Opinión | PP - VOX

La púrpura que todo lo cambia

Un mes después del 28M, el contenido del pacto PP-Vox deja paso a un Mazón emergente como ‘barón’ popular tras dos jugadas estratégicas saldadas con acierto, mientras Puig ve su imagen resentirse con tropiezos que antes esquivaba

Carlos Mazón, próximo presidente de la Generalitat valenciana tras el acuerdo PP-Vox

Carlos Mazón, próximo presidente de la Generalitat valenciana tras el acuerdo PP-Vox / Europa Press

La institución agiganta al inquilino. Igual que la púrpura cardenalicia inviste de una dignidad no siempre real a los príncipes de la Iglesia católica, porque el poder ha de infundir respeto para serlo. Un mes y cuatro días después de las últimas elecciones autonómicas, la figura del vencedor, Carlos Mazón, crece como barón del PP español y entre la parroquia propia, aún sin haber tomado posesión del despacho noble en el Palau de la Generalitat. Mientras, la del perdedor Ximo Puig se resiente después de un par de decisiones (gestos de fuerza poco habituales en la trayectoria de ocho años al frente del Consell) que han acabado mal.

Un mes y cuatro días después del 28M, la Comunitat Valenciana tiene una presidenta de las Corts surgida de las filas de la ultraderecha y procedente de movimientos ultracatólicos antiabortistas. Y tendrá en el Ejecutivo un vicepresidente torero (Vicente Barrera) y dos consellers más designados por la derecha radical. Es el resultado del pacto veloz con Vox pilotado por Mazón para garantizarse el Gobierno de la Generalitat. Un acuerdo expresado en cincuenta medidas que abrazan el ideario del partido de Santiago Abascal y, entre otras cosas, diluyen la violencia contra las mujeres en la ‘intrafamiliar’ y ocultan el cambio climático.

Ese es el contenido, la miga de este mes y cuatro días. Pero en este tiempo, y tras lo sucedido en otras autonomías donde el PP necesitaba asimismo a Vox, la figura de Mazón emerge también como la de un estratega político de olfato. Tras los recelos iniciales (también internos y del poder económico) por las concesiones a la ultraderecha en su rápido acuerdo en la primera reunión formal, el discurso que se impone hoy es el del acierto táctico por abrir la senda general y evitar una presión social y mediática durante semanas como la que se ha vivido en Extremadura, donde la candidata del PP, María Guardiola, ha acabado tragándose su palabra de no gobernar con quienes tiran a la papelera la bandera Lgtbi y la agenda 2030.

La consolidación de esa imagen de estratega de éxito se produjo el lunes pasado, con también el elemento sorpresa como aliado, al ceder a Compromís los votos necesarios de diputados del PP para robar un puesto en la Mesa de las Corts al PSPV de Puig. Un golpe de efecto que parte a la izquierda botànica y contribuye lo necesario a desestabilizar a los socialistas. Un mes y cuatro días después de las elecciones, Mazón aparece como más fuerte como barón del PP y entre los suyos, que lo aclamaron en un acto privado el mismo lunes. Un mes y cuatro días después, el contenido del acuerdo con la extrema derecha empieza a diluirse.

En cambio, Puig sigue hoy en el Palau, pero de salida. El candidato que perdió a pesar de tener una buena consideración social de los ciudadanos continúa siendo un activo, pero ha visto cómo han empezado a aparecer tropiezos en su camino que antes del 28 de mayo acababa esquivando y que pueden acabar alterando sus planes de futuro.

Todo pasa y todo queda

"Todo pasa y todo queda". El verso de Antonio Machado que Serrat popularizó fue una de las primeras frases de Puig tras la derrota electoral después de ocho años de Gobierno. Queda el legado y pasa la buena estrella.

La primera decisión importante de Puig en la nueva etapa fue quedarse (por tiempo indefinido) y no abandonar el proyecto a la deriva en los malos momentos. La segunda, de partido, fue la designación de las listas de las nuevas elecciones generales del 23 de julio. Esta acabó en un pulso mal gestionado con las direcciones provinciales de Valencia y Alicante en el que Ferraz dejó en mal lugar a Puig al retocar la lista que este había elevado en favor de la propuesta de las provinciales. Primer golpe inesperado.

El segundo vino con la negativa a ceder uno de sus dos sillones en la Mesa de las Corts a Compromís (reglamentariamente no tenía por qué hacerlo) y al no prever el entendimiento de los viejos aliados valencianistas con el PP para obtenerlo. El resultado involuntario además es que ese único puesto, una vicepresidencia, queda en manos de la consellera en funciones Gabriela Bravo, uno de los grandes pilares del Ejecutivo de Puig, pero también su pareja personal, lo que no traslada el mejor mensaje a las filas propias en tiempos de escasez de cargos.

En ambos tropiezos existe un factor común: han prevalecido posiciones de fuerza donde antes acababa ganando en Puig la tentación por el acuerdo, aunque fuera malo, por lo que implica de paz. Pero las jugadas han salido mal. Y han contribuido a enturbiar el ambiente en un PSPV descolocado tras perder.

El alejamiento de Compromís parte además del planteamiento político de Puig para el nuevo tiempo. Significa trasladar el mensaje de que el Botànic se ha acabado como proyecto. No habrá Botànic III en el futuro, está diciendo. Puede que con los años haya que entenderse de nuevo con Compromís y otras fuerzas de la izquierda, pero se partirá de cero. Es el mensaje a los aún socios y a las filas propias. La idea de que el PSPV ha de disputar el centro a un Mazón boyante a partir de ahora para acercarse a mayorías sólidas. Ese es el marco para el futuro un mes y cuatro días después del 28M.

Quedan incógnitas, entre ellas el futuro concreto de Puig, su papel en estos 4 años: resistencia o revolución (con lo que implica de guerrillas). Se empezarán a resolver a partir de las elecciones del 23 de julio. Puig recurre a otro verso (de Francisco Brines) para tomar decisiones en este momento: no ser "un paréntesis entre dos nadas".