MÚSICA

Cinco días de conciertos ininterrumpidos, Jimi Hendrix de madrugada y dormir al raso en sacos de papel con 600.000 personas: un español en el legendario Festival de la Isla de Wight

Salvador Arevalillo, pionero del turismo musical, recuerda sus vivencias en uno de los eventos musicales más legendarios, el que tuvo lugar en la pequeña isla británica en 1970

Público asistente al festival Isla de Wight de 1970.

Público asistente al festival Isla de Wight de 1970. / EFE

Cincuenta y cinco años después del que durante décadas fue considerado el evento musical con más público de la historia, con un cálculo de entre 600.000 y 700.000 asistentes, el festival de Isla de Wight de 1970 sigue encabezando las páginas más legendarias de la historia del rock. Con celebradas actuaciones de The Who, Jethro Tull, Joni Mitchell o Jimi Hendrix, muchas de las cuales fueron grabadas y posteriormente publicadas en disco y formato audiovisual, el evento mantiene entre los melómanos una sana pero sostenida rivalidad con Woodstock 1969 como hito generacional.

Uno de esos fanáticos de la música cuenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA cómo fue testigo de excepción de aquel evento décadas antes de que se democratizasen los vuelos en avión y el turismo musical, y en una España en la que la modernidad quería abrirse paso a empujones, pero sólo conseguía colarse a cuentagotas. Salvador Arevalillo era uno de esos jóvenes melenudos inquietos. Había visto a The Beatles en la plaza de toros de Las Ventas, e intentaba no perderse a ninguno de los grupos extranjeros que empezaban a incluir a España en sus giras. “El día que cumplí 19 años fui a ver a The Animals en la sala Mónaco, que estaba en la calle Fundadores”, recuerda. “Iba a ir al segundo concierto de los Kinks en el Yulia, en Tirso de Molina, pero se armó tal jaleo que se suspendió. También recuerdo ver a Joe Tex y a The Shadows”.

Arevalillo conserva su entrada al concierto de los Beatles en Madrid en 1965.

Arevalillo conserva su entrada al concierto de los Beatles en Madrid en 1965. / ALBA VIGARAY

Arevalillo creció en una familia con tradición musical. Su padre, Salvador Arevalillo Tapias, fue un conocido compositor y director de orquesta, además de uno de los pioneros del jazz en España. Sin embargo, Salvador hijo se aficionó a la música a través del cine y los programas de radio Vuelo 605 y Caravana Musical de Ángel Álvarez, célebres por pinchar música anglosajona en un momento de predominio de la canción ligera en castellano, italiano o francés. La influencia de estos programas en toda una generación de melómanos es tal que, días después de la entrevista, Salvador Arevalillo acudirá junto a amigos como el locutor y periodista musical Jesús Ordovás a la comida anual de homenaje aquellos espacios radiofónicos y a su presentador, fallecido en 2004.

Salvador Arevalillo, en una foto de finales de los 60 (centro), entre entradas de diferentes conciertos de rock.

Salvador Arevalillo, en una foto de finales de los 60 (centro), entre entradas de diferentes conciertos de rock. / ALBA VIGARAY

Fotos y anuncios en revistas

Un anuncio del festival en Melody Maker o New Musical Express, revistas de importación que él y sus amigos devoraban para estar al tanto de las novedades musicales, y el apasionado testimonio del que luego sería productor y promotor fundamental de la música española, Mario Pacheco, que más tarde fundaría la discográfica Nuevos Medios y sería el 'padre' musical de grupos como Ketama, le convencieron para emprender una aventura con pocos precedentes. “Mario (Pacheco) nos enseñó unas fotos que había hecho en la edición de 1969 del festival, en la que habían tocado Bob Dylan, The Who o Joe Cocker. Pedí vacaciones en el banco en el que trabajaba y, con cuatro amigos más, decidimos ir para allá”.

Salvador y sus amigos aterrizaron en Londres antes de poner rumbo a la isla de Wight, situada al sudeste de Inglaterra. Allí, más de medio millón de asistentes colapsaron las carreteras de un territorio en el que, por aquel entonces, vivían poco más de cien mil personas. “Compramos la entrada en Londres nada mas llegar”, señala. “Yo llevaba una maquina de fotos de las que tenias que tener luz, y salieron todas las fotos veladas”.

