Por Álex Serrano

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