Opinión | POSDATA

Lo roto funciona

Algunos hallazgos se producen por lo que parecen vulneraciones de la norma

Libros en el pupitre de la clase de un colegio

Libros en el pupitre de la clase de un colegio / Vasilis Psomas

Las cosas tienen su sistema propio para sobrevivir en el mundo. Nadie puede comprenderlo del todo. Asistimos perplejos a la existencia de los objetos - con la boca abierta la mayor parte de las veces-, sin explicarnos cómo hacen para estar ahí, para perpetuarse, para seguir siendo las cosas que generan nuestra perplejidad.

Muchas cosas nuevas desaparecen pronto, sin razón aparente. Estaban destinadas a durar -o eso pensábamos-, parecían duras, creíamos que nos acompañarían durante años, y, sin embargo, de repente se estropean, se quiebran, dejan de funcionar y nos abandonan.

Esa pluma estilográfica más cara de lo normal, que deja de escribir porque decide declararse en rebelión. Esa sartén antiadherente que comienza a adherir a su causa de teflón cualquier alimento con el que entra en contacto. Ese confortable jersey que prometía largos inviernos de calidez, y que un buen día sale de la lavadora encogido, enanizado, ajeno ya para siempre a nuestra desencantada anatomía.

Otras cosas, en cambio, quién nos lo hubiera dicho, medio rotas, mancadas, defectuosas, se empeñan en seguir siéndonos útiles, en estar a nuestro lado, cojas, tullidas, orgullosas en su decrepitud.

Es el misterio de las cosas, que nadie puede desentrañar. ¿Qué hemos hecho para que nos sean fieles? ¿Qué merito se han granjeado para formar parte de nuestra familia? Son más duras que los Imperios, más longevas que los faraones, como las bacterias, que sobreviven a las explosiones nucleares.

Creo que las cosas poseen sus propias leyes de supervivencia, su propio darwinismo evolutivo que las mantiene vivas. Su principio fundacional podría enunciarse del siguiente modo: "En un mundo imperfecto, la imperfección tiene más posibilidades de adaptarse al mundo".

Por eso las casas viejas, con las vigas carcomidas, encuentran la forma de apoyarse las unas en las otras y mantenerse en pie, como compañeros de armas heridos camino de la enfermería. Por eso no hemos llamado nunca al cerrajero, y permitimos que esa ventana, que no cierra bien desde el primer momento, siga cerrando a su manera, conforme a su criterio antipsiquiátrico, por así decir.

En la literatura sucede lo mismo: lo roto funciona. Algunos hallazgos se producen por lo que parecen vulneraciones de la norma. Ese cacofónico "un no sé qué que quedan balbuciendo", y que representa la mejor manera de cantar. Esa mula que se le perdió a Cervantes en medio del Quijote, y cuya pérdida terminaron explicando los propios personajes.

Nosotros también somos cosas desportilladas, desvencijadas; pero encontramos el método para ir tirando. Nuestro corazón, aunque esté roto, funciona.