Guerra en Oriente Próximo

Palizas, humillaciones, castigos y hacinamiento: el "Guantánamo” de los presos palestinos tras el 7 de octubre

El número de presos palestinos se ha multiplicado un 130% en los seis meses transcurridos desde el 7 de octubre

Munther Amira, activista palestino de los derechos humanos.

Munther Amira, activista palestino de los derechos humanos. / / RICARDO MIR DE FRANCIA

Ricardo Mir de Francia

Munther Amira es el prototipo de activista palestino al que más temen las autoridades de Israel. No va armado. No tira piedras. No conspira para cometer atentados. Por eso precisamente le temen, porque no cree en la lucha armada, sino que ejerce con tenacidad la resistencia no violenta y educa en sus artes a las nuevas generaciones. Así que el pasado 18 de diciembre fueron a por él. Irrumpieron en su casa de madrugada arrastrando a su hermano del pescuezo, un médico sin pasado político que cayó desplomado en el recibidor tras haber recibido una paliza. Esposaron a dos de sus hijos, le arrancaron con unas tijeras la camiseta con un mapa de Palestina al pequeño, y golpearon a la madre y la hija. No volvió a saber nada de ellos hasta tres meses después, cuando fue liberado sin cargos. Había perdido 33 kilos. “Fue como estar en Guantánamo”, dice ahora. “En nuestra literatura decimos que las cárceles son la tumba de los vivos. Y así ha sido esta vez”.

En más dos décadas de activismo era la sexta vez que Amira pasaba por las prisiones israelíes. Siempre en detención administrativa sin cargos, una modalidad que Israel ha convertido en rutina para llenar las cárceles cuando le conviene. Pocas veces, sin embargo, como está. El número de presos palestinos se ha multiplicado un 130% en los seis meses transcurridos desde el 7 de octubre, cuando Hamás mató a más de un millar de israelíes y secuestró a 250 durante el asalto sobre el sur de Israel que puso en marcha la guerra genocida en curso. De unos 5.000 presos previos a aquella fecha, se ha pasado a cerca de 12.000, según varios recuentos. Y en las prisiones la brutalidad ha pasado a ser la norma.

“Sabemos que se ha impuesto el abuso y la violencia sistemática de los guardas hacia los detenidos palestinos”, decía recientemente la directora ejecutiva del Comité Público contra la Tortura en Israel, Tal Steiner. De acuerdo con una investigación de ‘Haaretz’, 27 presos originarios de Gaza han muerto en custodia desde el 7 de octubre, a los que hay que añadir otros 15 de Cisjordania, según la oenegé israelí Adameer. El acceso a la Cruz Roja Internacional no se permite desde entonces.

Amira vive en el campo de refugiados de Aida, en Belén, rodeado por el Muro de Separación israelí. Lo que convierte el campo en algo parecido a una prisión al aire libre. Allí preside el Aida Youth Center, un centro con actividades extraescolares para niños, clases de repaso, deportes, música y excursiones. “Una de las cosas que hacemos cuando nos dejan es llevarles a ver el mar porque muchos nunca han podido verlo”, cuenta desde el salón de su casa. “Los niños de Aida tienen muchos problemas psicológicos y financieros que afectan a su rendimiento académico. Muchos han sufrido incursiones militares en sus casas o han visto morir a sus amigos”.

Detenido por un 'post' en Facebook

Pero aquel 18 diciembre los militares no se lo llevaron para felicitarle por su trabajo, sino por una supuesta incitación al terrorismo a raíz de un ‘post’ sobre Gaza que colgó en Facebook. De su casa, a la base militar frente al campo; desde la base, al centro de detención de Etzion. Un viaje con varias palizas, soldados que le pisotearon la cabeza antes de subirlo al jeep y maniobras psicológicas para quebrarlo al llegar al centro de detención, donde estuvo 12 horas maniatado y con los ojos vendados. Allí pensó que nunca volvería a ver a sus hijos.

