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¿Illa, Aragonès... o Puigdemont?
Ahora habrá que votar el 12 de mayo en un momento catalán, español, europeo y mundial, muy complicado. Y leyendo las encuestas solo hay tres candidatos que pueden aspirar a presidir Cataluña
Al final ha pasado lo que era improbable hace solo dos semanas, el president Aragonès repetía que agotaría la legislatura, pero que el martes pareció ya inevitable. Los Comuns, grandes defensores del tripartito de izquierdas, optaron por impedir los presupuestos pactados entre ERC y el PSC, afirmando que Aragonès no se había comprometido a impedir el complejo turístico de Hard Rock en Tarragona. La excusa es débil, porque los Comuns votaron los presupuestos de 2020, 2022 y 2023 cuando Hard Rock ya estaba ahí. Y es absurdo pretender, con ocho diputados, vetar un acuerdo entre otros dos grupos que tienen 33 diputados cada uno. O sea, 66 de los 68 escaños necesarios para los presupuestos.
Los Comuns son un grupo con historia, pues vienen de ICV y del PSUC; y deben haber decidido que, perdido el Ayuntamiento de Barcelona y de cara al nuevo ciclo electoral, querían levantar la bandera del ecologismo radical, pese a que en Barcelona la apuesta divisiva de Colau no logró la reválida.
Por su parte, Aragonès solo podía anticipar elecciones. Fue elegido al frente de una trabajosa coalición con Junts y las CUP, pero la ruptura con Junts en octubre de 2022 le dejó solo con 33 escaños de 135. Ha sido un president que ha contribuido a normalizar Cataluña y suavizar el cisma de 2017, pero gobernar en minoría es difícil. Y confiar en que el PSC y los Comuns –con los que ERC comparte tics, como la aversión a la ampliación del aeropuerto– le apoyarían siempre era una ingenuidad. El PSC lo ha hecho por el empeño de Salvador Illa en tejer acuerdos que acaben con la división entre catalanes, pero los Comuns han decidido volar por cuenta propia.
A Aragonès no le quedaba otra salida digna. No es lo mejor, porque la estabilidad política es conveniente, pero con solo 33 diputados no la garantizaba. Ahora habrá que votar el 12 de mayo en un momento catalán, español, europeo y mundial, muy complicado. Y leyendo las encuestas solo hay tres candidatos que pueden aspirar a presidir Cataluña. El primero, según el CEO de la Generalitat, es Salvador Illa del PSC; seguido de Pere Aragonès y al que finalmente decida Junts que –según insinuó ayer Turull– podría ser Carles Puigdemont, que luego afirmó que le «haría ilusión».
Pero es difícil que ninguno de los tres tenga mayoría absoluta. Cataluña es muy plural y se necesitará un president que parta de esta realidad plural y no le haga ascos a dialogar ni con los otros dos grandes ni con los Comuns ni los dos grupos de centroderecha (PP y Cs). Ya parece claro que querer gobernar Cataluña desde el exclusivismo (solo con los nuestros) será no solo casi imposible, sino contrario al interés de los ciudadanos.
Es hora de aterrizar en el realismo. Máxime cuando la realidad política española –se vio ayer en el muy bronco choque entre Sánchez y Feijóo– no incita al optimismo. Y con independencia de simpatías políticas, tanto Tarradellas como Pujol, Maragall o Montilla fueron presidentes que supieron tejer y tener complicidades e influencia en España. Cataluña no irá bien si España va mal.
Y el panorama español está lejos de ser óptimo. Un Gobierno con una mayoría poco coherente, una oposición de derechas que cree que debería gobernar. Además, ahora las elecciones catalanas –con la obligada competitividad electoral entre ERC, Junts, los Comuns y el propio PSC– harán imposible pactar los presupuestos del 2024. Sánchez ya ha tomado nota y decidido preparar los del 2025. Una anomalía añadida. Tres elecciones en los próximos tres meses -20 de abril en Euskadi, 12 de mayo en Cataluña y 9 de junio, las europeas en toda España– no son una asignatura nada fácil para Sánchez. Tampoco para Feijóo.
Con la guerra en Ucrania, una crisis humanitaria en Gaza que puede tener derivadas peligrosas, la incógnita sobre las elecciones americanas y la tensa situación española, en Cataluña debería ser hora de gobernar con los pies en el suelo; los pactos, que serán obligados, y el pragmatismo, que no está reñido con objetivos ambiciosos. Pero habrá que esperar al 13 de mayo.
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