Opinión | CRÓNICAS GALANTES

Galicia, entre la caña y las cañas

A las tribus prerromanas de Galicia se les atribuye, en efecto, la costumbre de celebrar la llegada de la primavera con grandes bacanales en las que trasegaban la cerveza por hectolitros

Los camareros comparten en redes sociales dónde se venden las cervezas más caras y más baratas de España

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Beber es un placer, pero también un acto patriótico que contribuye al aumento de la recaudación de Hacienda y, por tanto, a la riqueza del país. Viene de certificarlo la Agencia Tributaria tras constatar en su informe anual que el impuesto a la cerveza recaudó cuatro o cinco veces más que el obtenido por consumo de electricidad en Galicia.

Ahí se nota el buen sentido de los gallegos a la hora de elegir la fuente de energía más apropiada a los hábitos de su reino. Sin más que tomarse unas cañas han conseguido que los ingresos del Estado a cuenta del lúpulo crezcan casi un tres por ciento con respecto al anterior ejercicio fiscal.

Puestos a iluminarse, los vecinos de la antigua tribu de Breogán dan preferencia a la cerveza sobre la luz propiamente dicha. Bien es cierto que la electricidad bajó de precio y de tributación el pasado año: dato que ayudaría a explicar el curioso desnivel entre lo recaudado por uno y otro concepto.

Aun así, la buena marcha de las tasas sobre la cerveza sugiere que la ingesta de este dorado líquido sigue al alza en Galicia, país todavía más devoto del vino y de la caña de aguardiente. No ha de ser casualidad que una de las grandes empresas cerveceras de España tenga su sede en A Coruña y obtuviese dos medallas de oro en la World Beer Challenge del pasado año.

“Razones históricas y hasta étnicas explican el reciente fervor galaico por la cerveza”

Razones históricas y hasta étnicas no faltan para explicar el reciente fervor de los galaicos por esta bebida, injustamente denostada por Lope de Vega como “orina de rocín con fiebres tercianas”.

A las tribus prerromanas de Galicia se les atribuye, en efecto, la costumbre de celebrar la llegada de la primavera con grandes bacanales en las que trasegaban la cerveza por hectolitros. Las teorías célticas, tan controvertidas, parecen ser ciertas al menos en este ramo de la bebida. Así lo probarían nuestros primos irlandeses, míticos descendientes del galaico Breogán y esforzados bebedores de Guinness.

La ciencia no ha encontrado aún razones que esclarezcan la inveterada propensión de los gallegos a la caña: ya sea la de cerveza o la del aguardiente. A lo sumo, podría aventurarse que se debe al temperamento morriñoso que lleva a las gentes de este país a aplicar la vieja máxima según la cual la vida es una simple alucinación producida por la falta de alcohol. Cerveza y vino ayudarían a combatirla.

A ello hay que añadir los numerosos estudios divulgados en los últimos años que ensalzan las virtudes de la cerveza. Ingerida en las moderadas dosis que prescribe la homeopatía, contribuye a la prevención del infarto, retrasa el envejecimiento, fortalece las células y mantiene en forma los músculos de la vejiga. Retrucan a esto los escépticos que muchas de tales investigaciones están patrocinadas por las uniones de cerveceros; pero tampoco hay por qué malpensar.

Digan lo que digan, Hacienda acaba de certificar que en Galicia se consume más cerveza cada año –excepto el de la pandemia– a juzgar por el creciente botín del impuesto especial sobre ese líquido. Sin dejar de lado el vino, los gallegos se mueven con soltura entre el viejo hábito de la caña y el más reciente de las cañas. A ver quién explica que, a pesar de ello, lleguen a viejos con tanta facilidad.