Opinión | ELECCIONES EN CATALUÑA

Los riesgos de los fichajes políticos

Los fichajes, aunque estén envueltos de buena voluntad, acaban sirviendo solo para una serie de titulares bien apañados y una reivindicación de sus tareas profesionales

Baltasar Garzón.

Baltasar Garzón. / José Luis Roca

En las elecciones generales de 1993, el PSOE de Felipe González precisaba de una renovación en los perfiles profesionales de sus listas electorales. Los socialistas pasaban por una mala época entre sus votantes. Los casos de corrupción y la popularidad de personajes histriónicos como Luis Roldán deterioraban la imagen del partido que llegó con la idea del cambio en 1982.

Fue entonces cuando el secretario general y presidente del Gobierno abrió las puertas de la formación y comenzó a hacer una selección de posibles fichajes con nombres de prestigio, conocidos por su solvencia en las profesiones a las que se dedicaban.

Así, González fichó al magistrado Baltasar Garzón para el Congreso y a la catedrática de ética Victoria Camps para el Senado. Garzón llegaba a la política con la medalla de ser el perseguidor del narcotráfico en las operaciones Nécora y Pitón, desarticulando a jefes de la mafia gallega, como Laureano Oubiña, o el clan de los ‘charlines’. Camps venía del campo de la filosofía. Sus premios ensayísticos la convertían, no en popular, pero sí en un valor a sumar en un momento de desprestigio ético general.

Aquellas elecciones las ganó el PSOE de forma muy ajustada, que concluyó con una legislatura durísima y corta, y que provocó una famosa frase para la Historia pronunciada por José María Aznar, que resumía el sentir en el Congreso: “Váyase, señor Gonzalez”. Un ‘váyase’ repetitivo y que convenció en 1996.

La cuestión es que, gracias a la victoria de 1993, una de las mejores catedráticas que tenemos en España se convirtió en senadora. Llegó ilusionada y dispuesta a todo, pero a los tres meses se percató de que la vida parlamentaria era tan frenética que, con algo de artimaña, pasabas desapercibida sin ninguna presión, ni responsabilidades.

La ética de Victoria Camps estaba reñida con esta situación y un día que coincidió con Javier Solana se acercó a él y le trasladó su incomoda inquietud. Cuentan las leyendas del Senado que Solana le aconsejó centrarse en un tema que fuera novedoso y recurrente en política: “En el Senado, o en el Congreso, puedes pasar en silencio y nadie te dirá nada. Concéntrate en algo nuevo y abre camino”, dicen que le dijo, sin que las palabras sean exactas.

Victoria Camps pasará a la Historia por ser la primera persona que puso el ojo en la ética de los medios de comunicación, y en concreto de la televisión, en un momento en que la telebasura se adueñaba de los hogares españoles, sobre todo con juicios paralelos. Gracias a su trabajo y de otros, se mesuraron las franjas horarias cuya audiencia infantil salió muy beneficiada. Un debate novedoso, entonces, y que sigue de actualidad.

El caso de la catedrática Camps es una excepción. Los fichajes profesionales, aunque estén envueltos de buena voluntad, acaban sirviendo solo para una serie de titulares bien apañados y una reivindicación de sus tareas profesionales. ERC y JxCat han decidido utilizar ahora este método. Tomàs Molina, meteorólogo de cabecera televisiva, y Anna Navarro, ejecutiva tecnológica, son los elegidos. ¿La razón? Bajar a la tierra el sueño de la independencia. Pero las emociones políticas van en su contra.