Opinión | CLÁSICOS DE VERANO

El retorno

Septiembre está llamando a la puerta. Por más que quede una cuarta parte del año (un poco más) el fin del parón de verano es el símbolo de un nuevo ciclo y al mismo tiempo el fin de uno viejo

El retorno.

El retorno. / Pexels

Tocan las campanas para el final de agosto y con ellas también llega el fin de las vacaciones para muchos españoles y turistas.

Septiembre está llamando a la puerta y, con él, el otoño, las clases para los estudiantes y ese olor a Nochevieja, Navidad y lista de propósitos para el 2024. Por más que quede una cuarta parte del año (un poco más) el fin del parón de verano es el símbolo de un nuevo ciclo y al mismo tiempo el fin de uno viejo.

Está muy extendida hoy la depresión posvacacional. No negaré que tener que aguantar en ciertos lugares de trabajo es una prueba titánica y que la "vuelta a la rutina" puede desanimar a cualquier hijo de vecino, pero yo recuerdo los regresos de los viajes llenos de emoción y de ilusión, cargado de recuerdos y de proyectos.

Habrá muchos niños que no sepan lo que es un carrete de fotos, unos negativos de cámara (analógica, se diría hoy), y sin embargo una de las primeras cosas que uno hacía al volver de las vacaciones, en cuanto tenía oportunidad, era ir a una tienda de revelado a llevar esos citados carretes (de 12, 24 ó 36) para recibir, algún día después, las fotos en papel, en brillo o en mate, la gran decisión. 

Descubrir si nuestro dedo tapó el objetivo, si se movió nuestra muñeca y la foto perdió su nitidez, o si el encuadre nos engañó y cortamos los pies o la cabeza a nuestros acompañantes era todo un momento mágico. Nadie podía asegurarnos nada sobre las fotos que habíamos tirado. De hecho, si tenías confianza con el dueño de la tienda no imprimía ni te cobraba las instantáneas que no habían salido bien o se habían velado. 

Y luego, ya de profesionales, estaba la cuestión de comprar los álbumes y escribir con bolígrafo el lugar y la fecha en la que estaba hecha cada fotografía. En esto último mi madre siempre ha sido una campeona, con una letra delicada y clara. 

Después incluso se enseñaban a los amigos y familiares cuando venían a casa de forma que las vacaciones se extendían en el tiempo y volvían a nosotros de varias formas.

Hoy, en cambio, hacemos 150 fotos al día, muchas de ellas (o casi todas) selfies, que compartimos ansiosamente en todas las redes sociales a nuestro alcance con lo que dedicamos gran parte de nuestro tiempo de descanso a publicitar -y quizá también presumir- cada uno de nuestros pasos, que así no viviremos plenamente.

Las vacaciones se cierran hoy sobre sí mismas, y en el viaje de regreso ya estamos pensando en escapar de nuevo. Esa huida, sin embargo, se hace lejana y eso nos entristece.

En el viaje de regreso yo, que soy un tanto neurótico, voy calculando las lavadoras que tengo que poner al tiempo que deleitándome pensando en la lectura de los libros que he comprado allá donde he ido, y los poemas que quiero escribir sobre las imágenes religiosas y otras obras de arte que he visto. Y por supuesto voy pensando en acometer nuevos proyectos profesionales. Es decir, mi retorno está plagado de imágenes de esa nueva etapa que ya ansío aunque no ignoro que en ella habrá obligaciones y momentos que no me harán especialmente feliz.

Hacer la maleta para volver tiene el aroma de nuestras vacaciones totalmente concentrado: la camiseta que se manchó de helado de turrón; las sandalias que nos compramos en el mercadillo del paseo marítimo; los folletos y entradas de los museos, palacios, castillos y centros de interpretación que visitamos -del etnográfico al Bellas Artes-; las revistas de Historia o de muebles que nos hicieron pecar en el quiosco del pueblo; el botecito de arena que le prometimos llevar a nuestra vecina, la del tercero... 

Como casi todo, o incluso todo, depende de nuestra actitud: hacer una maleta puede verse como una obligación triste y tediosa que acometemos sin ganas, doblando la ropa de cualquier manera porque se acaba nuestro período de asueto, algo así como recoger las figuras del Belén o desmontar el árbol con sus adornos al final de la Navidad; o puede verse como la oportunidad de condensar lo mejor de esos días fuera de nuestro entorno habitual.

Por eso el retorno es entendible como un engorro fatal: los atascos, el viaje que se hace interminable, y pensar en los "deberes" que nos esperan; o tomarse como una gran oportunidad de volver con la batería llena de sol o de fresquito o de cultura o de tiempo con los nuestros (energías todas limpias) para iniciar nuevos proyectos, para poner ilusión de niño en cuanto se nos presente. 

El otoño nos aliviará de los rigores del calor más extremo y posiblemente nos regalará la ansiada lluvia para terminar con las restricciones de tantos rincones de nuestro maravilloso país. Estará lleno de esperanzas y sueños por cumplir.

Retornemos pues a nuestras vidas, a nuestros trabajos y a nuestros hogares agradecidos, llenos de fuerza y ganas. La vida nos seguirá sorprendiendo, hiriendo, regalando, descubriendo el misterio y el milagro cada día. Hagamos listas (mentales o en papel) de todo lo que anhelamos hacer: películas que ver; obras de teatro por disfrutar; parques a los que ir; amigos a los que volver a encontrar; ideas que desarrollar; hábitos que adquirir o hábitos que dejar; clases de sevillanas o tangos a las que apuntarse; oenegés de las que hacerse miembro; bancos de alimentos con los que colaborar; talleres de mosaico o de pintura o de escultura en los que aprender; idiomas con los que enfrentarse y que dominar.

El retornar significa seguir viviendo, y la vida es siempre un regalo que agradecer. Aprovechémoslo.