VIOLENCIA MACHISTA

“Sientes que eres una basura”: Manya, la voz del mayor riesgo de suicidio de las mujeres maltratadas

Sufrir violencia machista es un factor precipitante de las conductas suicidas

Manya, superviviente de suicidio y violencia machista, alza su voz para denunciar cómo el maltrato destruye a las mujeres y aumenta el riesgo de conductas suicidas

Manya, superviviente de suicidio y violencia machista, alza su voz para denunciar cómo el maltrato destruye a las mujeres y aumenta el riesgo de conductas suicidas / Bernardo Arzayus

Violeta Molina Gallardo

Violeta Molina Gallardo

Manya intentó suicidarse después de que su pareja estuviera a punto de estrangularla, tras 18 años de maltrato. “Estaba metida en un túnel, no veía salida. Era como trepar por un hueco húmedo, yo intentaba subir, pero las paredes se desmoronaban”, recuerda la superviviente, que alza su voz para que otras víctimas pidan ayuda y sepan que hay salida.

Sufrir violencia machista por parte de una pareja o expareja impacta en la salud mental de las mujeres y constituye un factor precipitante de conductas suicidas: atrapadas en la tela de araña del maltratador, muchas víctimas piensan en la muerte como única forma de escapar al sufrimiento.

“Está muy relacionado el maltrato con el suicidio: sientes que eres una basura y que no vales nada; te socava. Casi, casi no queda nada de ti. Yo no me reconocía, la verdad. Quieres continuar, pero no sabes cómo, estás atrapada y no quieres causar sufrimiento a nadie y piensas que lo mejor que puedes hacer es no estar aquí. Tenía vergüenza, no quería decírselo a mi familia ni a mis amigas”, cuenta Manya, de 46 años, que relata con entereza y mucha pausa los hechos traumáticos que ocurrieron hace cinco años.

La Organización Mundial de la Salud reconoce los suicidios como una de las consecuencias fatales de la violencia de género. En España, según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, la prevalencia de pensamientos suicidas entre las mujeres que han sido víctimas de violencia física o sexual de una pareja es cinco veces superior a la de aquellas mujeres que no la han padecido (25,5 % frente al 4,7 %).

La espiral de la violencia

En el caso de Manya, la violencia ejercida por su pareja comenzó siendo psicológica y de control. Le ordenaba cómo vestir, la perseguía para saber adónde iba, no dejaba que saludara a otros hombres con besos. Más adelante empezó a romper cosas, a lanzar platos y vasos contra las paredes; en otra ocasión la amenazó con un cuchillo. Entretanto, un historial de mentiras y uso indebido del dinero de la víctima.

Después comenzaron las agresiones físicas. Un día que el agresor le pidió dinero y Manya se lo negó la dejó sin conocimiento de una bofetada e intentó estrangularla, pero ella logró zafarse y encerrarse en el baño. Pasados unos días, ella trató de quitarse la vida: “Llegué a sentir que toda mi vida había sido una mentira, los 18 años que había estado con esa persona. ¿Qué hacía yo con ese amor?”. En ese momento, pensó en su familia y pudo reaccionar a tiempo para evitar el desenlace fatal.

Decidió contarle a su madre todo lo que había pasado y ése fue el primer paso para salir de esa espiral de violencia. En su camino hacia la recuperación ha contado con la ayuda de distintos profesionales (agradece el acompañamiento terapéutico que recibe para superar el síndrome de estrés postraumático) y de otras mujeres que han pasado por esa misma experiencia y que han contribuido a que deje de sentirse sola y un “bicho raro”. A medida que avanza en su relato, no deja de dar las gracias a todas las personas que la han sostenido en esta lucha por la supervivencia y la recuperación, una lucha que continúa.

"Estoy en el camino. Estoy muy alegre de seguir viva y de ser una prueba de que se puede salir"

“Estoy en el camino. Estoy muy alegre de seguir viva y de ser una prueba de que se puede salir. El tratamiento me ha ayudado muchísimo”, defiende. Cinco años después de huir de aquel infierno, Manya vuelve a vivir cerca de su madre y sus hermanas, ha retomado su doctorado y pinta, pues el arte le sirve para “sacar de dentro todo ese veneno que es el duelo, haber vivido esas circunstancias”.

