UN AÑO DE LA CRISIS EN EL PP

Pablo Casado no ha sido el único: otros episodios de traición y venganza en la política española

La lucha por el poder forma parte del guion de un buen puñado de historias de intrigas y puñales

En España las han protagonizado desde Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo hasta Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, pasando por Pedro Sánchez y Susana Diaz o Felipe González y Alfonso Guerra

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (i), y el presidente del PP Pablo Casado, participan en la celebración del Día de Madrid en la Feria internacional de turismo FITUR.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (i), y el presidente del PP Pablo Casado, participan en la celebración del Día de Madrid en la Feria internacional de turismo FITUR. / EFE/Emilio Naranjo

Miriam Ruiz Castro

Miriam Ruiz Castro

La conspiración que acabó con Julio César en los idus de marzo o el beso con el que Judas vendió a Jesús de Nazaret por treinta monedas de plata. La Historia guarda un lugar especial para los traidores. Discrepancias ideológicas o estratégicas, malas sintonías personales o la lucha por el poder están en el guion de la mayoría de las historias de intrigas y puñales. Y la política, siglos más tarde, sigue siendo su escenario perfecto.

Un año después de que los barones del PP se encerraran en Génova para forzar a Pablo Casado a abandonar el liderazgo del partido dando paso a Alberto Núñez Feijóo, las traiciones de aquellas vergonzosas jornadas siguen coleando. Cuando el entonces presidente del PP denunció públicamente el 'pelotazo' del hermano de Isabel Díaz Ayuso con la venta de mascarillas en plena pandemia —“la cuestión es si cuando morían 700 personas al día se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros”, dijo—, varios de los dirigentes populares que después lo defenestraron jalearon vía mensaje su actuación, con notables muestras de cariño y apoyo. Casado cayó, pero la historia de su caída escuece tanto que en Génova aún se afanan en “no mirar por el retrovisor”. A Feijóo y a Casado se les vio comer juntos en tan señalado aniversario, en un intento por cerrar las heridas.

No es un caso único en la política reciente. Casado convirtió en candidata a Díaz Ayuso en 2019, cuando era aún una desconocida y, aunque no venció, los pactos electorales hicieron el resto. Dos años más tarde, con un discurso propio y no siempre en la línea que marcaba Génova, revalidó el cargo como presidenta brindando al PP un resultado arrollador y venciendo a Pablo Iglesias. Ayuso pasó a ser el gran éxito de Casado, pero también un dolor de cabeza. Y su mayor error de cálculo.

El mismo error que cometió años antes en las filas socialistas Susana Díaz. En las primarias del 2014, la presidenta andaluza dio su bendición a un joven Pedro Sánchez frente a un Eduardo Madina más difícil de manejar. “Si lo pensó, se equivocó”, diría tiempo después Sánchez. Cuando, tras los comicios de 2016, el líder se resistió a dar el gobierno al PP con una abstención, parte de su Ejecutiva orquestó una dimisión en bloque y lo obligaron a marcharse en un convulso comité federal de once horas que dejó escenas tan bochornosas como la de la socialista andaluza Verónica Sánchez erigiéndose en "única autoridad" del partido o las disputas por colocar la urna de votación detrás de una cortina. Sánchez se cobró su venganza en menos de un año: venció a Susana Díaz y Patxi López en las primarias y recuperó el liderazgo del partido, esta vez sin tutela posible.

 El presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, junto a la secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, este martes durante un acto electoral celebrado en Granada.

 El presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, junto a la secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, este martes durante un acto electoral celebrado en Granada. / EFE/ Miguel Ángel Molina

Traidores redimidos

La historia de la caída y posterior resurrección de Sánchez tiene traidores y también redimidos. Óscar López y Antonio Hernando, dos de sus fieles escuderos y amigos de juventud, permanecieron al calor del aparato del partido tras la marcha de Sánchez. El primero fue jefe de campaña de Patxi López en las primarias y el segundo aceptó ser portavoz en el Congreso en la investidura de la abstención. Con la cura del tiempo y las relaciones personales recompuestas, Sánchez los recuperó para sendos puestos en Moncloa.

Relaciones personales

Amistad y juventud es lo que unía a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón cuando fundaron Podemos, el partido que vino a revolucionar la política española en 2014. La suya es también una historia que se repite, la de un líder que ya no escucha y un número dos que quiere hablar por sí mismo. El poder que Errejón fue acumulando levantó hasta tal punto las suspicacias del líder y su entorno que la traición pasó a ser algo así como una profecía autocumplida. Iglesias destituyó al hombre fuerte de Errejón, el entonces secretario de Organización de Podemos, y éste acabó enfrentando su modelo al de Iglesias en una Asamblea Ciudadana que evidenció una militancia alineada con su líder, pero también mostró a un partido dividido.

Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en 2016.

Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en 2016. / José Luis Roca

Las aguas parecían haberse calmado cuando Íñigo Errejón fue anunciado como candidato de Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid en 2019. Pero poco después, dijo que concurriría bajo otras siglas, las del nuevo proyecto político que había montado junto a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. “No doy crédito a que Manuela e Íñigo nos hayan ocultado que preparaban lanzar un proyecto electoral propio”, dijo Iglesias en redes sociales mientras se encontraba de permiso por paternidad.

 Errejón acabó en el Congreso con Más País, su propia formación, e Iglesias dejó el escaño y la vicepresidencia del Gobierno tras perder en las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2021. La relación personal sigue rota, como confirmó el propio Iglesias: “Íñigo y yo éramos muy amigos. Ahora no lo somos. Las relaciones de amistad en política, en un área tan áspera como esta, ponen más dificultades”.

 Algo parecido parece haberle ocurrido a Yolanda Díaz, a la que Iglesias designó como su sucesora en Unidas Podemos. En la coalición parlamentaria hay quienes recelan de ‘Sumar’, la plataforma que está levantando la vicepresidenta del Gobierno, y apuntan a otra “traición”. Pese a la salida de Errejón, en el grupo parlamentario morado sigue habiendo miembros que ni siquiera cruzan palabra con los del bando opuesto. 

Tan viejo como la democracia

Cuando Iglesias y Errejón arrancaron Podemos, muchos vieron en ellos el reflejo de otra pareja que revolucionó la política años atrás. Felipe González y Alfonso Guerra también eran dos amigos que asumieron sobre sus espaldas -esas tras las que volaron los puñales- la responsabilidad de armar un partido. La fórmula González-Guerra trajo la gran victoria socialista de 1982, pero también dividió al PSOE entre ‘felipistas’ y ‘guerristas’. Cuando estalló el escándalo por tráfico de influencias que envolvía al hermano de Guerra, González comenzó brindándole su apoyo y acabó por forzarlo a dimitir. “Aquello funcionó muy bien y dejó de funcionar”, dijo Guerra hace unos meses, cuando se cumplían cuarenta años de la gesta de 1982.

 Aquel año, Guerra respondía a quienes decían que darle los votos a González era darle el poder a él: “Yo no pienso traicionar nunca a Felipe González, como Calvo Sotelo ha hecho con Adolfo Suárez”. Y es que los dos políticos centristas también protagonizaron un enfrentamiento personal y político, especialmente después de que Calvo Sotelo ocupara el despacho de Moncloa que antes había pertenecido a Suárez.

 Cuando, en enero de 1981, Suárez anunció su dimisión como presidente del Gobierno y líder de UCD, apenas detalló las razones. UCD era una coalición de familias con no pocas divisiones internas y en el partido se venía gestando una rebelión que acabó por costarle el puesto. En la moción de censura que presentó el PSOE en 1980, Alfonso Guerra reflejó el caos interno que vivían los centristas: “La mitad de los diputados de UCD se entusiasman cuando habla [Manuel] Fraga, y la otra mitad, cuando habla Felipe González”.

Puñales y transfuguismo

La política está llena de traiciones, y una que suele repetirse es la de políticos que cambian de bancada. Si Toni Cantó ostenta el poco decoroso récord de haber estado vinculado hasta a cuatro partidos —Vecinos por Torrelodones, UPyD, Ciudadanos y PP—, el suyo no es el único caso. Ángel Garrido pasó de ser presidente de la Comunidad de Madrid con el PP a las filas de Ciudadanos.

 Garrido llegó a la Presidencia en sustitución de Cristina Cifuentes, cuya salida del Gobierno regional fue fruto de un escándalo por un máster fraudulento y de la filtración de un vídeo que ella misma calificó de “fuego amigo”. El PP de Madrid ha sido epicentro de grandes deslealtades y conspiraciones. La tensión entre el gobierno regional de Esperanza Aguirre y la alcaldía de Alberto Ruiz Gallardón derivó incluso en una “gestapillo”, como la calificó el ex vicealcalde de Madrid Manuel Cobo, con la que el PP de la Comunidad espiaba a otros miembros de su partido.

 También Madrid fue escenario de una de las mayores felonías políticas que se recuerdan. En 2003, dos diputados del PSOE, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, se abstuvieron en la votación de investidura del socialista Rafael Simancas e impidieron que alcanzara la presidencia de la Comunidad de Madrid. Con el ‘Tamayazo’, al menos uno de ellos tuvo el dudoso honor de que su apellido quedara ligado a la traición para la posteridad.