Opinión | JUEVES SOCIALES

Adiós a los playmobil

Sigue causándome una ternura infinita que vinieran a poner todo en su sitio y al mismo tiempo a dejar todo en desorden

Citroën 2CV Playmobil, un homenaje a una leyenda

Citroën 2CV Playmobil, un homenaje a una leyenda

Estos días me he decidido a empezar una tarea que seguramente no tenga fin. Voy a ordenar la habitación de mi hijo pequeño y a decidir qué se guarda o qué se dona o qué se tira directamente de todos los tesoros que almacena. Los Playmobil van al trastero, en una caja enorme en que se han mezclado por fin en paz los piratas con los caballeros medievales, los policías, los ladrones, los visitantes del zoo, los romanos y los espías. Ha costado colocar la pirámide al lado de los barcos, incrustar los dinosaurios dentro del volcán y apagar la luz del faro que tanta ilusión hizo a su hermano mayor hace muchos años. Las momias y los faraones seguirán durmiendo un sueño eterno hasta que otras manos vuelvan a darles vida. 

Quizá dentro de un tiempo, alguno se acordará de esta caja y la compartirá con sus hijos, o quizá no, pero no puedo desprenderme de los protagonistas de tantas tardes en el salón, de tantas batallas, de tanta aventura como hemos jugado juntos. Mamá, una aventura, era la señal para tirarnos por el suelo, sacar las catapultas, y organizar la conquista de un reino imposible. 

En otro arcón esperarán su turno los Gormitti, esos seres extraños que ha costado reunir y sacar de todos los rincones de la casa. A su lado, los peluches preferidos, los que acompañaron su sueño o sus viajes. Otros, los que no han pasado la criba del recuerdo, si están en buenas condiciones, visitarán guarderías o colegios, donde volverán a cobrar vida en otras manos. 

Queda aún mucha tarea, sobre todo porque tengo que realizarla a escondidas de uno y otro que desvalijan los arcones para volver a sacar algún juguete. Cómo vas a dar esto, y esto otro y aquello… con lo que ordenar su cuarto se va pareciendo cada vez más al trabajo de las danaides, condenadas a llenar un cántaro sin fondo. 

Alguien me dijo una vez que estaba deseando que sus hijos empezaran con los móviles para que la casa se desalojara de cajas grandes y bajo el árbol de Navidad ya no hubiera paquetes enormes que ocuparan tanto sitio. No lo comprendí entonces ni lo comprenderé nunca. A mí me gustaría que la noche de Reyes, al lado de las galletas para sus majestades y la leche y el agua para los camellos se depositaran en mi casa otro barco Playmobil, una isla pirata o un castillo encantado. 

Me gustaría regresar a aquellas noches mágicas en que los regalos parecían abultar más que sus pequeños cuerpos y eran una promesa de tardes enteras de rodillas cansadas y manos sucias. Ese es el único regalo que me gustaría encontrar: mantener intacta la ilusión de la infancia, poder detener el tiempo, que sus manos pequeñas cupieran aún en la mía. Ya sé que es imposible, por eso, hasta que otros hijos, los suyos, encuentren estos tesoros, voy dilatando la tarea de ordenar los juguetes. 

No solo guardo egipcios o romanos, sino la nostalgia de una pérdida que no ha hecho más que comenzar. Así tiene que ser, y a lo mejor solo estoy convirtiendo en literatura lo que no es más que algo cotidiano, pero no sé hacer otra cosa mejor que esta, salvo disparar catapultas, lanzar flechas y vivir inmersa en la paradoja de alegrarme por verlos crecer y al mismo tiempo, lamentarlo. Será porque sigue causándome una ternura infinita que vinieran a poner todo en su sitio y al mismo tiempo a dejar todo en desorden. Feliz Noche de Reyes.