INVASIÓN DE UCRANIA

Estudiante en España, y no soldado en Ucrania, por nacer dos meses más tarde

La Universidad Pontificia Comillas ha becado a una decena de estudiantes ucranianos refugiados en España.

A Mykhailo Kyrpatovskyi le faltaban dos meses para ser adulto cuando empezó la invasión; Syuzanna Slota, que llegó unas semanas antes, está ayudando a la recepción de refugiados.

Mykhailo Kyrpatovskyi

Mykhailo Kyrpatovskyi

La vida de Mykhailo Kyrpatovskyi (Ucrania, 2004) es una sucesión de condicionales. Si Rusia no hubiera invadido Ucrania, ahora mismo viviría en su ciudad, Járkov, y llevaría esa vida de universitario en su país que ahora le arranca una media sonrisa cuando piensa en ella. No recordaría su ciudad natal, como ahora hace, con un puñado de palabras en un idioma que no es el suyo: "Aviones, bombas, gritos y la nieve roja...". Si Rusia no hubiera invadido Ucrania, y él no hubiese nacido un 7 de mayo, hoy sería un soldado y no un estudiante de fisioterapia en la Universidad Pontificia de Comillas en España.

Mykhailo es "tímido", dicen sus profesores, pero también orgulloso. No lleva ni un año completo en España, país al que llegó como refugiado en abril de 2022, y no admite hablar en otro idioma que no sea el castellano. "Tengo que aprender", defiende en su entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, en la que dice que eligió la carrera de fisioterapia porque le "gusta ayudar a la gente". Él es uno de los diez jóvenes estudiantes y dos profesores ucranianos becados por un programa especial de la Universidad Pontificia de Comillas, según explica a este diario Carlos Prieto, director del programa Comillas Solidaria.

A pesar de que aún chapurrea el español, se entiende perfectamente lo que quiere decir. Tenía 17 años y 10 meses cuando Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero del año pasado. No llegaba a la mayoría de edad, pero el tiempo se le echaba encima. Lo que tenía que ser una feliz cuenta atrás para llegar a la adultez se convirtió, en apenas unas horas, en que tenía poco más de dos meses para abandonar su país si no quería que su propio Gobierno le cerrara las fronteras a la espera de ser enviado al frente.

Durante unos 30 días, su madre, su padre y él planearon la huida. Y no lo hicieron en un entorno fácil. Járkov se convirtió durante la primera fase de la guerra en uno de los objetivos prioritarios para Rusia, que bombardeó, hasta arrasarla, una de las ciudades más importantes de Ucrania.

“La población de Járkov se ha enfrentado a incesantes bombardeos indiscriminados que han matado y herido a cientos de civiles”, explicó Donatella Rovera, asesora general sobre respuesta a las crisis de Amnistía Internacional, en uno de los primeros informes de la ONG sobre el conflicto. “Han muerto personas en sus casas y en las calles, en parques y cementerios, mientras hacían cola para recibir ayuda humanitaria o compraban alimentos o medicinas".

606 civiles muertos y otros 1.248 heridos en los dos primeros meses de invasión según Amnistía

En ese informe, titulado 'Cualquiera puede morir en cualquier momento', Amnistía Internacional aseguró que entre el inicio de la invasión y el 28 de abril de 2022 606 civiles fueron asesinados y otros 1.248 fueron heridos solo en Járkov. Rusia lo hizo, defiende la organización, con bombas de racimo y cohetes dirigidos contra los barrios residenciales de la ciudad.

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<p class="subtitle"; align="right"> Mykhailo Kyrpatovskyi en la Escuela Universitaria de Enfermería y Fisioterapia 'San Juan de Dios'./ <span class="author"> EDUARDO CANDEL/LOF</span> 

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"Era conocida como la ciudad de los estudiantes, tenía mucha vida", reconoce el joven, que explica que durante ese mes estuvieron sin electricidad ni calefacción. "Destruyeron los generadores. Vi llegar los aviones, los bombardeos, los gritos... Fue horrible. Recuerdo especialmente un día, cerca de mi casa, a uno o dos kilómetros, en que pasó un avión y de pronto toda la nieve se puso roja...".

De allí huyó junto a su madre y su padre en un tren hasta un centro de refugiados en Polonia, donde le dieron a elegir destino: "Elegimos España por delante de Alemania e Inglaterra porque tenemos amigos aquí, y, sinceramente, ya no quiero irme. La gente es muy amable, muy divertida, todo el mundo sonríe. Y la comida... ¡Qué comida!".

Ahora no saben si podrán volver a Járkov o si, cuando acabe la guerra, habrá algún hogar al que hacerlo. "No sabemos si nuestra casa sigue o no en pie, aunque mi padre tiene claro que quiere volver para evitar que nos la quiten. A ver si podemos hacerlo porque dicen que podrían meternos en la cárcel por no participar en la guerra", explica con resignación.

