Opinión | AMNISTÍA AL PROCÉS

Qué calvario con Puigdemont

Puigdemont es un pésimo cliente. Ha llegado al restaurante y quiere que le sirvan el primero. No le importan los otros comensales

Carles Puigdemont, el pasado lunes en Bruselas.

Carles Puigdemont, el pasado lunes en Bruselas. / EFE/EPA/Olivier Hoslet

Dios mío qué calvario nos ha tocado este año con Carles Puigdemont, el hombre que tiene en sus manos el futuro más inmediato de España. Reclamo perdón por echar más leña al fuego, pero el cuerpo me pide desahogarme. Quiero liberarme del virus de moda. No lo lograré.

Las urnas, sabias, dejaron en tablas la partida de ajedrez para conformar gobierno. Ni el desorientado Alberto Núñez Feijóo (que parece un boxeador noqueado), ni el incombustible Pedro Sánchez (que está midiendo los tiempos como un juez de atletismo) consiguieron el 23 de julio los apoyos suficientes para gobernar. Al final del escrutinio, aunque fuera provisional, ya vislumbramos que el árbitro iba a ser el líder de Junts per Catalunya. Mala suerte.

Así que llevamos semanas con el tostón del precio a pagar por el bloque progresista para lograr los votos en el Congreso de los exconvergentes. Estoy hasta la coronilla de los doctores de la ley que proclaman, con grandilocuencia, que la amnistía cabe o no en la Carta Magna. Si se dicta, será recurrida por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional. El órgano de garantías, hoy con mayoría progresista, tendrá la última palabra.

El problema es que Puigdemont es un pésimo cliente. Ha llegado al restaurante y quiere que le sirvan el primero. No le importan los otros comensales: él exige, ya mismo, la impunidad para sus presuntos cómplices, colaboradores o saboteadores en la grave asonada del procés. Preparar un plato como el perdón penal y/o administrativo para un colectivo numeroso y dispar no es algo fácil. Le da igual.

Los españoles que han escogido al PP o a Vox se suben por las paredes ante las ínfulas del europarlamentario. Tienen claro que al enemigo ni agua. Entre los votantes del PSOE también reina el desconcierto y el miedo. Muchos se sienten humillados por el correoso independentista. "¿De qué va este?", se preguntan. Antiguas glorias socialistas, como Felipe González y Alfonso Guerra, advierten de que es un mal camino.

Mientras tanto, tertulianos, políticos y juristas de izquierdas se afanan en convencernos de la oportunidad, bondad e inocuidad de la comanda de los soberanistas. Algunos, incluso, han llegado a afirmar que el expresident de la Generalitat no es un huido. Dicen que no es un fugitivo, un requisitoriado, un rebelde porque, desde el primer momento, cuenta con abogado ante el Tribunal Supremo. Ole y ole.

Con un poco de suerte, para Sánchez y Yolanda Díaz, Feijóo pegará un gatillazo en su investidura. El presidente del Ejecutivo en funciones sacará su cronómetro y proclamará: "Es mi turno". Para entonces, la comida del antiguo periodista con afán de pasar a la historia con mayúsculas ya estará muy adelantada.

La amnistía puede ser una buena terapia, aunque deje con el culo al aire a jueces y fiscales. No parece probable que, a corto plazo, se repitan los desvíos de fondos públicos y la violencia callejera para conseguir una independencia unilateral y no deseada por la mayoría de catalanes. Mucho menos por el resto de España. Tampoco pasaría nada si tuviésemos que volver a votar.