DIPLOMACIA

Henry Kissinger, el todopoderoso que no creía en la Transición pero ayudó a Juan Carlos I a llevarla a cabo

“Vayan despacio”, aconsejó a las autoridades españolas en 1976. Era contrario a la legalización del Partido Comunista

Organizó una visita del Rey a Estados Unidos que fue clave en la democratización de España

Henry Kissinger junto a Franco

Henry Kissinger junto a Franco / .

Mario Saavedra

Mario Saavedra

En 1975, poco después de la muerte del dictador Franco, Henry Kissinger escribió un largo telegrama a Juan Carlos I. Cinco páginas en las que se permitía aconsejar al Rey sobre cómo debía actuar en el futuro y sobre qué personas se debía rodear. 

“Eran consejos muy minuciosos y prácticos. Le decía: no vayas demasiado deprisa ni hagas más concesiones de las necesarias, y no convoques elecciones hasta estar seguro de poder ganarlas”, explica a este diario Charles Powell, director del Real Instituto Elcano y que prepara un libro, Kissinger y España, en el que se desgrana minuciosamente el papel del jefe de la diplomacia estadounidense en la Transición española. En aquel telegrama le recomendaba por ejemplo apoyarse en expertos demoscópicos para saber qué pensaba el país realmente y ajustar el ritmo al que debía implementar la apertura democrática. 

Pero Kissinger tenía una obsesión: el comunismo. Quería dejarlo fuera del Parlamento español, que se mantuviera su ilegalización. El tiempo le quitaría la razón, y aquella legalización devendría en una de las claves de la transición pacífica en España. 

Todopoderoso Kissinger


Henry Kissinger (Fürth, Alemania, 1923) ha fallecido este jueves a los 100 años de edad. Fue profesor de Historia de Harvard, consejero de Seguridad Nacional (1969-1975) y secretario de Estado (1973-1977), en los Gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford. El solapamiento de ambos cargos, la primera y única vez que ha ocurrido en la historia, le convirtió en un ser todopoderoso, una suerte de presidente-bis. 

Con ese poder cometió atroces crímenes de guerra (los bombardeos indiscriminados de la población civil en Camboya, o el apoyo a golpes de Estado en Chile o Argentina, con decenas de miles de muertos o desaparecidos). A pesar de todo, consiguió el premio Nobel de la Paz por su contribución al final de la Guerra de Vietnam. 

Kissinger es conocido por sus posiciones “realistas” de la política exterior americana: el crudo interés por encima de toda cuestión ideológica, y el uso de la fuerza para defenderlos.

Kissinger y la Transición española


Su época en el poder coincidió con la última etapa de la dictadura española y la Transición hacia la democracia. ¿Facilitó o dificultó ese proceso? “No tuvo una gran fe en la Transición, ni en la capacidad de los españoles para gobernarse a sí mismos, porque tenía un amplio conocimiento histórico, tanto del siglo XIX europeo como de la Guerra Civil”, explica Powell. Decía que admiraba la cultura, la literatura o el imperio español, pero no confiaba en la capacidad de vivir juntos de los españoles, como afirmó en alguna ocasión. 

Kissinger tenía una visión benévola del régimen de Franco: era un régimen autoritario, sí,  pero que había permitido un desarrollo socioeconómico impresionante. Y era un firme aliado de EEUU.

A pesar de esa visión, el secretario de Estado Kissinger fue corresponsable de un movimiento que sería clave años más tarde. Ayudó a pergeñar un viaje de Juan Carlos I para comparecer ante el Congreso de Estados Unidos al completo, Senado y Cámara de Representantes. Era junio de 1976. El Rey por primera vez habla de democracia para España, y se compromete a impulsarla. Se lleva las loas de los editoriales de grandes medios como el Washington Post o el New York Times. A su vuelta a España, echa al presidente Carlos Arias Navarro y pone a Adolfo Suárez, recuerda Powell, también autor de El amigo americano (Galaxia Gutenberg, 2011), sobre las relaciones trasatlánticas.

Mermar a Comisiones Obreras


La relación de Estados Unidos con España en la segunda mitad del siglo XX giraba en torno a las bases militares, que había firmado Franco en 1953. La renovación de esos acuerdos era una de las herramientas políticas de la dictadura para conseguir fondos económicos y apoyo político de Washington. Pero, tras la firma del texto definitivo en 1970, el asunto se quitó del medio de la relación bilateral, que giró hacia aspectos más políticos. Kissinger visitó España en ocho ocasiones entre 1970 y 1976. Le preocupaba que el comunismo resurgiera en la Península, como había hecho en Italia o amenazaba con hacer en Francia. Desconfiaba de los partidos socialistas, tanto el español como el portugués. 

Pero tenía un buen consejero en España: el embajador Wells Stabler, uno de los pocos diplomáticos de carrera que Kissinger respetaba, y que se atrevía a llevarle la contraria. Stabler, que hablaba buen español y se reunía con los actores políticos de aquella España en convulsión, defendía la necesidad de apoyar al partido socialista para contener a los comunistas. Un PSOE atlantista, demócrata, moderado. Kissinger, que había visto el auge de los comunistas en Italia o, en menor medida, en Francia, desconfiaba, y creía que los socialistas eran débiles y estaban mal organizados. En el último de sus viajes a España, Kissinger le dijo al entonces ministro de Exteriores José María de Areiza: “Vayan despacio”. 

Estaba especialmente obsesionado con el auge de Comisiones Obreras, por el apoyo del PCE. Washington apoyó a la UGT, para contrarrestarlo. Kissinger llegó a organizar un encuentro entre los representantes de la mayor central sindical, AFL-CIO, con Juan Carlos I, cuenta Powell. 

Kissinger y el Sáhara Occidental


Stabler quiso incluso acelerar el traspaso de poderes de un Franco enfermo al príncipe Juan Carlos, algo que Kissinger frenaría. Kissinger le envió un telegrama muy duro diciendo que bajo ningún concepto se apoyaría esa transición de poder: había que esperar a que el dictador muriera. 

Kissinger también fue actor clave en la “entrega” del Sáhara Occidental por parte de España a Marruecos y Mauritania en 1975. El Acuerdo Tripartito ponía fin al conflicto desatado por la Marcha Verde que el rey Hasán II había organizado: decenas de miles de civiles y soldados camuflados que entraron primero pacíficamente, y luego a sangre y fuego, en la que había sido provincia 53 de España. “No es cierta esa leyenda de que Kissinger conspiró para organizarla”, dice Powell. “Lo que sí es cierto es que ni él ni Juan Carlos I creyeron nunca en la viabilidad de un Estado independiente en el Sáhara Occidental, y querían que se lo quedara Marruecos porque para Estados Unidos era un aliado en la zona”.