BURGOS

De cómo revivió la vieja escuela de Benaiges, el maestro que hizo a sus alumnos soñar con el mar

Un museo-taller en Bañuelos de Bureba (Burgos) impulsado por familiares de sus estudiantes recuerda la figura del carismático profesor ejecutado en el 36

Ponía música en su gramófono a los alumnos, que elaboraban sus cuadernos y periódicos con textos propios

Vista del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba, donde fue profesor Antonio Benaiges, fusilado al poco de iniciarse a la Guerra Civil.

Vista del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba, donde fue profesor Antonio Benaiges, fusilado al poco de iniciarse a la Guerra Civil. / ALBA VIGARAY

Roberto Bécares

Roberto Bécares

"El mar será muy grande, muy ancho y muy hondo. La gente va allí a bañarse. Yo no he visto nunca el mar. El maestro nos dice que iremos a bañarnos. Yo digo que no voy a ir porque tengo miedo que me voy a ahogar". Para Lucía Carranza, una niña de Bañuelos de Bureba, un pequeño pueblo encajonado en una abrupta hendidura de la estepa burgalesa, al lado de Briviesca, tuvo que ser una satisfacción ver una redacción suya publicada en un cuaderno. Eran mediados de los años 30, en plena República y la suerte o el destino, quizá, había querido que ganara plaza fija en el pueblo un maestro catalán, Antonio Benaiges, que había andurreado de interino por Madrid y Colmenar Viejo. 

Lo primero que hizo al llegar al pueblo, para el curso 1934-1935, fue hacerse con una imprenta. La pagó de su propio bolsillo. Con ella, los alumnos, unos 25-30, elaboraban sus propios cuadernos y periódicos escolares -'Recreo' y 'Gestos'-, elaborados con sus relatos y vivencias, y que se acompañaban de los dibujos que los propios estudiantes realizaban al linóleo. Desde el principio se vio que aquel profesor no era como los otros. Les subía a las eras y les ponía música con un gramófono, les hacía pensar, les dejaba fluir, bailar. Instruía con el método pedagógico freinetiano, una suerte de Montessori procedente de Francia que sigue aplicándose con éxito en muchos países del planeta y que procura favorecer el desarrollo educativo manteniendo el ritmo individual de cada alumno fomentando la libertad creativa. 

Gramófono

“Es un método que coloca al niño en el centro”, explica Javier González, mientras suena música melódica en un gramófono antiguo en el mismo lugar donde Benaiges enseñaba en aquella escuela unitaria donde se entremezclaban niños de 5 a 14 años, donde los mayores tutorizaban a los pequeños. La sala, situada en la primera planta de una antigua casa de piedra, tiene apenas 20 metros cuadrados. Mantiene el mismo encerado que usaba el maestro catalán, un mapamundi antiguo, un braserillo similar al que seguramente le servía para hacerse la comida, el cajetín original que guardaba los tipos de letra para la imprenta y varias bancadas de madera de mediados del siglo pasado.  

Benaiges, con sus alumnos a la puerta de la escuela, en una foto tomada por un retratista ambulante.

Benaiges, con sus alumnos a la puerta de la escuela, en una foto tomada por un retratista ambulante. / ARCHIVO FAMILIA BENAIGES

En vitrinas repartidas por la estancia, varias réplicas de los cuadernos, de los pocos que se salvaron cuando, un día después de iniciarse la Guerra Civil, los nacionales entraron a por el profesor para detenerlo. Apenas unas hojas de una de las publicaciones evitaron la pira que se montó frente a la escuela. “13 cuadernos los tenemos gracias a su familia, que vivía en Mont-Roig del Camp (Tarragona), ya que se los enviaba, y también a algunas personas que estaban suscritas a las revistas”, revela Javier, uno de los impulsores, junto a su mujer, Ascensión Rojas, de este museo-taller a través de la Asociación Escuela Benaiges.  

Restauración

El colectivo, del que forman parte unas 50 personas, la mayoría de fuera del pueblo, ha ido poco a poco, con subvenciones municipales, restaurando el viejo edificio, que se caía a cachos -"las vigas estaban muy deterioradas", para convertirlo en un centro de recuerdo y aprendizaje. Excepto las cuatro paredes se derrumbó casi entero. “Fue a raíz de que empezamos a saber del maestro cuando empezamos a pensar que había que dignificar su imagen y sacarle del olvido, y lo primero que había que hacer era evitar que la escuela se cayera”, relata Javier. Tras cinco años de trabajo, de acudir vecinos en hacenderas a echar una mano y darle al mazo, la vieja escuela acoge ahora seminarios y exposiciones itinerantes en la primera planta [la planta baja todavía no se ha podido terminar]. En la actualidad hay una muestra sobre carteles de cine checo en una mitad de la sala principal del primer piso. En la otra se replica la antigua clase del maestro. 

