Opinión

La conexión Sánchez-Puigdemont

Con tanta desconfianza en la nueva coalición, es improbable que el líder del PSOE pueda consolidar ni tan siquiera los votos que tuvo el pasado julio. ¿Será una investidura proclive a elecciones anticipadas? 

Concentración en Ferraz en contra de la amnistía

Concentración en Ferraz en contra de la amnistía / VICTOR LERENA

Han chocado dos estados de opinión: quienes suponen que detrás del pacto de investidura, con amnistía adjunta, hay un programa de gobierno y quienes sospechan que solo se trata de mantener a Pedro Sánchez en la Moncloa, como sea. Ese choque está generando una división flagrante que alcanza también al electorado socialista en toda España y extrema al máximo la distancia entre el independentismo –con la lucha entre Junts y ERC- y aquella ciudadanía de Catalunya que ve la amnistía y el retorno de Puigdemont como una afrenta. El eco de la amnistía en Bruselas tampoco es aprobatorio.

Después de la investidura, con Carles Puigdemont de regreso, más allá de la guerra entre Junts y ERC para representar a quienes sigan con la secesión, al PSC le afectará la sombra del expresidente ya amnistiado. Pero la sombra maximalista y arcaica de Puigdemont sobre todo perseguirá a Pedro Sánchez.

En el Siglo de las Luces, un gentilhombre llamado Montesquieu cabalgaba por sus viñedos no lejos de Burdeos mientras, con finísima inteligencia, concibió la forma de que los poderes de gobernantes, jueces y legisladores se mantuvieran en equilibrio. Creía que la libertad es el derecho a hacer todo lo que las leyes permiten. Es la ley como instrumento de la libertad, ley que hace el legislador –hoy, a menudo, por iniciativa del Ejecutivo- y aplica el juez. Los tres poderes se vigilan entre sí y a sí mismos. Así, Montesquieu entrelazó seguridad y libertad por el conducto de la ley.

En el conjunto de España, después de la reacción inicial ante un pacto firmado en Bruselas con alguien que se fugó en el maletero de un coche, hay inquietud ante la posibilidad de riesgos que afecten al equilibrio de poderes –en especial, en el poder judicial- y a la seguridad jurídica, que es esencial para el crecimiento económico. Es muy aventurado suponer que no va a pasar nada y que, una vez más, Pedro Sánchez se ha salido con la suya. No siempre tiene buen final la bulimia de poder, más de estar que de hacer.

En 1748, con 'Del espíritu de las leyes', el gentilhombre viticultor inspiró, todavía en tiempos de monarquía absoluta, el mejor modo de limitar el poder en la vida política. Ante el abuso de poder Montesquieu concibió una forma de vigilar al vigilante: dijo que para que no se pueda abusar del poder hace falta que el poder detenga al poder. De ahí proviene la respuesta lógica del poder judicial a una invocación improvisada y demagógica al 'lawfare' que pudiera convertirse en propuesta legislativa. Los grandes maestros vieron como una tentación demasiado fuerte para la fragilidad humana, sujeta a ambición, el confiar a quienes tienen el poder de hacer las leyes, el poder de hacerlas aplicar.

Finalmente, el PSOE borra las huellas del 'lawfare', pero la tentación y la insolvencia han dejado rastro. Para ser investido, Pedro Sánchez ha tenido que confiar en Carles Puigdemont y en los demás socios de investidura pero Podemos no quiere que Sumar le someta, ERC y Junts no cesarán en su querella mortífera y el PNV tiene que parar los votos que se van a Bildu. Con tanta desconfianza en la nueva coalición, es improbable que Pedro Sánchez pueda consolidar ni tan siquiera los votos que tuvo el pasado julio. ¿Será una investidura proclive a elecciones anticipadas? Estamos en las antípodas de la Transición, como si solo contasen la aritmética y la ambigüedad. El acuerdo PSOE-Junts y la conexión Sánchez-Puigdemont reducen Montesquieu al papel de Polichinela.