EL CUADERNO DE... (9)

En la guarida de Veintiuno: “Hay canciones increíbles que hablan de pederastia... es una faena, pero no por ello dejan de serlo”

Con un discurso ácido y cristalino, Diego Arroyo disecciona una carrera que ha armado a modo de testamento vital: hay tanta ironía, humor y diálogo en ‘El arte de perder’, su cuarta incursión, que poco podría imaginarse en boca de otro

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Entramos en la guarida de Diego Arroyo: en The Music Station ha compuesto buena parte de sus nuevas canciones.

Entramos en la guarida de Diego Arroyo: en The Music Station ha compuesto buena parte de sus nuevas canciones. / PI STUDIO | ALBA VIGARAY

Pedro del Corral

Pedro del Corral

No es fácil entrar en la mente de Diego Arroyo. Es un tipo abrupto, con la frágil capacidad para transformar el pensamiento en arte. Su música bebe de los aguaceros y relámpagos que le azotan por dentro. Una tormenta que, al llegar la calma, descubre una belleza ingrávida y mortal. Fugaz, sí. Como la que atesora unas canciones alumbradas con más cabeza que corazón. Por ello, precisamente, es a veces incomprendido. “Pienso que soy un impostor y que, en algún momento, alguien va a venir a echarme de esta ficción”, dice. Al frente de Veintiuno, ha logrado domar estos demonios… dándoles un lugar para que no desaparezcan. Pues ellos, aunque dolorosos, son la fuente de la que brotan sus palabras. En ocasiones, sin filtro. Pero es parte del juego.

Escribe tal cual siente, el ejercicio más honesto para sí mismo. Y, sobre todo, para un público ya acostumbrado a recibir sus últimas voluntades. Diego ha hecho de la música un testamento en vida. Hay tanta ironía, humor y diálogo en ella que poco podría imaginarse en boca de otro. “Busco que cada tema sea la hostia. Me parece muy difícil integrar un recurso cómico sin caer en la parodia. De ahí que, quien llegue a estas cotas, me enamora. Me pasa con Bo Burham, Love of Lesbian y Belén Aguilera”, asegura el cantante, que lleva cuatro álbumes a la espalda. Atiende a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA en la habitación donde ha concebido El arte de perder, un compendio de luces y sombras en el que reflexiona sobre la banda que le ha permitido encontrarse.

'El arte de perder' es el cuarto disco que Veintiuno ha publicado.

'El arte de perder' es el cuarto disco que Veintiuno ha publicado. / ALBA VIGARAY

“Decirte lo que pienso de mí es un acto de egomanía que roza lo patético”, suelta. Así que hablemos de canciones que, en el fondo, son la mejor manera de profundizar en él. En Dopamina canta: “Voy preparando munición por si me piden mi versión. Va a ser enormemente tenso. Debiste haber estado allí, fue esperpéntico y fue vil”. Se trata del mayor ejercicio de sinceridad que Diego,Yago, Pepe y Jaime han protagonizado. Quizá, la propuesta que mejor les representa. Aquella que les colocó en el disparadero. “Cada vez que coincido con alguien que ha tenido un hit le pregunto cómo lo ha conseguido. Con el tiempo, te das cuenta de que tu sensibilidad y la del oyente no tienen por qué estar en comunión permanente. Mucho de lo que deseas tiene que ver con tus expectativas”, añade. Un desafío vital.

P. En la época de TikTok, ¿componen para convencer al algoritmo?

R. Siempre ha sido así. Ana María Bach no creaba minuetos porque le encantasen, sino porque los ricos querían arrimar cebolleta hasta meterse en la cama a follar y, entonces, le encargaban un baile de estas características. En los años 40, los temas se hacían para las radios AM. Y, cuando empiezan a comercializarse los elepés, se adaptaban al tamaño de estos. Al llegar a los 80, década en la que se pagaba para sonar, los estribillos debían aparecer en el segundo 30. Y, en los 90, con la MTV, se ajustaban al videoclip. Un discurso que, en 2015, empezó a repetirse con las redes sociales. Todas las generaciones pensamos que somos la que más jodida está. Y estoy seguro de que existe una runa mesopotámica que tiene inscrito cómo hay que tocar una lira de dos cuerdas para contentar a no se qué puto Dios.

P. Entonces, usted lo ha hecho.

R. Todo el rato. Y quien te diga lo contrario miente. Y no sólo para sonar en la radio, ¿eh? Imagina un grupo de thrash metal experimental al que le apetece hacer una balada: ¿se la admitirían o, como a Cory Tayler cuando hizo el tercer disco de Skipknot, les van a decir que son unos blandos de mierda? Es un conflicto bastante común.

P. Si la meritocracia existiera, ¿dónde estaría Veintiuno?

R. No es algo que me interese responder. Y no es relevante. La industria está cimentada en una entelequia llamada éxito, por lo que tu carrera no depende del talento ni del trabajo. Dicho esto, no sé si somos la gente que más se merece estar donde estamos por fortuna. ¿Nuestra repercusión es más pequeña de la que me gustaría? Seguramente sí. ¿Más pequeña de la que nos merecemos? No lo sé, te lo juro.

