Opinión | DESPERFECTOS

Perjuicios del 'procés'

A falta de inteligencia, sigue en vigor un anatema de cada vez más obsoleto: solo la secesión defiende los intereses de Catalunya

Carles Puigdemont: "Hoy estamos mucho más preparados que en 2017 para aguantar un embate con el Estado"

Carles Puigdemont: "Hoy estamos mucho más preparados que en 2017 para aguantar un embate con el Estado" / El Periódico

Hace ya demasiados años que partidos y líderes van transitando por la política catalana dejando sucesivos posos insolubles. Eso ha sido hasta ahora el 'procés'. De una parte, Artur Mas abrazó el espejismo de una Catalunya independiente para no tener que ir al parlamento autonómico en helicóptero. De otra, Rodríguez Zapatero le prometió a Pasqual Maragall vía libre para un segundo estatuto de autonomía que nadie realmente quería. Y así, hasta Puigdemont en la Generalitat, el octubre de 2017, el artículo 155 y la ley de amnistía con que Pedro Sánchez simuló una pacificación de Catalunya que consistía en tener contentos a ERC y, especialmente, a Puigdemont.

Ahora, de cara al próximo día 12, las encuestas detectan ampliamente algo así como el choque y bullicio de átomos que es propio de un acelerador nuclear. Sus órbitas y velocidades pueden dar algunas sorpresas. Se supone que Salvador Illa será el más votado pero los pactos poselectorales serán un sudoku poco alentador para la estabilidad, la confianza y el crecimiento.

El coste económico del 'procés' es flagrante, su impacto divisivo en la sociedad también: alcanza a comportamientos colectivos y en alto grado a la solidez del sistema institucional propio de Catalunya. Se constata con unos debates electorales en falso, de guardarropía, desatentos a cuestiones de urgencia, como la falta de inversores, la sequía, los 'sin papeles' y la reincidencia en el delito, la contundencia del informe PISA sobre la educación en Catalunya, los okupas o que las empresas que se fueron no regresen. Siguen las élites de poder ajenas a la realidad, mirando para otro lado.

También ha dejado poso que los instigadores del 'procés' hayan sido siempre partidarios de acelerar y no de la modulación para salvar los muebles, que son de todos. Se acabó el catalanismo clásico que Jordi Pujol reinterpretó en interés propio y dejó a disposición del victimismo absolutista, con el soberanismo como subterfugio, hasta la huida de Puigdemont.

Es higiénico recordar que al principio no se trataba –decían- de independentismo sino de dotar a Catalunya de estructuras de Estado. Se superaron entonces todas las fases previas de ilusión-error. Gaziel dijo que, puesto que los intelectuales son quienes formulan el independentismo, siempre se ha dado un exceso de fachada y un empacho de retórica. A Gaziel eso no se le perdona: se han publicado sus magníficas 'Pláticas literarias' de los años veinte, con buena recepción en Madrid pero nula en Barcelona.

Una readaptación del catalanismo histórico a la era de la inteligencia artificial y del imperio chino no parece practicable. A falta de inteligencia, sigue en vigor un anatema de cada vez más obsoleto: solo la secesión defiende los intereses de Catalunya. Es una forma muy rudimentaria de negar que el 'procés' ha ido perdiendo presencia simbólica, especialmente entre los jóvenes. De encuesta en encuesta y hora por hora, los votos van dando brincos de la forma más insospechada, por motivaciones generalmente reactivas, sin que se pueda descartar el abstencionismo en zonas urbanas. Se evapora la ficción del 'mainstream' y entra en escena otra polarización.