Opinión | BARRIOS VIVOS

El latido de la Barcelona vacía

La transformación de las ciudades avanza a trompicones, entre los usos y tradiciones, las tendencias y los intentos de ordenar su crecimiento, y los desiertos de oficinas y locales vacíos invitan a replantear el modelo

La Sagrada Familia seguirá en obras al menos durante diez años más

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Hay un chaflán en el corazón de Barcelona, en el barrio del Fort Pienc, que parece enfermo. La primera tienda en cerrar, hace años, era de prótesis y ayudas a la movilidad como muletas, andadores o sillas de ruedas. Sigue el rótulo ahí y quizá por eso, fuera de horario comercial, nadie diría que el local está vacío. Luego llegó a pocos metros el cierre de otro comercio, y otro contiguo. Cuando se despidieron los de la papelería histórica, que había cambiado de manos por jubilación, la inquietud en el barrio ya era evidente. Ahora que cerró el local de al lado, un 'bubble tea', los sentimientos vecinales se dividen. Los comercios para turistas y moda asiática no se expanden con tanta rapidez, dicen unos, aún hay esperanza a la variedad del tejido comercial. Ni una franquicia coreana ha podido hacer frente al nuevo agujero negro de servicios en uno de los barrios más poblados y sólidos de la ciudad, alertan otros. 

La transformación de las ciudades avanza a trompicones, entre los usos y tradiciones, las tendencias y los intentos de ordenar su crecimiento: sus gentes están vivas y no solo ellasEl palpitar del cemento y los adoquines, los escaparates y rótulos abandonados, se puede oir como la leve agitación de las ramas de los árboles o la caída de las hojas de plataneros, también de las flores de las jacarandas que crecen en sus esquinas.

Las oficinas del 22@

La idea de que nos pasamos con la transformación pende en el aire hace tiempo, desde las primeras reivindicaciones vecinales, pero solo ahora, cuando es patente la burbuja inmobiliaria y con los efectos imborrables de la pandemia que propulsó el teletrabajo y el nomadismo digital, que el clamor por el cambio de usos ya es incontestable. La movilidad es una de las asignaturas pendientes y de difícil solución en el sudoku del transporte público de Barcelona, y crear más gimnasios, peluquerías y servicios para la población flotante no debería ser la única solución para alentar la vida económica y social del barrio. La necesidad de vivienda sigue tan patente en la zona que también aquí son muchos los locales a pie de calle que se han reconvertido discretamente en viviendas, cerrando el paso a comercios que dan vida, desde escuelas hasta supermercados competitivos más allá de los colmados exprés, tiendas de animales, modistas o herboristerías y farmacias. Teatros o salas de concierto. Viviendas asequibles.

Son pétalos de árbol del coral, rojos como la sangre, los que colorean el pavimento en uno de los enclaves renovados más hermosos del 22@, el distrito tecnológico que se levanta en el emblemático Poblenou, llamado a ser el nuevo centro de Barcelona. El proyecto que lleva 20 años convirtiendo un barrio obrero e industrial en un polo de atracción de empresas pensadas en el futuro renovó suelos de fábricas ya inútiles y adaptó espacios a aires jóvenes y tendencias verdes, pero se llevó por delante un ecosistema vecinal de viviendas y comercios que daban cohesión y alma al barrio. Pasajes enteros fueron borrados del mapa -inolvidable ese pasaje Serracant con sus casas bajas con patios con barbacoa, ahora fantasmas aplastados por piscinas de edificios de 'alto standing'- y si uno pasea por la Diagonal que confluye con Bac de Roda, en uno de los epicentros de la transformación, las nuevas vías verdes que pasean vecinos con perro y clientes de hoteles y 'coworking' conviven con gimnasios, 'bakeries' y clubs de boxeo, artes marciales, pilates y otros clubs sociales. Y con puñados de edificios de oficinas en alquiler.

La reconversión de edificios de oficinas es un reto global que tanto en Estados Unidos como en otros países europeos hace años que está en la agenda de las ciudades, y ya hemos visto hasta modelos de usos agrarios verticales en bloques vacíos de cemento. No hay tiempo que perder para mover ficha. Mientras esperamos, en la cáscara del edificio rehabilitado de Ca l’Alier, una antigua fábrica textil, reverdecen flores silvestres, sí, pero esa belleza deja un inquietante regusto de escenario apocalíptico.