PALABRA DE MADRID

Lola Larumbe, librera: "A esta ciudad le sobran terrazas"

Propietaria de la librería Rafael Alberti, lleva desde 1979 mimando un espacio que es, además, lugar de encuentro y una suerte de faro en el barrio de Argüelles

Lola Larumbe, frente a la Librería Alberti, en Madrid.

Lola Larumbe, frente a la Librería Alberti, en Madrid. / Alba Vigaray

Víctor Rodríguez

Víctor Rodríguez

Se atribuye a Larra lo de "escribir en España es llorar". ¿Y ser librera en Madrid?

Procuro no quejarme: la librería Rafael Alberti va a cumplir 50 años en 2025. Es un mundo frágil, sí, pero yo me río más que lloro.

¿Cómo ha cambiado Madrid desde aquel 1975 en que abrió la librería o el 1979 en que usted entró?

Ha cambiado mucho el barrio. Solía ser de estudiantes, de muchos bares y de tiendas de después de la guerra y está perdiendo ese tejido. Sigue, con el parque del Oeste, mirando hacia la puesta de sol, es un barrio con horizonte. Pero sí se ha ido despopularizando.

Lo dice con pena.

Sí, sí que me da un poco de pena la pérdida de los lugares de encuentro. Hay ahí una memoria que se borra, y esa pérdida de memoria no es solo individual, es de la propia ciudad, que no sabe quién es al final.

¿Sería la Alberti muy distinta en el Retiro o en Usera?

A veces he pensado si podríamos irnos de aquí, y creo que no. Primero porque la fachada no la podríamos mover.

Porque la fachada, con los azulejos de Arcadio Blasco, es innegociable.

Sí, la fachada es innegociable. Toda la estética, muy de aquellos años 70 y al mismo tiempo moderna y que le da personalidad.

Esa fachada y el nombre se lo encontraron dados cuando Enrique Lagunero les traspasó el negocio.

Claro.

¿Conoció a Alberti personalmente?

Fuimos a verlo cuando entramos. Lagunero nos dijo que teníamos que hablar con él y fuimos a su casa, sin avisarle, en la cuesta de San Vicente, y sí, nos firmó una hoja autorizándonos a usar su nombre.

¿Y vino alguna vez por la librería?

Una vez con Benjamín Prado. Estuvo un momento. Y había venido ya, yo creo, en 1977.

¿Lee Madrid mejor que antes?

Madrid tiene dos facetas divergentes, una muy vibrante y creativa y otra más tradicional y conservadora, y ahí seguimos. Pero ese Madrid creativo, literario, fanfarrón, va a seguir funcionando por su cuenta.

¿Quién lo encarna hoy, dónde lo ve?

Pues uno de los sitios donde se ve es en las librerías. Cuando nosotros empezamos a organizar los Encuentros en la Alberti, en 2002, no se hacía nada. Hoy en Madrid te llevas muchas sorpresas. Aquí hay tardes que alguien entra para preguntar por un título y se encuentra a Julian Barnes, a Rosa Montero, a Elvira Lindo...

¿Venden más libros ahora que antes?

Sí, y a más gente, con gustos más variados, no tan normativos. Se incorporan nuevos lectores, lectoras sobre todo. En nuestros clubes de lectura hay dos o tres hombres y 16 mujeres...

¿Qué le falta y qué le sobra a Madrid?

Le sobran muchas terrazas, mucha calle en la que los dueños son las sillas y las mesas. Es muy simpático para el que viene de fuera, pero para los que viven en los barrios no tanto.

La última. ¿Un libro sobre Madrid?

Romanticismo, de Manuel Longares, un libro fantástico que transcurre en el barrio de Salamanca en el año 75. Una vez lo lees, ves la ciudad de otra manera. Vas a Serrano o a Núñez de Balboa, sales del metro y te das cuenta de cómo Madrid, que parece tan horizontal y tan homogénea, tiene muchas diferencias. Huele de otra manera. Vas por la calle y el barrio de Salamanca huele muy bien, las tiendas están perfumadas, huele a churrasco bueno [risas]. Aquí, en Princesa, un barrio de clase media para arriba, te das cuenta de que no, de que churrasco bueno no lo hay ni las tiendas están perfumadas con velas de 50 euros.

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