Entrada de tres días del festivald de la Isla de Wight de 1970.

Entrada de tres días del festivald de la Isla de Wight de 1970. / ARCHIVO

Su recuerdo del festival es vívido teniendo en cuenta que ha pasado más de medio siglo. Incluso conserva un recuento escrito de las actuaciones más destacadas de los cinco días de música (dos gratuitos y tres de pago), aunque son los detalles de aquellas jornadas históricas lo que aflora con mayor naturalidad. Destaca por ejemplo que, pese a la excepcional afluencia de público, el ambiente era extremadamente tranquilo y no recuerda haber visto incidentes de importancia. “La gente era muy pacifica, todo el mundo estaba, muy calmado, con la gente fumando petas sin que pasase nada”. Salvador subraya que el sonido fue estupendo,(“lo llevaba la empresa de moda en Inglaterra entonces, Watkins Electronic Music”, aclara), y que, pese a la ausencia de pantallas en el escenarío, “se veía muy decentemente y conseguimos sitio fácil. Se estaba muy bien”.

Lo que este melómano empedernido recuerda con menos cariño son los rigores de las noches en la isla. “La primera intentamos dormir al raso con unos sacos de dormir de papel de estraza que habíamos comprado, pero hacía mucho frío. Acabamos en una carpa que había habilitado la organización para los que no llevábamos tienda de campaña, aunque el volumen ensordecedor de la música tampoco nos dejó dormir demasiado”, relata.

Asistentes al festival de Isla de Wight de 1970.

Asistentes al festival de Isla de Wight de 1970. / EFE

“Por las mañanas, te despertaban con una versión preciosa de Amazing Grace”, rememora, “y después empezaban los conciertos del tirón todo el día. Entre las pausas de cambio de escenario aprovechábamos para comer algo e ir a mear”.

Conciertos históricos

La “explosión cerebral” de ver en directo y en un escenario espectacular a artistas que solo habían escuchado en disco fue gasolina suficiente para que aguantasen el tipo. Por el escenario de Isla de Wight 1970 pasaron artistas como Chicago, Procol Harum, Joni Mitchell, Emerson, Lake and Palmer, Miles Davis, Sly and the Family Stone, The Doors, The Who, Joan Baez, Leonard Cohen y Jimi Hendrix en el que quizás sea su ultimo gran concierto tan solo dos semanas antes de su fallecimiento. Un cartel que ha contribuido a agrandar año tras año la leyenda de un evento que, durante mucho tiempo, fue considerado como el mayor festival al aire libre de la historia de la música.

Salvador recuerda gratamente las actuaciones de grupos como Cactus, Ten Years After o Jethro Tull, la relativa decepción de ver a The Doors con un Jim Morrison que no estaba muy por la labor o el vibrante espectáculo de The Who, tres horas de música, fantasía y una teatral puesta en escena. También cómo el cansancio acumulado y el comienzo de algunos de los cabezas de cartel a altas horas de la madrugada hizo que tuviese que luchar contra el sueño para poder disfrutar de interpretaciones históricas de Purple Haze, The Wind Cries Mary o All Along the Watchtower” o, directamente, que le despertasen para escuchar a Joan Báez cantar Maria Dolores. Extenuados y con la misma ropa con la que habían llegado a la Isla de Wight días antes, Arevalillo y sus compañeros de aventura abandonaron el festival al poco de empezar la actuación de Leonard Cohen, penúltima del evento, con el objetivo de evitar las previsibles horas de atasco y darse un merecido baño.

Salvador Arevalillo, en una foto actual en su casa de Madrid, rodeado de recuerdos que ilustran la pasión por el rock que ha marcado su vida.

