Opinión | GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO
Sin vacuna para el dolor
Confieso que mi capacidad de tolerancia está llegando al límite, sobre todo por la acumulación de historias donde las víctimas son niños
Conozco pocas prácticas más sanas que confirmar la propia ignorancia porque eso supone que has aprendido algo. Hoy, por ejemplo, invoco el mitridatismo, convencido de que no estoy solo en mi inopia. Esta palabreja tiene su origen en un rey, Mitríades VI, que ante el temor de ser envenenado por sus enemigos se dedicó a ingerir pequeñas dosis de veneno para conseguir la inmunidad. Y me he topado con esta historia tratando de calcular cuántas imágenes sobre la matanza en Gaza podremos soportar hasta que nos resbalen como si tal cosa. Estoy convencido de que aún somos mayoría quienes no hemos llegado a ese punto de indiferencia y sabemos separar –calificando como se merece- la barbaridad terrorista de Hamás masacrando civiles israelís; y la barbaridad del ejército israelí arrasando Gaza y llevándose por delante a miles de inocentes.
Ya es triste que, a ojos de alguna gente, haya que elegir entre una cosa u otra porque de lo contrario te convierten en antisemita o antipalestino. El colmo ha sido escuchar estos días algunas voces que celebraban el ataque de Irán sobre Israel, como si la dictadura de los ayatolás fuera un bastión en defensa de la democracia y el derecho internacional. Pero, lamentablemente, ese es el signo de lo que llamamos polarización, tal vez sin advertir que se trata de un virus tan mortífero, o más, que los que provocan epidemias. Yo confieso que mi capacidad de tolerancia está llegando al límite, sobre todo por la acumulación de historias donde las víctimas son niños.
La imagen de un bebé, que después murió, naciendo de milagro tras la muerte de su madre en un bombardeo o la estampa de centenares de menores deambulando solos y desnutridos por la maraña de escombros que son las calles de Gaza no es algo que pueda olvidarse de un plumazo. Por eso me niego a vacunarme contra el dolor. No quiero y no puedo. Por cierto, Mitríades VI sí consiguió inmunizarse, pero al ser derrotado por Pompeyo e intentar suicidarse con ese mismo veneno para no sufrir mucho, su cuerpo se negó. Tuvo que pedir ayuda a un soldado que le traspasó al otro mundo de un espadazo. En el siglo IV a.c. aún no había misiles.
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