Opinión | DESPERFECTOS

Los tratados de Pedro Sánchez

La pregunta es si un Estado soberano, miembro de la Unión Europea y de la OTAN, necesita de terceros para arbitrar cuestiones internas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / José Luis Roca

Pedro Sánchez ha llevado la opinión pública a un grado de tensión que se distancia de la volatilidad general y coincide en parte con los propios cambios de posición del gobierno, entre la infancia y la adolescencia. Al iniciar su segundo mandato, Pedro Sánchez no parece desdecirse de su transformismo. Tanto los encuentros efectuados entre PSOE y Junts en Bruselas como el cara a cara actual en Ginebra se desparraman por las redes sociales de modo agudo. Es a la hora del café cuando todo se banaliza más, como de costumbre.  

Si raras veces se llegaba a hablar de soberanía nacional, y más de la unidad, desplazar las conversaciones antes y después de la investidura a países extranjeros ha generado perplejidad y más aún al aparecer la figura del mediador o verificador. La pregunta es si un Estado soberano, miembro de la Unión Europea y de la OTAN, necesita de terceros para arbitrar cuestiones internas. En otro trámite semántico también haría falta saber si efectivamente existe un conflicto entre Catalunya y España, como dice el 'procés' y parece asumir La Moncloa.

Más allá del papel desorbitado que tenga Carles Puigdemont en el panorama, ¿era el ministro Félix Bolaños el arquetipo político para tareas de esta naturaleza? ¿Tiene el secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, la idoneidad política para ese escenario? Si el PSOE ha aceptado la figura del verificador algo tendrá que ver con su propia incapacidad a la hora de controlar un foco tan visible de dispersión y desconcierto. Es decir, a la hora de contrarrestar los movimientos de Puigdemont en el tablero.   

Pedro Sánchez lleva batidos muchos récords. Llevó al PSOE a la derrota en las elecciones municipales y autonómicas, perdió en su cara a cara con Núñez Feijóo y convocó elecciones anticipadas. No las ganó en votos y luego consiguió urdir una coalición muy variada, para ser investido y gobernar. Mientras tanto, después de haber asumido la presidencia semestral del Consejo de la UE –que no es la presidencia de la Unión Europea- e incorporarse como arquitecto del europeísmo, tuvo que despacharla con prisas, aunque ha llegado a tiempo para poner su acento propio en la situación dramática en Gaza con un gesto poco diplomático que hizo incluso más difícil la estrategia de Joe Biden y el consenso tan arduo en el Consejo Europeo. También ha tenido tiempo para publicar un libro. 

En busca de un verificador o figura mediadora para sus pactos, PSOE y Junts se pusieron de acuerdo en recurrir al Centro para el Diálogo Humanitario Henry Dunant. En 1859, presente en el escenario atroz de la batalla de Solferino –Austria contra el indefinible Napoleón III y El Piamonte-, el filántropo suizo Henry Dunant se impuso el deber de urdir lo que luego fue la Convención de Ginebra. Así se fundó la Cruz Roja, de efectiva presencia universal. El humanitarismo daba un gran paso. Son muy extraños los vasos comunicantes entre la guerra y la paz. 

Los encuentros entre PSOE y Junts en la tercera dimensión quedan muy lejos de aquel macro-tratado de Tordesillas por el que a finales del siglo XV  España y Portugal llegaron a una suerte de acuerdo para repartirse el Atlántico. De la línea divisoria nació el Brasil. Ni la diplomacia es lo que era. Ahora solo se trata de conseguir que Puigdemont entre por la frontera acompañado por una banda de música con bombos y cascabeles.