Salvador Arevalillo, en una foto actual en su casa de Madrid, rodeado de recuerdos que ilustran la pasión por el rock que ha marcado su vida. / ALBA VIGARAY

La suciedad y el cansancio de esos días se marcharon, pero quedaron la certeza de haber asistido a algo histórico y un hambre de música que ya no le abandonaría a lo largo de los años. Porque Arevalillo decidió que se quería dedicar a esto, y durante unos años compaginó su trabajo en el banco con su faceta como disc-jockey en diversas salas o la venta informal de discos que compraba en el extranjero. Poco a poco, fue ampliando esa faceta, hasta dedicarse por completo al negocio musical. “Menos tocar, he hecho de todo”, destaca. Se encargó durante años de la cabina de la discoteca M&M, ubicada en el número 9 de la calle Béjar, junto al metro de Diego de León, sala pionera del rock en Madrid, conocida como el Templo del Rollo donde, junto con el locutor Mariscal Romero, programó durante años conciertos de nombres como Nico, Soft Machine y Gary Glitter, pero también Ramoncin, Kaka de Luxe o Burning.

Pionero de turismo musical

También convirtió en costumbre algo hoy común pero casi inédito hasta entonces: las vacaciones musicales. “Cada vez que iba a Londres procuraba ver algún concierto: ibas de vacaciones, te comprabas discos y ropa...”, relata. “En 1971 estuve viendo a Barclay James Harvest (grupo británico de rock progresivo) en el Fairfield Hall de Croydon. El año siguiente estuve en Gilford, en la universidad viendo a King Crimson, y en el Hammersmith Odeon vimos a Uriah Heep, que llevaban de telonero a Peter Frampton antes de hacerse famoso. Otro año vimos a los Pretty Things en Croydon, en el Fox, que era un local de bodas y bautizos”.

Su siguiente gran aventura musical la propició una afortunada quiniela premiada con la que financió su viaje de despedida de soltero, que le llevaría al estadio de Wembley, a un multitudinario concierto en el que actuaron Joni Mitchell, The Band o Crosby, Still & Nash, a quienes recuerda sublimes, aunque le queda una espina clavada porque “Teddy Bautista (que formaba parte de la expedición) quiso que nos fuésemos antes de acabar y nos perdimos a George Harrison, que salió invitado en una canción”. Salvador incluso escribió una crónica del concierto. “No me acuerdo si fue para Vibraciones o Popular 1, pero sí sé que terminaba diciendo que a ver cuando veíamos conciertos así en España”.

Su granito de arena, y el empeño de nombres como Mario Pacheco, Gay Mercader o Pino Sagliocco normalizó la llegada de grandes de la música internacional a nuestro país, y permitieron que Salvador Arevalillo pudiese seguir viendo conciertos memorables sin viajar al extranjero. Haciendo cuentas, calcula haber asistido a 1.000 actuaciones en directo y haber visto a varios miles de artistas.

Revistas, discos y entradas del coleccionista y promotor de eventos musicales Salvador Arevalillo.

Revistas, discos y entradas del coleccionista y promotor de eventos musicales Salvador Arevalillo. / ALBA VIGARAY

El primer concierto grande en Madrid en esa época fueron Blood Sweat & Tears en el Monumental Cinema y Santana poco después. Luego ya empezó Gay Mercader, que trajo a King Crimson a barcelona y a Madrid, al Teatro Alcalá, aunque la lista es casi interminable”. También están muy presentes los grupos a los que nunca consiguió ver: “Me he quedado sin ver a los Traffic, pero he visto a Steve Winwood dos veces, asi que compensa. Y no he podido ver a Led Zeppelin ni a Pink Floyd, pero he visto a Miles Davis dos veces”, se consuela.

Jubilado desde hace años, este pionero de los festivales atesora en su casa del barrio de Prosperidad discos, revistas, fotos y entradas de conciertos como el de The Beatles en Madrid, testimonios todos de una época de efervescencia quizás algo más inocente que la actual. “Ahora me divido mas, porque hacen unos videos estupendos y en vez de gastarme 100 euros para no ver nada, me compro un dvd y lo veo en primera fila”. Aún así, no renuncia a ir a conciertos “más pequeños” y lista las actuaciones de Glen Hughes en La Riviera ("ha hecho un pacto con el diablo”, asegura), Jeff Beck o Steve Vai como algunos de los puntos álgidos. “Me gusta diversificar”, señala, antes de enfrascarse en otra anécdota rockera e ir a buscar entre sus archivos otra pieza memorable.