Opinión | EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

El nuevo aceleracionismo

El «aceleracionismo efectivo» sostiene que los avances tecnológicos impulsados por el libre mercado resolverán las crisis que el propio sistema capitalista ha producido

El empresario tecnológico Marc Andreessen.

El empresario tecnológico Marc Andreessen.

En la cima del movimiento contracultural de los años 60, un destacado autor de ciencia ficción, Roger Zelazny, publicó una novela, El señor de la luz, con las semillas del concepto del aceleracionismo. Específicamente, la novela describía un grupo de personajes que buscaban un rápido cambio tecnológico para mejorar su sociedad. Zelazny apodó a este grupo rebelde los aceleracionistas. Décadas más tarde, ya tras la derrota de la Unión Soviética, Nick Land, profesor de la Universidad de Warwick, se obsesionó con la velocidad y encontró un vínculo entre tecnología y capitalismo. Para Land, la tecnología y el capitalismo eran un gran sistema acelerado, devorando el mundo. En sus aulas planteaba atrevidas teorías sobre lo que esto significaba. El yo estaba muriendo, consumido por las redes rápidas de dinero, información y deseo. «El humano es algo que debe ser superado», decía. «El futuro pertenece a la tecnología». Instaba a adoptar la tecnocultura capitalista y acelerar su dominación. El individuo estaba obsoleto. La nueva era no tenía lugar para aquellos aferrados a las antiguas ideas de identidad, significado y subjetividad.

Las creencias de Land eran extremas. Pero revelaron los desorientadores efectos de las nuevas tecnologías. A medida que se acelera el ritmo del cambio, ¿cómo preservaríamos un espacio para lo humano? Es una pregunta con la que aún luchamos hoy en un mundo cada vez más complejo.

Desde entonces, Land se ha convertido en gurú de la derecha neoreaccionaria norteamericana. En 2013 redactó su influyente ensayo titulado La Ilustración Oscura que le dio forma. Sostiene que los aceleracionistas deberían apoyar figuras como Trump para cargarse el orden actual lo más rápido posible. En Silicon Valley han adaptado la teoría y tienen un movimiento propio. Encabezado por tecnobillonarios como Marc Andreessen -conocido inversor de Facebook, Airbnb, Lyft, Skype y muchos otros imperios digitales-. Estas semanas se ha hecho oír lanzando un manifiesto tecno-optimista, en ese afán de polarizar. «A favor» o «en contra», donde no hay puntos medios. Por si viviéramos con poca violencia y confrontación. Sostiene que la única solución a los problemas estructurales creados por el capitalismo es hacer más capitalismo, y especialmente apostar por el desarrollo de la inteligencia artificial sin restricciones.

Su ideología se llama «aceleracionismo efectivo». Sostiene que los avances tecnológicos impulsados por el libre mercado resolverán las crisis que el propio sistema capitalista ha producido. En lugar de reformar o restringir las fuerzas del mercado, hay que acelerarlas al máximo con la automatización. Apuesta por la innovación sin control para crear un capitalismo utópico de alta tecnología. Su propuesta tiene, cómo no, sus enemigos. Que «no son malas personas, sino malas ideas», como la sostenibilidad, la ética y la gestión del riesgo. No hay que preocuparse, la IA es «un solucionador universal de problemas», y el mercado lo resolverá todo, desde «los accidentes de coche a las pandemias, pasando por los incendios», siempre que nos mantengamos al margen y se permita a los tecno libertarios hacer.

El aceleracionismo ciego ignora los riesgos muy reales que cualquier cambio disruptivo trae consigo"

Es un concepto seductor para aquellos que sueñan con una utopía impulsada por la tecnología. Y es cierto que, a lo largo de la historia, muchas innovaciones que incrementaron la productividad también mejoraron los estándares de vida. Pero el aceleracionismo ciego ignora los riesgos muy reales que cualquier cambio disruptivo trae consigo. Lo que no reconocen es que los sistemas económicos y sociales consisten en relaciones complejas e interdependientes. Demoler rápidamente estructuras antiguas sin cuidado ni planificación deja a los trabajadores vulnerables al desplazamiento y la desigualdad. Concentrando el poder entre aquellos que poseen los nuevos medios de producción, y dejando atrás a las clases media y trabajadoras.

Los políticos no pueden permitirse cerrar los ojos y pisar el acelerador, pase lo que pase. Su papel es canalizar estas fuerzas de la tecnología para maximizar el beneficio común. Eso requiere evaluar cuidadosamente los impactos de cada innovación, redirigir las ganancias de productividad hacia nuevas oportunidades educativas y emprendedoras, y fortalecer las redes de seguridad. Las empresas también necesitan reconocer que la rápida automatización corre el riesgo de fomentar el descontento social. Si bien acelerar el progreso es imperativo para la competitividad, el sector privado debería ver valor en promover una prosperidad ampliamente compartida. Los trabajadores cuyas vidas son trastornadas por la automatización y la vigilancia, sin apoyo ni opciones se convierten en consumidores y ciudadanos inestables.

El «aceleracionismo efectivo» contiene elementos valiosos en su entusiasmo por el progreso y el potencial de la tecnología. Pero mejorar las vidas a largo plazo requiere mirar más allá del mero impulso. Si el cambio no se basa en la justicia y la empatía, la búsqueda del impulso se vuelve temerario. Las ideas radicales por sí solas no pueden garantizar un cambio positivo. El verdadero progreso requiere mantener los valores humanísticos, no solo acelerar la velocidad.

Las ideologías que descartan los ideales de la Ilustración amenazan con la distopía, no importa cuán «aceleradas» puedan parecer. El progreso exige sabiduría, no solo velocidad.