Opinión | VIERNES SOCIALES

Las niñas

Se les hace un flaco favor a quienes se dejan la piel en el deporte de base y a los que triunfan o fracasan el de élite si dejamos que continúe un esperpento que ni siquiera Valle-Inclán podría escribir

Las jugadoras del Real Madrid femenino durante un partido ante el Atlético de Madrid.

Las jugadoras del Real Madrid femenino durante un partido ante el Atlético de Madrid. / EFE/CHEMA MOYA

Éramos las niñas, así, en general, aunque de niñas ya teníamos más bien poco, sobre todo algunas que parecían mujeres hechas y derechas. Jugábamos al baloncesto porque se puso de moda, porque entonces las chicas no jugábamos al fútbol, y por la labor impagable de aquellos entrenadores que dedicaban sus ratos libres a enseñarnos a jugar, por puro amor al arte.

No cobraban ni un duro y, a pesar de eso, acudían cada tarde de diario, cuando tocaba entrenamiento, y cada fin de semana, si tocaba partido, a arbitrar, ejercer de entrenador, de mesa o de lo que hiciera falta. Su labor no estaba reconocida en esos años, y creo que tampoco lo está ahora, porque veo a gente dejándose la piel a favor del deporte de barrio, de calle, del que nunca sale en las noticias, pero es el que más importa.

Para ellos, como para todo el mundo, éramos las niñas, ya digo. Las niñas han jugado mal, las niñas están hoy caprichosas, las niñas. Eso decían en el público. En los partidos y en los entrenamientos nos gritaban cosas que hoy serían de juzgado de guardia, pero que se consideraban normales, y que recuerdo a medio camino entre el estupor y el espanto. A pesar de los gritos, que hoy se siguen escuchando en muchos deportes, nunca hubo ningún gesto equívoco, ninguna mano fuera de lugar, ningún beso ni abrazo.

Es mentira que el deporte lleve implícito ese sometimiento, ese dejarse hacer, al menos el deporte que yo conocí, que no tiene nada que ver con el que sale en la prensa y los telediarios. No es verdad que todo esté permitido a los entrenadores y que sea normal que en plena euforia te besen en la boca si has ganado.

Quien actúa así no lo hace porque sea entrenador ni porque se alegre, sino porque quiere, y sobre todo, porque cree que puede. Ninguno de los hombres que nos entrenaban en aquellos años en que todo era posible y todo se aceptaba se acercó a nosotras para plantarnos un beso, y eso que alguna vez ganamos. Tampoco ninguno de ellos hizo ningún gesto obsceno mientras ejercía su cargo, y eso que más de una vez jugamos partidos que bien podrían considerarse batallas campales. Este señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, y del que estamos hablando más que del logro de las campeonas, cree que vive aún en una época en que las jugadoras son niñas, pero podría aprender mucho de mis entrenadores, a pesar de que cobra muchísimo más que ellos, cosa fácil, porque no cobraban nada. Pero ni ellas son niñas, ni la época es la misma, y se les hace un flaco favor a quienes se dejan la piel en el deporte de base y a los que triunfan o fracasan el de élite si dejamos que continúe un esperpento que ni siquiera Valle-Inclán podría escribir por barriobajero, chulesco y, sobre todo, rancio y antiguo.