Javier González, uno de los impulsores del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba donde enseñó el profesor Antonio Benaiges.

Javier González, uno de los impulsores del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba donde enseñó el profesor Antonio Benaiges. / ALBA VIGARAY

Una tenue luz de las últimas horas de sol se cuela por los ventanales y al sonar la música por el gramófono no cuesta imaginar al profesor, de cejas anchas, y aspecto lorquiano, de mirada profunda y pelo peinado hacia atrás, escuchando a sus alumnos, hijos de los agricultores y ganaderos de aquel pueblo de unos 200 habitantes sin agua y sin luz. Los alumnos elaboraban sus propios cuadernos y recibían publicaciones de otras escuelas, con las que se carteaban y permitían ampliar conocimientos [era otro de los métodos de la escuela Frainet]. “Por las mañanas se reunían, él siempre estaba sentado con ellos y los alumnos elegían el tema que querían hablar; luego todos escribían sobre ese tema, se corregían en la pizarra las faltas ortográficas, no el estilo, porque los niños se expresaban como querían, y eso era lo que se publicaba”.  

Aprender divirtiéndose

Su método de enseñanza no dejaba a nadie indiferente en el pueblo, y empezó a generar ciertos recelos en algunos vecinos, entre ellos el párroco. “El maestro jugaba con los niños, hacían periódicos. Varios tíos de mi mujer le tuvieron de maestro y recuerdan que se lo pasaban muy bien, jugaban y aprendían sin darse cuenta, divirtiéndose”, explica Javier sobre Benaiges, que estaba muy significado políticamente, dando el mitin del 2 de mayo en Briviesca y escribiendo en periódicos y fanzines en favor de los valores de la República, lo que hizo estar muy marcado.  

Vista del museo-escuela de Bañuelos de Bureba, donde dio clase el profesor Antonio Benaiges.

Vista del museo-escuela de Bañuelos de Bureba, donde dio clase el profesor Antonio Benaiges. / ALBA VIGARAY

Así, en los primeros días de la Guerra Civil, el 25 de julio de 1936, el profesor fue ejecutado por los falangistas tras ser sometido a escarnio público en la propia plaza del pueblo -"le obligaron a comerse su propia camisa"-. Benaiges tenía 33 años. Su cuerpo fue tirado a una cuneta y nunca se encontró. Se fue para siempre el profesor que había prometido a los estudiantes ir a ver el mar, por eso los alumnos dedicaron uno de los cuadernos a contar cómo se imaginaban el océano. 

“Suena muy romántico, pero en verdad era una de las directrices educativas de la República, que todos los alumnos del interior debían conocer el mar”, explica Javier. Precisamente El maestro que prometió el mar es el título de la película dirigida por la barcelonesa Patricia Font que puede verse en la actualidad en los cines y que acaba de recibir cinco nominaciones para los Goya. La película se basa en el libro, que ha sido recientemente reeditado, ‘Desenterrando el silencio. El maestro que prometió el mar’ (Blume - Ventall), del periodista y también productor de la cinta, Francesc Escribano, junto con la historiadora Queralt Solé, el antropólogo Francisco Ferrándiz y el fotógrafo y documentalista Sergi Bernal, que investigó la vida de Benaiges durante 12 años.  

Exterior del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba.

Exterior del museo-escuela del pueblo Bañuelos de Bureba. / ALBA VIGARAY

“Nos ha gustado mucho el tratamiento que se hace de la relación del profesor con los alumnos”, asegura Javier mientras recorremos el museo, “que está abierto para cualquier tipo de actividad cultural”. “Queremos que no sólo sea homenaje al maestro sino un foco cultural; tenemos talleres de música o teatro y han venido de colegios cercanos a hacer talleres de imprenta, cuadernación o del uso de adobe para la construcción”, cuenta Javier sobre los usos del centro, que forma parte de la red de Museos Vivos y al que se puede acceder cuando se quiera con un código QR.