Opinión | EDITORIAL

Plataformas y redes sostenibles

Las ‘big tech’ deben asumir parte del coste de hacer que las redes crezcan y sean más eficientes energéticamente

Residuos electrónicos: un monstruco que crece sin parar y con poco reciclaje

Residuos electrónicos: un monstruco que crece sin parar y con poco reciclaje / Agefotostock

Con más o menos reticencias según la actividad de que se trate y de la sensibilidad y responsabilidad de cada uno, vamos asumiendo las consecuencias de que los recursos no son infinitos, o no serán tan abundantes ni baratos como lo fueron (como el agua) y que el consumo abusivo de algunos de ellos (como los combustibles fósiles) tienen un efecto directo en el cambio climático global. Así, nos lo pensamos dos veces (o deberíamos hacerlo) antes de dejar un grifo abierto alegremente e integramos (o deberíamos) criterios de sostenibilidad y eficiencia energética en nuestra movilidad, o en el reciclaje de nuestros residuos. La conciencia (o mala conciencia) de la huella climática de cada una de nuestras actividades cotidianas es cada vez más general, a menos que se quiera cerrar los ojos a la evidencia. Y ese es el primer paso para la acción.

En el marco del proyecto Nodos de EL PERIÓDICO, para entender más la industria de la tecnología digital y las telecomunicaciones, hoy explicamos cuál es la contribución de la digitalización en el consumo energético y en las emisiones de gases, qué debates enfrentan a las compañías de telecomunicaciones, a los gigantes que ofertan sus servicios en la red y a los gobiernos y qué podemos hacer cada uno de nosotros para contribuir a que nuestro consumo de datos ahorre recursos. Esa información no nos resulta aún evidente: pero las tecnologías de comunicación digital contribuyen a entre el 1,5% y el 5,9% de las emisiones de gases y aunque parezca que es algo que está fuera de nuestro control o que nuestros hábitos de consumo tiene un impacto irrelevante, lo cierto es que decisiones simples como moderar la calidad de imagen en el visionado de streaming, o ser cuidadoso en el apagado de los dispositivos o en el envío o mantenimiento en la nube de archivos voluminosos sí tiene consecuencias. Con todo, como en todos y cada uno de los aspectos en que se reclama a los ciudadanos y consumidores su implicación, las responsabilidades son compartidas. Gran parte de la transformación del modelo energético y de consumo de recursos recae en decisiones individuales, pero estas (aunque esto no debe servir de excusa para la inacción personal) son solo una parte de grandes decisiones estructurales que dependen de las acciones de gobiernos y corporaciones.

Pese a todo lo que hemos dicho, la sustitución de algunas actividades físicas por otras digitales ha contribuido a avanzar en su descarbonización. Y al ser su consumo energético básicamente eléctrico, a medida que avance la implantación de fuentes de generación renovables eso compensará su impacto. Pero solo en parte, debido a la multiplicación exponencial del tráfico de internet que se vislumbra en los próximos años. Para ello será imprescindible seguir invirtiendo de forma masiva en ampliar la capacidad de las redes y hacerlas más eficientes. 

Como reclaman las grandes operadoras de telecomunicaciones, esa carga debería recaer también en las big tech que utilizan esas redes para difundir sus servicios: solo seis de ellas acaparan el 50% del tráfico total de datos. No es solo una cuestión de reparto de costes y beneficios entre quienes ponen las autopistas para la información, quienes la hacen correr por ellas y (no lo olvidemos) para quienes crean esos contenidos. Que para esas grandes compañías verter ingentes cantidades de datos en las redes suponga un peaje es el primer paso para que racionalicen el uso que hacen de ellas.