LIMÓN & VINAGRE

María Chivite, el triunfo de la casualidad

Un relevante aunque discreto cuadro del PSOE confiaba en Chivite o, para ser más exacto, en el perfil de Chivite -algo así como un significante vacío- para una reconquista de la condición de primera fuerza de izquierda en Navarra

María Chivite presidenta de Navarra.

María Chivite presidenta de Navarra.

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

María Chivite es un brillante triunfo de la casualidad. Si el Partido Socialista de Navarra, después de mil querellas y escándalos internos, podría volver al poder, solo podía hacerlo gracias a una dirigente como Chivite: personalidad casi transparente, ni una sola idea propia, con algo de alcurnia partidista para tener el peso justo inicial en la bolsa del partido y complaciente -y algo más- con el nacionalismo vasco, con el independentismo incluso, si no se pone demasiado charlatán y recuerda en voz alta lo que quiere. Chivite -sencillamente- es perfecta. Ahora acaba de ser elegida de nuevo presidenta del gobierno de Navarra, y con los mismos apoyos que hace cuatro años: los once diputados socialistas, los siete de Geroa Bai (coalición en la que se integra el PNV) y los tres de Contigo (en la que a su vez se integra Podemos). Este sumatorio es una mayoría insuficiente y, también como ocurrió en 2019, Civite consiguió ser investida con la abstención de Bildu, que incluso se permitió el lujo de abroncar al tripartito porque no llegaban a un acuerdo rápido en el reparto de las consejerías. La presidenta, por lo tanto, dependerá constantemente de Bildu en el Parlamento regional, tal y como se cansó de repetir Unión del Pueblo Navarro, la fuerza ganadora de largo de las elecciones del pasado mayo, con 15 diputados.

Chivite, sin embargo, no parece especialmente preocupada. Nunca lo ha parecido. A los 45 años lleva más de un cuarto de siglo en política. Haciéndola y cobrándola. Se afilió a las Juventudes Socialistas de Navarra a los 20 tacos y muy poco después formaba parte de su comité ejecutivo. Es improbable que sus rápidos inicios no tuvieran relación con la circunstancia de ser la sobrina de Carlos Chivite, un dirigente importante que llegó a ser secretario general del PSN entre 2004 y 2008. Allí, en los inicios, puede registrarse el único curro que ha tenido la presidenta fuera de la política. Después de licenciarse de Sociología y sacarse un master de Prevención de Riesgos Laborales, trabajó en una Empresa de Empleo Temporal, Más adelante, entre 2005 y 2007, tuvo un contrato en la Unión General de Trabajadores. Y por fin en 2007 consiguió un escaño en el Parlamento navarro que revalidaría de nuevo sin mayores apuros en 2011. Malos años aquellos para el PSOE en general y para una organización vasca que parecía incapaz de ponerse de acuerdo con nadie, incluida Ferraz, y UPN gobernando sin mayores angustias, con Miguel Sanz en la Presidencia, al que sucedería Yolanda Barcina. 

Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba presentó su dimisión como secretario general del PSOE en 2014 se convocó un Congreso Extraordinario y se presentaron tres candidatos: un desconocido Pedro Sánchez, un caballero de Izquierda Socialista, José Antonio Fernández Tapia, y Eduardo Madina, que fue la decidida apuesta de Chivite. Ganó Sánchez y muchos agoreros consideraron que la estrella de Chivite -siempre una enana blanca- comenzaría a languidecer. Pero no fue así.

Un relevante aunque discreto cuadro del PSOE confiaba en Chivite o, para ser más exacto, en el perfil de Chivite -algo así como un significante vacío-para una reconquista de la condición de primera fuerza de izquierda en Navarra y el imprescindible pacto con los nacionalistas, sin excluir del todo a Bildu, con el que de momento está mal visto besarse, pero al que se guiñan ojos, orejas y narices si es imprescindible. El cuadro se llamaba y llama Santos Cerdán, era el hombre de Sánchez en Navarra y más adelante estaba destinado a convertirse en el secretario de Organización del PSOE definitivamente sanchistizado. Cerdán la recuperó, le proporcionó garantías, le señaló el camino de la redención, es definitiva, la convirtió en secretaria general del PSN-PSOE en diciembre de ese extraordinario de 2014 para los socialistas. Desde entonces su lealtad a Sánchez -después de un breve silencio cuando la viaja guardia lo defenestró- ha sido granítica. Y paralelamente su seguridad en sí misma ha crecido, lo que fue especialmente perceptible después de su paso por el Senado: gustó mucho su fluidez retórica y la firmeza en un tono que podía sustituir a cualquier convicción. Está tan segura de sí misma que incluso ha nombrado en su nuevo Gobierno a un tío suyo, Oscar Chivite, como consejero de Cohesión Territorial. "Supongo que quería que la apoyase en esta andadura", ha dicho don Óscar con una afectuosa pachorra. Por suponer, por supuesto, no pasa nada.