“Dos militares se acercaron al coche y dijeron que esa misma noche enviarían dos autobuses con detenidos a Gaza”, afirma a sus 53 años este padre de cinco hijos. “Vino un comandante y empezó a hacerme preguntas. De repente, me soltó: ‘Vamos a hacer tu sueño realidad, te vamos a convertir en un mártir’. Le contesté que amo la vida y que precisamente me dedico a luchar por ella”. Pero el militar le respondió --según se relató-- que cuando despuntase el alba estaría en la Franja. “Se ha acabado, pensé, me llevarán a Gaza y me matarán. Estaba aterrorizado”.

Alegaciones de tortura

Durante las primeras horas en el centro de detención asegura que fue “torturado”. Le obligaron a desnudarse completamente, a moverse “como un payaso” o "como un chimpancé" levantando una a una las extremidades mientras con un detector de metales le daban golpes en los genitales. “’Que empiece la fiesta’, dijeron, ‘te vamos a hacer fotos’”. Amira asegura que nunca se ha sentido tan humillado. “Hasta entonces nunca había entendido lo que de verdad significa el acoso sexual. Nunca podré olvidar aquellas horas”.

Tres días después fue trasladado a la prisión de Ofer, cerca de Ramala, donde pasaría tres meses adicionales de tormento sin ser acusado formalmente de nada. A sus interrogadores les dijo que lo que único que había hecho en Facebook era identificarse con el sufrimiento de la población de Gaza. “Quieren que nos quedemos callados y que vivamos como esclavos. Ni siquiera aceptan que expresemos nuestras opiniones o que resistamos mediante la no-violencia”, dice ahora Amira. En Ofer lo metieron en una celda con otras once personas, pero solo seis camastros. La campaña de arrestos ha sido tan masiva estos meses que no hay espacio ni para las alimañas.

Le dieron un uniforme marrón sin relación con su talla. Una manta y un colchón de cinco centímetros. Eso es todo. Los calzoncillos se los negaron. “Yo había estado en Ofer en 2018, entonces te daban cama, un buen colchón y cuatro mantas. Y ahora hacía mucho frío y la mitad tenían que dormir en el suelo”. Amira no quiso comer inicialmente, al sospechar que la comida no eran más que restos de los soldados pasados por la licuadora. Pero luego tuvo que hacerlo para sobrevivir. Raciones diminutas. Un plato de sopa para 13 personas. “Insuficiente incluso para un bebé”. Las cárceles están bajo el mando del ministro del Interior, el ultraderechista Itamar Ben-Gvir, el mismo que abogó hace unos días por ejecutar a los presos palestinos para aliviar la superpoblación de las cárceles.

Derechos evaporados

En estos seis meses, asegura Amira, todos los derechos conseguidos durante décadas de lucha política en las cárceles se han evaporado. “Ni televisión, ni radio, ni raciones decentes, ni agua caliente, sal en la comida o siquiera un tablero de ajedrez”, asegura. Cada vez que alguien se atrevía a llamar la atención al respecto, la sección recibía un castigo ejemplar. “Entraban unidades enteras con perros en las celdas y nos molían a palos. Luego te quitaban la manta y el colchón como castigo durante el día y nos privaban de las cuatro horas de electricidad”. En las cárceles han empezado a suicidarse palestinos a una frecuencia inusual, según Amira, un comportamiento hasta ahora siempre estigmatizado.

“Después de haber vivido lo que he vivido ya no me atrevo a juzgarlo. En el pasado nos trataban como luchadores, ahora nos tratan con criminales”, reflexiona tras recordar cómo uno de sus compañeros de sección saltó una barandilla y se tiró al vacío. “Nos quieren convertir en peleles para que pensemos solo en sobrevivir. Pero yo no estoy dispuesto a perder la esperanza. No seré su esclavo. Voy a seguir luchando por la justicia, la igualdad y la paz”, añade desde el campo de refugiados palestinos de Aida.