"La gente se ha acostumbrado a vivir en guerra"

Otra de las beneficiadas por este programa, que subvenciona íntegramente el coste de los créditos universitarios, es Syuzanna Slota, una ucraniana de 35 años que hasta febrero del año pasado trabajaba como administrativa en el Ayuntamiento de Komarno, un pueblecito a unos 30 kilómetros de Leópolis.

Allí, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, "se vivía bastante bien" antes del ataque que inició Rusia el 24 de febrero de 2022. Nunca podría haber imaginado que solo un año después estaría preparando los exámenes para aprobar su primer año de universidad a casi 4.000 kilómetros de distancia de su padre y sus hermanos.

Su llegada a España tuvo lugar unas semanas antes de la invasión. Fue a casa de una amiga de la infancia que había hecho su vida en España, aunque ya conocía el país y el idioma porque estuvo trabajando varios meses para una familia cuando apenas tenía 19 años.

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<p class="subtitle"; align="right"> Syuzanna Slota llegó a España pocas semanas antes de la invasión./ <span class="author"> EDUARDO CANDEL/LOF</span> 

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"Parecía que la guerra iba a empezar, aunque todavía no queríamos entender que fuera a pasar", explica Slota, que recuerda las intervenciones del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, advirtiendo de la inminencia de la intervención rusa.

Si le preguntas por el 24 de febrero de 2023, sólo responde con una palabra: "Fue terrible, terrible". Slota pensó en regresar inmediatamente con su familia. Su padre —viudo desde el fallecimiento de la madre a causa de un cáncer en 2012—, le respondió que para qué, que era mejor que permaneciera en España para tener "una vía de salida" si la situación empeoraba en su zona.

"No sabías que iba a pasar, con esas amenazas de Putin de que si algún país ayudaba a Ucrania la situación iba a empeorar. En ese momento sentimos que estábamos solo, que nadie nos ayudaría igual que en 2014. Pensamos que nos podrían quitar más territorios o la independencia", recuerda la joven.

Al encontrarse en Madrid, fue contactada para trabajar en el Centro de Recepción, Atención y Derivación (Creade) desplegado en Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde sólo en los primeros quince días de invasión se atendieron a miles de huidos del conflicto bélico.

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<p class="subtitle"; align="right"> Syuzanna Slota estudia Trabajo Social en la Universidad Pontificia de Comillas./ <span class="author"> EDUARDO CANDEL/LOF</span> 

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Allí realizaba labores que no le eran desconocidas por su condición de administrativa, como era la gestión de la documentación para dotar de servicios a sus compatriotas, aunque también fue intérprete para la Policía e incluso trabajó en el Hospital Isabel Zendal, donde se realizaban pruebas médicas a los desplazados. Fueron sus compañeras las que le hablaron de la posibilidad de obtener una beca para estudiar una carrera en España, y así llegó a matricularse en Trabajo Social en el centro privado de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid.

Sobre la situación de su familia, señala que le gustaría que su padre saliera del país, pero él no quiere dejar allí a su hermano, un joven de 29 años que puede ser llamado a filas en cualquier momento. "Ahora mismo la gente se ha acostumbrado a vivir con la guerra, porque ya ha pasado un año y poco a poco se acostumbran", lamenta.

Aunque su hermano aún no ha recibido ninguna notificación, otro familiar cercano fue llamado inmediatamente tras la invasión, ya que tenía experiencia por haber luchado durante el conflicto de 2014. "Pero hace tres meses que no sabemos nada de él, puede ser que esté en la parte de Rusia, y no sabemos si está vivo o no", añade. "Es difícil saber de él si está en la zona de bombardeos, porque comunicarse es complicado y a veces los militares no dejan que salga información del lugar donde están ubicados".

Slota está agradecida a España por permitirle estudiar una carrera que tiene que ver mucho con la labor de ayuda que presta a sus compatriotas desde los primeros momentos de la guerra.

"Quiero ayudar a la gente a salir adelante, que sepan que hay otra vida, que cuando piensas que todo está destruido, puedes volver a empezar", concluye. Por su parte, planea terminar los cuatro años de carrera en España, y entonces valorará si regresa a su país, si la situación lo permite.

INVESTIGADORAS TAMBIÉN BECADAS

Los dos estudiantes accedieron a la beca en la universidad pontificia gracias a un programa especial de la propia universidad que está permitiendo también la permanencia en nuestro país de dos profesoras que desarrollan labores de investigación en la facultad de Económicas y Empresariales según explica Prieto.

Para que pudieran acceder a las becas tan solo se les exigió dos mínimas condiciones imprescindibles, contar con la protección internacional reconocida por el estado español y tener residencia en la Comunidad de Madrid.

La beca supone la exención del cien por cien de la matrícula y las mensualidades del curso académico (que pueden superar los 11.000 euros anuales según la especialidad), mientras que en dos casos la universidad se está haciendo cargo también de su alojamiento y manutención en residencias.