Opinión | ATENTADOS YIHADISTAS

La larga sombra de los atentados del 17A

El gran reto es que de ese trauma no emerjan jóvenes que dejen de sentirse integrados y abracen la violencia urbana a modo de protesta

Vista general de las Ramblas llena de gente paseando.

Vista general de las Ramblas llena de gente paseando. / VISTA GENERAL DE LAS RAMBLAS LLENAS DE GENTE PASEANDO. Las Ramblas, llenas de gente. // Faro

Hoy se cumplen seis años de los funestos atentados yihadistas en la Rambla de Barcelona y en Cambrils (Tarragona) que segaron la vida a un total de 18 personas, además de los seis terroristas abatidos por los Mossos d’Esquadra, e hirieron a cerca de 140. Esos atentados fueron el precipitado desenlace de la explosión que tuvo lugar un día antes en una casa en Alcanar (Tarragona), en la que un grupo de jóvenes radicalizados liderados por el imán de Ripoll (Girona), Abdelbaki Es Satty, todos ellos de origen marroquí, estaban preparando una serie de atentados masivos. Esa fecha ha dejado no solo unas enormes heridas individuales en las víctimas y en la opinión pública, sino que también ha tenido un impacto político, algo retardado y, gracias a la madurez de la sociedad catalana, limitado, en las últimas elecciones municipales en Ripoll. 

No en vano esta ciudad se convirtió en el foco de todas las miradas tras conocerse que era la población de procedencia de la mayor parte de los jóvenes miembros de la célula yihadista que perpetró los atentados, quienes se habían radicalizado bajo la influencia de las acciones propagandísticas del Daesh y fueron captados por el imán de Ripoll, un pequeño traficante de drogas que ya había cumplido condena y de cuyo comportamiento ya había alertado la policía belga. Que unos casi adolescentes criados y socializados en Cataluña hubiesen abrazado el ideal islamista, hasta el punto de cometer atroces atentados y sacrificar sus propias vidas, produjo un gran impacto psicológico en el conjunto de la sociedad catalana y en particular en la ripollense, con el consecuente riesgo de fractura social.

 Administraciones y entidades, no siempre con todos los recursos necesarios, han intentado conjurar ese riesgo, pero no se ha podido impedir que en Ripoll se haya instalado un cierto clima de desconfianza y de alerta hacia la comunidad musulmana, que en estos últimos años ha visto incrementar su número, pero en cifras homologables a las del conjunto del país. Este estado de ánimo ha sido captado y a su vez convenientemente promovido, en muchas ocasiones por medio de falsedades, como suele ser práctica habitual de la derecha radical, por el partido Aliança Catalana. Esta formación independentista de ámbito local ha capitalizado el malestar provocado por los atentados del 17A alentando el discurso islamófobo, abonando la idea del choque de civilizaciones y sosteniendo las tesis del gran reemplazo, gracias a lo cual se ha hecho con el gobierno de Ripoll y ha obtenido concejales en Manlleu (Barcelona) y en Ribera de Ondara (Lleida). De momento ,su fuerza es limitada, pero que se le facilite un notable protagonismo mediático abre la posibilidad de que alrededor de su líder, Sílvia Orriols, se articule una candidatura al Parlament de Cataluña capaz de movilizar a sectores xenófobos y racistas, independentistas o no, sobre todo si en el primero de estos sectores existe descontento hacia los partidos tradicionales. Su eventual éxito, por tanto, dependerá de otras variables y no podrá ser atribuible al impacto del 17A.

El gran reto es que de la larga sombra de ese trauma no emerjan jóvenes que, visto el rechazo que suscitan, dejen de sentirse integrados y, como ha sucedido recientemente en Francia, cuanto menos abracen la violencia urbana a modo de protesta. 

Evitar este círculo vicioso está en nuestras manos.