Con 46 años, Manya está orgullosa de ser un ejemplo de que se puede salir de la violencia

Con 46 años, Manya está orgullosa de ser un ejemplo de que se puede salir de la violencia  / Bernardo Arzayus

Los hechos ocurrieron en Londres, donde Manya vivió dos décadas y trabajó como profesora de arte en la universidad. Al establecer su residencia en España y tras un proceso de acompañamiento por parte de profesionales, denunció los hechos, pero como habían sucedido en otro país, el caso se cerró.

Recursos para la prevención del suicidio

Si precisas ayuda de los equipos de emergencia, llama al 112. Si necesitas que alguien te escuche, llama al 717003717.

El aislamiento, el sometimiento y el silencio en el que viven las víctimas del maltrato machista, sumado al estigma, el desconocimiento y el mutismo en torno al suicidio, hacen que la relación existente entre ambos fenómenos sea una realidad “enormemente ignorada”, como denuncia la Confederación de Salud Mental de España.

En este país se desconocen los casos de mujeres que han sido inducidas o forzadas al suicidio por sus propios maltratadores. El Ministerio de Igualdad indica que es una realidad que hay que abordar con “celeridad y responsabilidad” por las instituciones públicas, que han de abordar el debate de considerar el suicidio voluntario y forzado como otra forma de feminicidio.

“Ana sintió que la habían vencido”

Víctima de violencia de género durante casi una década, Ana se suicidó sin haber cumplido los 30. El proceso gradual de “aniquilamiento, acoso y derribo” al que la sometió su pareja y padre de su hijo derivó en depresión y acabó con su vida hace once años, como recuerda su madre. Su caso no figurará en ninguna estadística de feminicidios, es una víctima invisible para la sociedad.

"No sucede de hoy para mañana, es un proceso de deterioro, aniquilamiento y derribo"

Carmen es la madre de Ana (nombres ficticios) y ha decidido romper el silencio para impedir que su historia se repita: “No sucede de hoy para mañana, es un proceso de deterioro, aniquilamiento y derribo. Ana tenía una personalidad muy entera, muy fuerte, y fue deshaciéndose. Cuando nació el niño fue un caos, empezaron las discusiones y el maltrato psicológico. La veía pensativa, introvertida, evitándome”, cuenta.

Cuando el hijo era pequeño, y tras diversos episodios de violencia (la pareja destrozó la casa porque ella salió con sus amigas, la dejó en la calle en varias ocasiones, se encerró con el niño), se separó y empezó el maltrato a través del menor: “Le hablaba mal de ella, el niño venía llorando porque le decía ‘mamá no te quiere, te tiene abandonado’”. Los malos tratos continuaron.

“Ella se veía impotente y fue entrando en una depresión. Tenía ataques de ansiedad muy grandes, visitamos urgencias varias veces. Tuvo que coger la baja, se metió en la cama y perdió peso, unos 20 kilos. No comía”.

“Ya no se podía soportar más, y en una temporadita que estuvo un poco más fuerte lo denunció. Él estuvo unos meses en la cárcel, pero ella ya no se recuperó. Decía ‘adónde he tenido que llegar, lo que he tenido que hacer’, siempre el niño por delante y él, sabedor, se aprovechó bien”, narra.

El maltratador salió de la cárcel y Ana se suicidó: “Ella parecía que tenía planes con el niño, había accedido a venirse a mi casa, estaba empaquetando la mudanza. Él había salido ya (de prisión), pero no sé qué pasó ni tengo pruebas. Sintió que la habían vencido, que ya no tenía por dónde salir, que iba a tener que someterse en todos los aspectos y eso la hundió”, explica.

Once años después de la muerte de su hija, Carmen exige a los profesionales sanitarios que dediquen más tiempo en las consultas: “Ellas tienen una coraza, les da vergüenza. Se sienten basura, se sienten mal, porque esa situación se les escapa y no quieren dar esa imagen, es humillante para ellas. Necesitan tiempo y ahí pueden dar una pista, un hilito del que tirar. Igual van a ser diez minutos más, pero se llega y terminan hablando porque están deseándolo, necesitan soltar todo ese dolor, toda esa impotencia y esa rabia que las está devorando. El sufrimiento es tal que, si no se coge a tiempo, desemboca en esto tan triste”, lamenta.

