Opinión | EL TRIÁNGULO

Todo mal

Para algunos medios de comunicación haga lo que haga el presidente Pedro Sánchez siempre está mal

Pedro Sánchez, en un mitin de campaña.

Pedro Sánchez, en un mitin de campaña. / Unanue

Para algunos medios de comunicación haga lo que haga el presidente Pedro Sánchez siempre está mal. Si se queda, mal, si se va, mal. Si habla, mal, si no lo hace, peor. Me recuerdan a un profesor que tuve para el que todo lo que hacíamos los alumnos estaba mal y sin embargo era incapaz de darse cuenta de que el que peor hacía las cosas era él, que nos pegaba con una regla de madera haciéndonos juntar la uñas de los dedos para causarnos más dolor, que fumaba en clase, escupía sobre la tarima y comía fatigosamente suelas repletas de azúcar. Nunca supe si aquel hombre enjuto tenía corazón o si simplemente había salido del útero de su madre con un contenedor de hierro que contabilizaba latidos para permitirle sobrevivir sin amar. A aquel hombre no le gustaba reírse y no sé si sabía muchas cosas o solo sabía buscar nuestras lágrimas mientras apretábamos los dientes cuando él golpeaba nuestras uñas que ardían de rabia y de deseos de decirle a aquel viejo y profesor que por qué se había hecho maestro si odiaba a los niños y las niñas le parecíamos bobas y ridículas, mujercitas atolondradas y cursis. Así que hiciéramos lo que hiciéramos siempre lo hacíamos mal y eso hizo que dejáramos de esforzarnos y acabáramos burlándonos de su forma injusta de juzgarnos sin querer conocernos o querernos un poco siquiera.

Un día el viejo maestro, así lo llamábamos porque teníamos diez años y nos daba pena, se desplomó sobre la tarima justo después de escupir y cuando cayó con los ojos abiertos ninguno de nosotros se levantó para ayudarle o ver si estaba vivo o muerto y no lo hicimos porque le teníamos tanto miedo que sabíamos que cuando nos acercáramos, gritaría, se reiría y golpearía nuestras uñas con su regla de madera que era su primera y única identidad.

El viejo profesor no se levantó y nosotros tampoco y cuando sonó la campana que indicaba que comenzaba el recreo, abandonamos el aula ordenadamente y corrimos y jugamos y nos olvidamos de él, hasta que la campana volvió a sonar y tuvimos miedo porque si seguía en el suelo mal, pero si estaba de pie, mucho peor. Entramos y en su lugar nos encontramos al director que nos dijo que el viejo profesor estaba enfermo y que mañana vendría una nueva profesora. Aplaudimos. El director nos dio la enhorabuena porque creyó que con esos aplausos le rendíamos un cálido homenaje; nada de eso: los aplausos eran nuestro grito de liberación porque por fin todo dejaría de estar mal.