Opinión | DIVIÉRTETE AHORRANDO

Yo pensaba que la violencia machista era un problema doméstico

No sé ustedes, pero yo me frustro cada vez que oigo hablar de la educación como solución

Bibiana Fernández (Bibi Andersen), junto a Carlos Herrera en un programa de televisión

Bibiana Fernández (Bibi Andersen), junto a Carlos Herrera en un programa de televisión

Recuerdo que cuando en 1998 —tenía yo trece años— saltó la noticia de que Bibiana Andersen dejaba atrás el apellido artístico para recuperar el suyo propio, yo me reía con un amigo de que ella originalmente se llamaba Manolo. Recuerdo que cuando empecé a asistir a las asambleas de un centro social —tenía yo diecisiete años— noté que las mujeres participaban menos y pensé que eso se debía a que se interesaban menos por lo político y más por lo personal. Recuerdo que una vez —tenía yo veinte años— le decía a mi hermana que me parecía una injerencia que alguien llamara a la policía porque había oído gritos y golpes al otro lado de la pared: «cada quien es responsable de cuándo quiere decir basta y denunciar». Y me recuerdo, tantas veces que me sería imposible fecharlas, defendiendo que las mujeres eran menos graciosas que los hombres.

Hoy sabemos que todas esas opiniones estaban pidiendo a gritos una buena cancelación. Y, como sabemos también que la cancelación luego no es para tanto, sino que es más bien que el sustituto cívico de esa buena hostieja a tiempo que las madres ya no deben dar, seguro que me habría venido la mar de bien, y le habría ahorrado a mi entorno seguir aguantando ideas de mierda.

En los últimos días de mayo se concentraron tres asesinatos de violencia machista y en apenas tres semanas hemos tenido noticia de cuatro violaciones grupales (no es descartable que haya más que no han trascendido). Hoy sabemos que toda esta violencia forma parte de un mismo problema y, mientras se intenta avanzar en medidas legislativas, judiciales y policiales, de fondo oímos repetir el mantra de la educación: hace falta educación, educación y educación. La educación como solución para tantos problemas que al final uno no sabe si es la vía de escape que encuentran instituciones y partidos asfixiados para conflictos estructurales que no logran resolver ni atenuar.

No sé ustedes, pero yo me frustro cada vez que oigo hablar de la educación como solución. Me parece un patapúm palante que pone de los nervios al afán de soluciones inmediatas que estos problemas me suscitan. Así que esta mañana he mojado una magdalena y me he puesto a recapitular: qué pensaba yo hace unos años —no tantos— de la identidad, de las mujeres y de la violencia y qué pienso ahora. Y, sobre todo, me he puesto a pensar qué ha pasado en medio: campañas institucionales, campañas escolares, ochos de marzo, profesoras, amigas y parejas que me han hecho ver lo viejo que era con quince años y que no hay crema antiarrugas que rejuvenezca tanto como participar del nuevo sentido común que otras han alcanzado por nosotros y al que que, además, nos invitan a sumarnos con alborozo.