Opinión | DÉCIMA AVENIDA

Derechos humanos y periodismo

La crisis en Gaza e Israel evidencia la necesidad de un relato del conflicto basado en el rechazo sin titubeos a toda violencia contra civiles, los derechos fundamentales, las libertades y la legislación internacional

Un área de Gaza destruida por los bombardeos de Israel.

Un área de Gaza destruida por los bombardeos de Israel. / EFE

Después de trabajar como corresponsal cinco años en Jerusalén y de vivir en la zona en dos etapas durante ocho años, la nueva crisis abierta después del brutal ataque de Hamás en territorio israelí el pasado 7 de octubre me crea más dudas e incertidumbres que respuestas y certezas. Soy un bicho raro, lo sé: a mi alrededor, todo el mundo tiene no solo una opinión firme sobre el llamado conflicto palestino-israelí, sino sus propios hechos (reales o alternativos), su propia historia (auténtica o inventada), su propia convicción respecto de quién tiene razón, quién actúa de forma justa, qué leyes hay que respetar y cuáles no, qué muertes y qué sufrimiento son justificables y cuáles intolerables. El palestino-israelí es el Barça-Madrid de los conflictos internacionales: todo el mundo habla, nadie escucha a nadie, todas las opiniones se proclaman respetables y, al mismo tiempo, todos los hechos son discutibles y discutidos. En todas las guerras hay niebla; en este caso, la niebla es una guerra en sí misma. 

Ha sido así desde hace mucho tiempo, pero como en otros aspectos de la conversación pública las redes sociales lo han exacerbado. En las redes, periodistas, académicos, propagandistas (a sueldo y por amor a la causa), activistas, cocineros, bots, políticos, actores, enterados, listillos, posturistas, trolls, todólogos, opinantes, racistas, buenistas, etcétera, construyen, de forma voluntaria o involuntaria, una cacofonía insoportable que imposibilita la circulación de información, el análisis y la comprensión de lo que sucede y que, por tanto, contribuye a perpetuar el conflicto y todo lo que esta palabra incluye: muerte y sufrimiento de miles de personas, por resumirlo. 

A los ciudadanos nos toca elegir cómo informarnos. Yo elijo el periodismo y a los periodistas sobre el terreno, la vieja figura del corresponsal, entre otros motivos por deformación profesional, es mi gremio. Su trabajo en este contexto es muy difícil, las etiquetas vuelan y a un corresponsal se le acusa al mismo tiempo de propalestino o proisraelí, antisemita o islamófobo, dependiendo de qué crónica haya escrito o de qué foto o vídeo haya publicado. El sarcasmo es que las etiquetas las suelen colocar quienes sí tienen una visión del conflicto firme e inamovible, impermeable a los hechos, muy a menudo fundada en una visión del mundo más que en el conocimiento de la zona. En las redes, estas etiquetas adoptan la forma de insultos y amenazas, muchas veces en campañas orquestadas. 

Más que un asunto de izquierda y derecha, en la conversación pública y occidental se es proisraelí o propalestino según la visión del mundo. Hay excepciones, ilustradas, como la de Mario Vargas Llosas y su extraordinario libro de crónicas 'Israel/Palestina: Paz o guerra santa', pero a grandes rasgos defender y justificar a toda costa a Israel es cosa de los defensores del 'statu quo' y enarbolar la bandera de la causa palestina con fervor es propio de quienes se sienten críticos o incómodos con el 'establishment'. La etiqueta propalestina (real o inventada) es letal cuando se pretende frecuentar según qué salones. De la misma forma, la etiqueta proisraelí (justificada o no, da igual) es anatema si se quiere presumir de según qué tipo de credenciales ideológicas. Por eso es tan sencillo llevar los miles de muertos en Israel y Gaza a asuntos domésticos, como una investidura o la política municipal. 

De ahí que cuando la realidad explota con brutalidad y muerte a muchos se les vean las costuras y las vergüenzas. A una parte del movimiento contra la ocupación de los territorios palestinos –que con razón denuncia el doble rasero que sufren las víctimas palestinas de la red de violencias de la ocupación– le cuesta un mundo digerir la brutalidad del ataque de Hamás en territorio israelí contra civiles. De la misma forma, muchas voces que denuncian atrocidades en otras partes del mundo con gran despliegue moral guardan un silencio atronador sobre las demoledoras operaciones militares israelís en Gaza que pagan millones de civiles (Ursula von der Leyen como ejemplo, aún más evidente por el discurso impecable de Josep Borrell). Unos tienen derecho a luchar contra la ocupación. Otros, a defenderse. Y prietas las filas y a degüello contra el disidente.

Existe otra mirada, en esto la actual crisis no me genera dudas, sino que me ratifica: la de los derechos humanos, las libertades civiles, el derecho internacional y el rechazo a la violencia contra civiles. Y, eso siempre, periodismo a secas para contarlo, fiscalizarlo y ayudar a entenderlo.