A ciegas

La falta de información estadística sobre la realidad del suicidio en España alimenta que continúe siendo un tabú. Los únicos datos oficiales sobre autolisis son el sexo, la edad, la nacionalidad, el municipio donde se produce y el método empleado para quitarse la vida, pero no existe información sobre las causas.

En 2019 se suicidaron 3.671 personas. El facultativo psicólogo del Cuerpo Nacional de Policía Javier Jiménez recalca, sin embargo, que en España “no tenemos ni idea de cuántos intentos de suicidio hay”, tampoco de las causas que llevan a las personas a suicidarse, algo necesario para desarrollar programas de prevención más eficaces: “Estamos dando palos de ciego”.

Coincide el también psicólogo Daniel López, presidente de la asociación Papageno y coordinador del grupo de conducta suicida del Colegio de Psicología de Andalucía Oriental: “La información que tenemos sobre suicidio es mínima, realmente no sabemos a qué se deben los suicidios en España, los profesionales estamos muchas veces tomando decisiones en el vacío”.

Se sabe que los hombres se suicidan más que las mujeres (en una proporción de tres a una), pero las tentativas son muy superiores en la población femenina. “Mientras el número de casos de suicidios con resultado de muerte es superior en hombres, porque se suele decir que somos más violentos e impulsivos y elegimos métodos más letales, el número de intentos es muy superior en mujeres y habría que ver por qué el suicidio está tan supeditado a variables culturales o de género”, sostiene López.

Y si se sabe poco del suicidio, los interrogantes sobre el vínculo con la violencia machista son aún mayores porque no hay estudios estadísticos recientes, a pesar de que la práctica terapéutica viene alertando sobre esta relación y la Macroencuesta del Gobierno evidencia el riesgo.

Si eres víctima de violencia de género

El 016 atiende a las víctimas de todas las violencias contra las mujeres. Es un teléfono gratuito y confidencial que presta servicio en 53 idiomas y no deja rastro en la factura. También se ofrece información a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y asesoramiento y atención psicosocial mediante el número de Whatsapp 600 000 016. Además, los menores pueden dirigirse al teléfono de ANAR 900202010.

En una iniciativa parlamentaria, Ciudadanos ha denunciado que es una tarea pendiente conocer la incidencia que la violencia machista tiene en la tentativa al suicidio de estas víctimas: “El cómputo de víctimas mortales de la violencia de género se limita a aquellas que son asesinadas por sus parejas o exparejas, sin tener en cuenta a todas aquellas mujeres que, como consecuencia del proceso de maltrato padecido optan por quitarse la vida como única vía para poner fin al sufrimiento”.

La formación naranja ha pedido al Gobierno que el Observatorio de Violencia de Género cree una herramienta de recogida de datos sobre la ideación autolítica de víctimas de violencia machista, que valore la incorporación de la autopsia psicológica como parte de la investigación de suicidios de mujeres y que se incluyan acciones específicas de prevención y formación del personal sanitario en el Plan Estratégico de Prevención del Suicidio.

“Lo que tienen en común todas las víctimas de suicidio no es que tengan depresión o trastorno mental, es que están sufriendo. Una víctima no se quita la vida porque no quiera seguir viviendo, sino porque quiere acabar con su sufrimiento. Cuando hablamos de víctimas de violencia de género que se han suicidado, son las víctimas más invisibles que hay”, explica la psicóloga experta en violencia de género de la red pública de Extremadura Clara Jiménez.

Esta profesional atiende a un promedio de 100 víctimas de violencia machista al año y cuenta que es rara la semana en que no se encuentra con varias pacientes con ideas suicidas.

El exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género y forense Miguel Lorente se acercó en 2006 a esta realidad con un estudio de mujeres víctimas alojadas en casas de acogida: el 63 % había tenido un intento serio de suicidio y el 18,4 % había pensado en quitarse la vida. Desde entonces, poca literatura científica ha ahondado en este tema porque el foco, dice, se pone sobre las agresiones físicas y los asesinatos machistas.

