Opinión | POLÍTICA Y MODA

¿Por qué nuestros políticos no se atreven con la 'espardenya'?

Es curioso como la mayoría se pasean por las casetas de la Feria de Abril de Barcelona cada año electoral y abrazan la cultura y tradiciones de otra tierra de la cual muchos catalanes actuales provenimos, pero siguen guardando ciertas reservas sobre la identidad propia (por lo menos, indumentaria)

Varias espardenyes.

Varias espardenyes. / ANIOL RESCLOSA

Enfundada en un vestido mantón de manila rojo, Isabel Díaz Ayuso ha pasado revista a las tropas a ritmo de chotis para celebrar el 2 de mayo. Además de evitarnos el bochorno que vivimos con Almeida destrozando el baile tradicional madrileño en su boda (Ayuso simplemente ha caminado al paso de la música); la presidenta de la Comunidad de Madrid ha optado, una vez más, por enfundarse en sus carnes el color principal de su bandera. El modelo pertenece a la colección de la diseñadora /influencer sevillana Rocío Osorno (separada de un senador de Vox con el que comparte dos hijos). La mayoría de medios aplauden la elección y la reivindicación “castiza” de la presidenta popular…

Tal vez el atuendo no era el que más podía favorecer a Ayuso y seguramente la altura de los flecos (algunos caían desde la misma cadera) no fuera cómoda cuando te enfrentas a escalones y tienes un enjambre de cámaras apuntándote; pero por lo demás, debo reconocer que he envidiado la falta de complejos folclóricos de la madrileña. Lo digo porque ya han pasado siete días desde el inicio de la campaña catalana y, para mi tristeza, no he contemplado ni una sola 'espardenya de vetes' en los pies de ninguno de los candidatos a presidir la Generalitat.

Ni la he visto, ni la veré. Porque aunque se trate de uno de los calzados más sofisticados y elegantes del mundo (y que no lo afirmo yo sola, revisen las revistas de moda internacionales y todas las versiones propuestas por firmas de lujo desde hace años) y forme parte del uniforme de gala (repito: ¡gala!) de los Mossos d’Esquadra; desde Lluís Companys que los 'presidents' y la mayoría de políticos catalanes se muestran reticentes y acomplejados con uno de los símbolos indumentarios de catalanidad más universales.

Si bien en un mitin reciente de Carles Puigdemont algunos asistentes lucían barretina y Quim Torra calzó en verano alguna alpargata en actos informales (no sé cómo lo hizo, pero fue a escoger el modelo más feo); he fracasado en mi intento de que la 'espardenya de vetes' se oficialice como vestimenta diplomática tradicional en las instituciones catalanas como ocurre con la guayabera en Cuba o goce de la misma solemnidad y orgullo que representa el kilt para los escoceses.

Es cierto que hace casi ya un año, Lluc Salellas fue investido alcalde de Girona con 'espadenya de set vetes'. Y aunque me pareció ideal, lo hizo combinándolas con jeans, una blazer clara y camisa blanca sin corbata (fiel, como debe ser, a su estilo y personalidad desenfadada). Pero la 'espardenya' casa perfectamente con un traje clásico (ojo que he dicho clásico y no rancio, ¿eh? Con lo rancio solo queda bien la naftalina), encaja en el Pati dels Tarongers y en todo acto y presencia institucional celebrada en casa o en el extranjero. Y no solo me refiero estéticamente, también en términos de protocolo. Toda pieza indumentaria tradicional perteneciente a un pueblo goza de la misma distinción y categoría que cualquier prenda o calzado de etiqueta. Vean el caso de Gabriel García Márquez recogiendo el Premio Nobel con un liqui liqui (traje caribeño) o a Jacinda Ardern con su capa maorí en la cena de gala ofrecida por Isabel II en Buckingham Palace.

Podría darse la casualidad que a ninguno de los candidatos a la Generalitat en las últimas décadas les haya agradado la 'espardenya' catalana. Pero es curioso como la mayoría se pasean por las casetas de la Feria de Abril de Barcelona cada año electoral y abrazan la cultura y tradiciones de otra tierra de la cual muchos catalanes actuales provenimos, pero siguen guardando ciertas reservas sobre la identidad propia (por lo menos, indumentaria). Por lo menos los nacionalistas catalanes podrían plantearse la pregunta: ¿cómo quieres que te quieran si ni siquiera te quieres tú?