Opinión | ÁGORA

Regeneración y cultura política

Tienen difícil los políticos lograr una buena imagen ciudadana si son vistos como incapaces de llegar a acuerdos

Imagen general del Congreso de los Diputados

Imagen general del Congreso de los Diputados / EUROPA PRESS / Alberto Ortega

A la inversa de la manida frase utilizada cuando alguien quiere romper una pareja “no eres tú, soy yo”, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se replanteó su relación con el poder con un “no soy yo, son ellos”, en alusión a “una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que no toleran la realidad de España”, según escribió en su carta a la ciudadanía la pasada semana. Durante cinco días tuvo en vilo a toda la sociedad, a sus oponentes políticos, pero también, a sus socios parlamentarios y de Gobierno y a su propio partido acerca de su continuidad o no al frente del Ejecutivo.

Finalmente, este pasado lunes anunció su continuidad “con más fuerza si cabe”, pero interpelando a los ciudadanos para promover una regeneración democrática que, considera el presidente, está pendiente de llevarse a cabo en España. Sin concretar ninguna, aludió a la necesidad de llevar a cabo una serie de medidas legales (bajo el principio de legalidad), transversales (con gente de todas las ideologías), sin confrontación y de aplicación universal (porque van a “beneficiar” la democracia y la convivencia). Sin duda, el objetivo aspiracional es óptimo, pero no exentos de dificultades: no tanto en el primer aspecto (la legalidad) como en el resto que suponen un reto teniendo en cuenta el actual la mala percepción que los españoles tienen sobre el actual clima político nacional. De hecho, y desde hace muchos meses, los ciudadanos sitúan a la política en el primer puesto de los problemas que tiene España en la actualidad. 

En este sentido, el estudio del CIS sobre hábitos democráticos de los españoles publicado el pasado mes de diciembre arrojaba datos interesantes sobre la opinión de los españoles en torno a la cuestión política. Nueve de cada diez (89%) piensan que hay mucha tensión y crispación política en nuestro país, el 84% se muestra preocupado por ello y el 93% considera que debería hacerse algo para reducirlas. En principio, según la encuesta, los ciudadanos están de acuerdo en que los partidos políticos tienen la obligación de alcanzar consensos sobre temas importantes que afecten a la ciudadanía (90%) como, por ejemplo, alcanzar una fiscalidad justa (72%), la reforma del Estatuto de los Trabajadores (65%) o la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional (63%).

Pedro Sánchez, en su entrevista en RTVE.

Pedro Sánchez, en su entrevista en RTVE. / RTVE

El problema, según estos datos, sería de los políticos y de los partidos porque son incapaces de ponerse de acuerdo en algo que la amplia mayoría de los ciudadanos les está reclamando. Pero se sabe que la inclusión de términos como “reforma”, “acuerdo”, “pacto”, “justa”, en los enunciados de las preguntas generan un falso consenso ciudadano. Hay que ser mala persona para no querer que haya una “reforma justa” de lo que sea, la cuestión es que no todo el mundo entiende lo mismo por “justa”. O cuando se menciona la reforma de algo, sin especificar más, todo el mundo tiene en la cabeza la que más le gusta o le conviene, pero que no tiene que coincidir con la que más le gusta o conviene a otra persona.

Y creo que aquí se origina parte del problema relacionado con la elevada polarización afectiva y la crispación política. En nuestra cultura política la cesión que implica cualquier acuerdo genera rechazo. Cuántas veces hemos escuchado, y seguimos escuchando, a algunos líderes políticos referirse a algunos pactos y acuerdos utilizando términos como “chantaje”, “claudicación”, “humillación”, “sometimiento”… Como señala el filósofo Daniel Innerarity, la democracia no requiere unanimidad, pero sí acuerdos y los pactos “porque no hay otro procedimiento para generar cambio social profundo y duradero”. El problema es que como los acuerdos requieren cesión y esta se asimila a humillación, los políticos se sienten “más cómodos administrando la impotencia que el poder”.

En definitiva, nuestra cultura política no incentiva el acuerdo y adolece de una visión positiva del mismo. Tienen difícil los políticos lograr una buena imagen ciudadana si son vistos como incapaces de llegar a acuerdos y, cuando lo logran, estos son considerados chantajes. La democracia es un sistema armónico de frustraciones mutuas que decía Hofstadter. La frustración es necesaria porque nadie puede pretender alcanzar un acuerdo no cediendo un ápice sus demandas iniciales.

Así que, considero que para regenerar la vida política tal y como pretende el presidente, es necesario mejorar nuestra cultura política. Y esto pasa no solo por no demonizar el acuerdo, sino también por otras cuestiones muy relacionadas con este tema como son, por un lado, la aceptación del pluralismo político (admitir que puedan ser otros los que lleguen a acuerdos); o, por otro lado, por el reconocimiento de las derrotas electorales y la legitimación de las victorias de los contrincantes. Y para esta tarea no solo es importante, sino que creo que es necesario implicar y hacer partícipe a la ciudadanía en su conjunto y que la esfera política esté dispuesta a considerar las iniciativas de la sociedad civil.