Opinión | EXPOSICIONES

El retrato de María Zambrano

La incorporación de su retrato a la Galería de los Ateneístas Ilustres fue un acto de justicia a todo cuanto representó en el ámbito de la cultura española

El retrato de la ensayista María Zambrano realizado por el pintos Luis Moro y el cual se une la Galería del Ateneo de Madrid.

El retrato de la ensayista María Zambrano realizado por el pintos Luis Moro y el cual se une la Galería del Ateneo de Madrid. / Ateneo de Madrid

El pasado martes 4 de junio se vivió un día histórico en el Ateneo de Madrid. Ese día se presentó el retrato de María Zambrano (Vélez-Málaga 1904 - Madrid 1991), obra del pintor Luis Moro. La filósofa permaneció fuera de España de 1939 a 1984 y este reconocimiento llega en 2024 cuando se cumplen los 40 años de su regreso del exilio y el 120 aniversario de su nacimiento. La incorporación de su retrato a la Galería de los Ateneístas Ilustres fue un acto de justicia a todo cuanto representó en el ámbito de la cultura española. La filósofa regresó para dejar su legado en España, país que por fin le reconocía su valía intelectual con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1981) y con el Premio Cervantes (1988), siendo la primera mujer en recibirlo.

El retrato realizado con una gran sensibilidad y maestría técnica, la representa a su regreso a Madrid, en edad avanzada, fumando con la boquilla en mano y con la mirada iluminante de la sabiduría poética, en ese mirar circular donde el tiempo avanza y retrocede porque la memoria vuelve al lugar del que partió para renacer de nuevo y así sucesivamente. Ese ir y venir de la memoria, propio de las idas y las vueltas que da la vida en las personas y en la historia de los pueblos, es el que trasmite la pintura de Luis Moro que ha querido inmortalizarla al poco de regresar del largo exilio que afrontó como “una dimensión esencial de la vida humana”.

María Zambrano fue secretaria primera de la Sección de Filosofía del Ateneo, durante los años de la II República, y su dedicación fue mucha y muy activa. A ella le precedieron, en esa misma Galería de Retratos, otras mujeres relevantes como Emilia Pardo Bazán que estuvo cien años sola entre los ilustres ateneístas, todos varones. Llegaron después los retratos de Clara Campoamor, Carmen de Burgos, Carmen Laforet, Almudena Grandes y Elena Fortún.

En breve llegarán otros más, según destacó el presidente del Ateneo, Luis Arroyo, en su discurso inaugural. La galería alojará próximamente el retrato de Rosa Chacel y están propuestos para el futuro los de Ana Mariscal, Blanca de los Ríos, Carmen LLorca, Carmen Martín Gaite, Hildegarda Rodríguez, Madame Anselma, Margarita Nelken, María Lejárraga y Victoria Kent. El compromiso con la recuperación de las mujeres que aunaron producción cultural y movilización política, en épocas pasadas y recientes, es un rasgo reseñable de la institución ateneísta por restituirlas en su valía intelectual, ensayística y literaria. Una iniciativa acorde con una historia coral, completa y no sesgada que reconoce los méritos, tanto de mujeres como de hombres, en la cultura de nuestro país.

La celebración, plena de valor simbólico, fue la ocasión para reunir a investigadoras y documentalistas de la obra de la filósofa. Algunas la conocieron personalmente y trabajaron con ella a su regreso a Madrid, como fueron Rosa Mascarell-Dauder y Amalia Iglesias. Ambas, junto a otras escritoras, poetas y filósofas, participaron en la lectura de los textos que se leyeron en esa mañana dedicada a homenajear a María Zambrano. Marifé Santiago Bolaños, Nieves Rodríguez, Mercedes Gómez Blesa y Fanny Rubio, todas ellas, contagiaron la sentida emoción que les embargaba. Un acto que contó con la presencia de la bailarina María Cabrera quien, con la destreza artística de su danza, añadió belleza y movimiento a los textos leídos.

El evento concluyó con la grabación de la voz en off de la filósofa que levantó el aplauso de todo el público asistente. Una cita memorable en torno a una pensadora que planteó la política desde las preguntas que la contemporaneidad evita y omite cada vez más. Son preguntas sobre la responsabilidad, sobre el exilio, sobre la figura del paria y del refugiado, mujer o hombre. Y es aquí donde el compromiso vital y filosófico de su pensamiento guarda mayor cercanía y puede servirnos de esperanza en un mundo tensionado por los conflictos bélicos y las numerosas diásporas que generan. Y por eso mismo, el retrato de María Zambrano es una pintura pero algo más que un cuadro.