Opinión | ESPAÑA

En Galicia no cambia ni el clima

El avance del cambio climático ha mejorado sus expectativas como refugio frente al calor que se abate cada año con más fuerza sobre el resto de la Península

Turismo en las Islas Cíes

Turismo en las Islas Cíes / EFE/Salvador Sas

Una ola de calor abrasa la Península y a gran parte de Europa, con mucho incendio y cifras de bochorno en los termómetros. Toda Hispania ha sido tomada por el sol. ¿Toda? ¡No! En el noroeste resiste la aldea de Astérix (o más bien de Obélix) que un día fue Reino de Galicia y hoy lo es de la templanza. Famosamente moderados de carácter, los gallegos han conseguido que, por no cambiar, aquí no cambie ni el clima.

No es que el vecindario de Galicia milite en la negación del cambio climático, que a tanto no llega su conservadurismo. Casi nadie niega que el tiempo cambia cada año y ahora está en un ciclo de calentamiento mundial.

Lo que pasa es que tales fenómenos suceden siempre fuera de estas tierras de Breogán, a las que la ONU debiera declarar cuanto antes refugio climático. Son ya muchos los peninsulares que buscan cada verano el asilo contra el calor proporcionado por las rías; y más que serán a medida que las temperaturas sigan subiendo según las predicciones de los científicos.

Más de un mes de estío lleva ya Galicia a la espalda: y al igual que casi todos los años no resulta infrecuente la necesidad del jersey o de la rebequita para conjurar los frescores de la noche.

No ha llovido gran cosa, cierto es; pero sí lo justo para mantener el tono vagamente londinense de la climatología gallega. De hecho, en Santiago, su capital, hay más días de agua al año que en la del Reino Unido. No digamos ya en Ourense, que le gana por goleada a Londres en promedio de lluvia anual.

Hace algo más de sol en Galicia que en Inglaterra, cierto es; por más que los melancólicos cielos grises se hayan dejado ver varios días ya en lo que va de verano. Años hay, sin embargo, en los que parece que el sol se limita a echar de vez en cuando un vistazo por entre las nubes como para asegurarse de que el reino del noroeste sigue ahí abajo. Y, una vez hecha la comprobación, vuelve a irse.

Algo habrá de influir en esta resistencia al cambio (de clima) el carácter de los gallegos. Tibios incluso en cuestión de temperaturas, los vecinos de la tribu de Breogán han conseguido que este verano, al igual que los anteriores, arranque con ambigüedad de temperaturas que no dan frío ni calor, sino todo lo contrario.

Esta fue durante decenios una desventaja frente a la España de sol y mares calientes, que se llevaba y lleva aún el grueso del turismo que ha convertido al país en una potencia hostelera a escala mundial. Para paliarla, los gallegos trataron de hacer de la necesidad, virtud, urdiendo lemas tan paradójicos como “la lluvia es arte” o “la arruga es bella”. Sin especial éxito hasta que Fraga inventó el Xacobeo, todo hay que decirlo.

Felizmente, el avance del cambio climático ha mejorado las expectativas de Galicia como refugio frente al calor que se abate cada año con más fuerza sobre el resto de la Península. Allá para el otoño sabremos si realmente el sofoco ha empujado hacia el noroeste a tantos viajeros como serían de esperar en este verano que hasta ahora ofreció temperaturas primaverales.

Si al fresquito le añadimos las centollas, las nécoras y las playas, la Aldea Gallega de Obélix podría, por fin, abrirse un pequeño hueco en el gran negocio español del turismo. No todo va a ser sol, hombre.