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Yolanda Díaz y Carles Puigdemont

Toni Comín, Carles Puigdemont, Yolanda Díaz y Jaume Asens en su reunión en Bruselas.

Toni Comín, Carles Puigdemont, Yolanda Díaz y Jaume Asens en su reunión en Bruselas. / EFE

Ha hablado Carles Puigdemont, la investidura de Sánchez no parece más cerca y la repetición de elecciones sigue siendo una alta probabilidad. El PSOE afirma que no lo vio «confrontativo», pero tras el discurso del ‘expresident’, y su amigable encuentro en Bruselas con la vicepresidenta Yolanda Díaz, las cosas están más confusas. Cierto, lo ha apuntado ERC, Puigdemont ahora se ha abierto a hablar con Madrid -como Junqueras hizo hace años- y al inicio de toda negociación se fijan posiciones de máximos. Y hasta el 11 de septiembre y el 1 de octubre -sexto aniversario del famoso referéndum- necesita hablar para los suyos y no molestar a los más radicales: la ANC y parte de sus votantes. Quizás por eso diga que la amnistía total y la paralización de la fiscalía -aún más problemática- es condición previa e indispensable para negociar la investidura. O que Junts no renuncia a la vía unilateral pese a que el prudente José Montilla dijera que una amnistía -o pasar página según Sánchez- debería conllevar el olvido de volver a hacerlo. Incluso que afirme que el único límite es la legislación internacional sobre los derechos humanos y no la Constitución.

Por el contrario, es verdad que no hizo del referéndum una exigencia inmediata -dijo que el artículo 92 de la Constitución lo permitiría- y aunque sostenga que todavía no se negocia, se pactó la Mesa del Congreso y Junts tendrá grupo parlamentario solo por el préstamo temporal de dos diputados socialistas. El Gobierno tenía que decir que el vaso estaba medio lleno y la ministra portavoz se defendió afirmando que estaban en las antípodas pero que las herramientas del ejecutivo eran «el diálogo y la Constitución con el objetivo de la convivencia». Y Marlaska añadió que no se alcanzaría la convivencia fuera del marco constitucional.

Pero la confusión ha aumentado. Lo que más sorprendió de Puigdemont no fueron tanto las exigencias, sino la convicción con la que hablaba como si representara a toda Cataluña cuando tiene 7 diputados de los 48 que los catalanes envían al Congreso. Y su insistencia en que no se trataba de una investidura, sino de lograr un «acuerdo histórico» que restituyera lo que se perdió en 1714. Sí, es teatro… pero lo puede imaginar pese a que un «acuerdo histórico con España» exigiría obligatoriamente la firma del PP. ¿Y si el subidón provocado por ser bisagra imprescindible le lleva a creer que tiene el arma atómica y la investidura no tiene sentido si no conlleva un giro decisivo y con mayúscula en la Historia? 

Sánchez tiene activos. Puigdemont puede temer una repetición electoral porque la lotería no toca siempre. Su política de desinflamación -más la personalidad de Salvador Illa que no quiere remover el pasado, sino pactar el futuro- ha hecho que el PSC, al que el independentismo dio por muerto, vuelva a ser el primer partido catalán. Y ha logrado sustituir a los inflamados de Podemos -Pablo Iglesias e Irene Montero- por el Sumar más pactista de Yolanda Díaz. Pero hay el peligro de que a la radicalidad de Pablo la haya relevado la superficialidad y la pulsión protagonista de Yolanda. 

Y no es presentable que, a cambio de nada, la ‘número tres’ del Gobierno se haga una foto con Puigdemont como si fueran dos contentos negociadores que han acabado la tarea. Cuando se empieza un toma y daca y se quiere tener éxito es un error pagar sin contrapartidas. Y a destiempo, porque hasta después de la votación de la investidura de Feijóo, a fin de mes, todo tiene poco sentido. Y un día antes de que Puigdemont compareciera. La aritmética parlamentaria casi le ha hecho el rey del mambo, pero ¿debía la vicepresidenta segunda incrementar esa sensación luciendo sintonía con alguien que España reclama ante los tribunales europeos?

Sería muy positivo para Cataluña y para España poder pasar página del conflicto del 2017, pero eso solo puede lograrse con seriedad y reciprocidad. El Gobierno ni puede ni debe hacer gestos gratuitos y unilaterales antes de tiempo. Moncloa lo niega, pero ¿lo hizo Díaz con el aval de Sánchez? Sería peor porque una cosa es buscar un pacto complicado y con riesgos y otra distinta caer en el aventurismo.