Lorente señala que cuando una víctima de violencia de género se suicida, el entorno siente culpa por no haber sido capaz de detectar la situación que ha conducido a este desenlace, mientras que el psicólogo de Papageno remarca que los familiares de la mujer fallecida afrontan un duelo bastante duro y la inmensa mayoría no quiere pasar por un proceso judicial de años en el que va a ser difícil demostrar el vínculo entre el maltrato y el suicidio.

En cuanto a las víctimas, la terapeuta Jiménez subraya que en muchas ocasiones guardan silencio sobre sus ideas suicidas porque en un proceso judicial de separación, de maltrato o de custodia de los hijos la defensa de los agresores utilizan esta información para calificarlas de enfermas mentales, quitarles credibilidad y tildarlas de inestables. Algunas, incluso, descartan tomar medicación por si este elemento es usado en su contra.

Jiménez critica este “maltrato institucional” y revela que es frecuente que las víctimas que desarrollan conductas suicidas lo hagan tras haber dado el paso de separarse del agresor, porque el maltrato continúa a pesar de la ruptura, los procesos judiciales se alargan y se convierten en “una auténtica tortura”: “La desesperación es mayor cuando no logran encauzar la vida de una manera normalizada porque el maltratador les sigue poniendo piedras en el camino”.

El maltrato machista tiene un profundo impacto emocional porque se caracteriza por el aislamiento social de la mujer, la merma de su autoestima, la gran dependencia del agresor. La víctima termina creyendo que ni ella ni su vida valen nada y es en ese contexto de desesperanza cuando aparecen la ansiedad, la depresión y los pensamientos de muerte como única salida.

“La violencia de género es una de las peores violencias. En la guerra, uno espera recibir un disparo del enemigo, pero lo que nunca espera nadie es ser maltratado por aquel a quien quiere”, recalca el psicólogo de Papageno.

Los expertos insisten en el mensaje de que hay que pedir ayuda porque toda una red las va a sostener y les va a indicar el camino de salida de semejante infierno. Son necesarias las prevención, detección, atención y todas las medidas asistenciales de ayuda económica y de vivienda para las mujeres.

Preguntar por la muerte

En las unidades de salud mental no se ha sistematizado preguntar a una mujer ingresada tras una tentativa suicida si ha sufrido maltrato y tampoco los médicos de familia preguntan por ello a sus pacientes.

“No se suelen asociar los intentos de autolisis en mujeres con la violencia sufrida, no se investiga y los hospitales están llenos de estos casos”, se queja el forense, que aboga por sistematizar un protocolo para interesarse por la situación de la víctima.

La psicóloga Clara Jiménez apunta que las mujeres maltratadas son “hiperfrecuentadoras” del centro de salud, pero que la tónica es la falta de formación de los profesionales sanitarios tanto en suicidio como en violencia de género, que no preguntan al respecto.

Es necesario preguntar. Debemos estar preparados para hablar de la muerte. Cuanto más se hable del suicidio, más se previene. Simplemente preguntando ‘qué tal te va en casa’ o ‘cómo te va con tu pareja’ valdría, sólo lleva medio minuto y la mujer puede que no quiera contestar, pero va a detectar que te interesa cómo se encuentra y quizá en la siguiente consulta sea capaz de comentarte algo”, asevera.

“Cuando a una víctima de violencia de género le preguntas si ha pensado en la muerte se trata de validar su dolor, sin juzgar, planteando que hay muchas otras alternativas aunque en ese momento no sea capaz de verlas”, destaca.

El presidente de Papageno añade que la sociedad vive el suicidio “con la necesidad de esconderlo debajo de la alfombra” y no sólo los profesionales sanitarios se resisten a preguntar a un paciente si ha pensado alguna vez en matarse en su mayoría por temor a inducir ese comportamiento, sino que además tanto la persona que ha intentado suicidarse como la familia de quienes se han quitado la vida lo viven con culpa y vergüenza.

La realización autopsias psicológicas tras un suicidio, instrumento que permite ver las causas que subyacen a estas muertes, contribuirían a ampliar el conocimiento del vínculo entre maltrato machista y autolisis.