Opinión | CASO RUBIALES

España recupera su leyenda negra

El propietario de la Real Federación de Fútbol propicia la mayor avalancha de críticas envenenadas de la prensa internacional con "el asunto del beso"

Luis Rubiales preside una alianza con la ONU Luis Rubiales.

Luis Rubiales preside una alianza con la ONU Luis Rubiales. / Europa Press

Luis Rubiales no se ha hundido por sus pecados, sino porque empezaba a convertirse en una amenaza para sus protectores, véanse el auge y caída de Anastasio Somoza. El rechazo a los métodos del omnipresidente tampoco procede del mundo del fútbol, que lo ovacionaba encandilado en la Asamblea de la Federación. El precipicio se abre a los pies del lenguaraz una vez que se despereza el mundo ajeno al balón, asombrado ante la metamorfosis del mayor triunfo del deporte femenino en un diluvio de testosterona.

El mundo del fútbol y el fútbol del mundo no funcionan a pesar de personas como Rubiales, sino gracias a ellos. La secuencia de presidentes de la Fifa se pavimenta en escalones corroídos como Havelange o Blatter. De ahí los escándalos amortiguados del vociferante español, gracias a que no atravesaron las fronteras. Las aguas se desbordan con el Mundial femenino, donde el propietario de la Real Federación propicia la mayor avalancha de críticas envenenadas de la prensa internacional recibidas por España en este siglo. Por «el asunto del beso», según lo circunscribió ante la Asamblea de sus lacayos.

Rubiales no sufrió un lapsus o raptus por hallarse en Australia cabeza abajo, Rubiales es así. Gracias a su exhibicionismo, España ha recuperado con honores la leyenda negra, desmentida precisamente por los partidarios de su visión extremista del país que «me duele». El Financial Times convertía un escándalo federativo en un país adyacente en el epicentro de la portada de su edición dominical, quizás el producto informativo de papel mejor elaborado del planeta. El rotativo anglonipón volvía a la carga dos días después. Pese a que su foco es el mundo entero, de nuevo el texto y la fotografía de portada apuntaban a las manifestaciones contra el hombre que besaba demasiado.

Nadie puede culpar a Rubiales de un comportamiento extemporáneo en Australia. Se mantuvo fiel a sus principios, quizás pecó de ultraortodoxo. El pasado martes, el New York Times arrastraba tres piezas en portada sobre la Real Federación. Coincidían quizás accidentalmente con el pronunciamiento de la ONU al respecto. El portavoz del secretario general António Guterres derramaba con liberalidad la palabra "sexismo", y no advertía ningún signo de que el beso fuera "consensuado". Es decir, el organismo del gobierno mundial no solo sentenciaba al ejecutivo mejor pagado del deporte español, sino que iba más allá que un Gobierno timorato y falto se reflejos, por mucho que Miquel Iceta reconozca el retroceso global a una concepción "machista" del país. Es otra forma de remitirse a la leyenda negra.

Rubiales no será sustituido Dios mediante por una persona distinta, sino ajustada tanto como sea posible a su patrón de conducta. Cuando el oleaje del escándalo salpica a la prensa sensacionalista, el protagonista está perdido, y el poderoso Daily Mail británico disparaba esta semana sus alertas a los suscriptores con objeto de destacar que la Fifa iba a solicitar quince años de suspensión para el ejecutivo cesarista. El exfutbolista se merece esta expulsión del paraíso, aunque la acusación mas ajustada sería competencia desleal.

Rubiales no ha sido desnudado por la opinión publicada, sino por la opinión pública. Se desató la alarma social, no la alarma mediática, con una notable propensión de los profesionales de la información a relativizar lo ocurrido. Frente al éxtasis internacional al resucitar la leyenda negra, pueden repasarse las portadas españolas del lunes de autos sin mención al beso, o los extensos reportajes de la prensa del corazón que omiten cualquier referencia a Jenni Hermoso en su condición de víctima. España ha experimentado una auténtica revuelta popular.

Rubiales no entenderá jamás el estruendo que ha desatado. Al fin y al cabo, no besó a la reina Letizia ni a la infanta Sofía, aunque su derroche testicular pretendía arrinconar a la Familia Real y marcar su exclusividad depredadora en el territorio fútbol. Cada cual guarda en su memoria el momento estelar de la devolución a España de su leyenda negra. Cuesta competir con la foto que el Times londinense de Rupert Murdoch colocaba el martes above the fold, en la parte superior de su portada. El rotativo daba cuenta del encierro de la madre del dirigente futbolístico en una iglesia, para llevar a cabo una huelga de hambre digna de mejor causa, con una cobertura del lance que superaba a todos los medios españoles. El país de Rubiales entró en la modernidad gracias a la foto de una Carme Chacón embarazada, y pasando revista a las tropas en su condición de ministra de Defensa. El beso forzoso ha destrozado esta imagen de naturalidad democrática, de vuelta a la casilla de la prehistoria.