Camuflarse en el pop


Acostumbrado a producir sin límite, suele apoyarse en sus compañeros para refrendar aquello que le plantea dudas. No por miedo a fallar, sino para hacer de la canción una experiencia grupal. “Intento sentarme a diario. Si bien soy alguien con ciertas inseguridades y patologías, ellos han encontrado una vía para comunicarse conmigo. Me daba miedo que se callasen por miedo”, asegura. Al compartirlo, han encontrado la senda ideal para que sus temas crezcan: utilizan el pop para canalizar el tono oscuro de su sonido y, por tanto, camuflar su mensaje. “Es menos esperable y la catarsis es más divertida. Hemos normalizado que el jazz lleve asociado un discurso melancólico o que el punk tenga un alegato agresivo. Y no tiene por qué ser así”.

Diego sostiene la libreta en la que compuso 'Corazonada'.

Diego sostiene la libreta en la que compuso 'Corazonada'. / ALBA VIGARAY

Una visión que, aunque fácil de reconocer, cuesta llevar a la práctica. En especial, cuando se trata de encarar tu propio proyecto. Ahí, la clave es que la magia se imponga. De cumplirse, el trabajo está hecho: “Hay un instante en que el creador y el oyente que hay en mí están de acuerdo. Y, entonces, me apetece seguir adelante para ver hasta dónde llego”. Lo que suceda después ya se escapa de sus manos. No obstante, hay accidentes inesperados que hacen brillar el trabajo cuando menos lo esperas. En su caso, ocurrió cuando la periodista Mónica Carrillo compartió una de ellas en Instagram. O cuando el programa Supervivientes las empleó como banda sonora de sus pruebas: “Y eso se convierte en un canal de distribución más grande que la radio”.

P. ¿Cuál es la emoción que más le ha costado reflejar en el papel?

R. Muchísimas, soy de los que reescribe el infinito. Es algo que tiene que ver con la yuxtaposición de la melodía con la letra en una determinada relación. Por ejemplo, La camisa negra de Juanes es brutal porque es bailable y macabra. Y, si no fuese así, no sería tan buena. Esto se consigue cuando se unen dos ideas opuestas. También ocurre con el rock de fondo amable: resulta más accesible porque ha encontrado el tono en el que todo encaja. A veces, son dos acordes o dos términos.

P. ¿La música tiene que ser responsable afectivamente hablando?

R. Hay canciones increíbles que hablan de pederastia… es una faena, pero no por ello dejan de serlo. Obra y autor son cosas diferentes incluso en el mensaje que transmites. Que alguien meta un mensaje de extrema derecha en un tema que me flipa es una mierda, pero la voy a cantar.

P. En ese sentido, ¿se ha autocensurado para no abordar según qué tipo de temáticas?

R. Si la ha habido, es porque el resultado no era bueno.

Creatividad y dinero


La llegada de Warner a Diego y los suyos no interfirió en su razón de ser. Su relación comenzó en Gourmet sin el típico temor a perder autonomía y liderazgo: querían entrar e impulsar su proyecto. “Teníamos más hambre que miedo. Cuando nadie cree que vaya a funcionar y le dedicas tantas horas, que venga alguien y apueste por ti es fabuloso. He tenido conversaciones con compañeros y aún no he encontrado a nadie que, honestamente, me diga por qué es mala decisión entrar en una multinacional cuando eres pequeño. Otra cosa es cuando creces y puedes elegir. Pero para lo demás, me parece un acto elitista y absurdo no firmar por pensar que te van a cambiar”, mantiene.

Veintiuno ha pasado por festivales tan populares como Sonorama, Warm Up y Granada Sound.

Veintiuno ha pasado por festivales tan populares como Sonorama, Warm Up y Granada Sound. / ALBA VIGARAY

A pesar del salto cualitativo que dieron, jamás notaron mayor presión que cuando eran independientes: continuaron su senda con el ímpetu del principio, sin dejar que nada ni nadie pudiera cambiarles. “Salvo que tus padres tengan un hipervínculo en la Wikipedia, todos trabajamos para una empresa. Yo antes curraba en una empresa de becario y tenía una presión enorme por pagar el alquiler. Luego, cuando empezamos a tocar ante 50 personas, cambió. Y así en lo sucesivo”, explica. ¿Y, ocho temporadas después de su debut, en qué nivel están? “Notable. Y asumible. La relación de medicación psiquiátrica y terapia psicológica que recibimos es suficiente para afrontar los retos que tenemos por delante”, añade.

P. ¿A más dinero mejores discos?

R. Que va. Los primeros de los Beatles no suenan muy bien y, además, estaban en mono. A día de hoy, un artista folk medio puede hacer un álbum que suene mejor que el Rumors de Fleetwood Mac con una milésima parte del presupuesto… pero no va a ser mejor. Es imposible.

P. ¿Hasta qué punto éste puede condicionar la creatividad?

R. Trabajas en un medio de comunicación, ¿qué tal con los anunciantes? Tirando, ¿no? Pues ya está. Es la respuesta legítima. Haces lo que puedes con lo que tienes. Lo ideal sería que no condicionara tu perspectiva artística. Ahora bien, todos somos la geisha de alguien. Y, si no, tu padre es el jefe.

P. Hay grupos que los tienen.

R. Claro. Este mercado es el paraíso de los nepo babies.

Invisibilizar al autor


¿Eso quiere decir que hay nombres de primera y de segunda? Hay quien ha criticado, por ejemplo, que los carteles de los festivales no se organicen alfabéticamente. Una polémica que Diego intenta bajar a tierra: “Entiendo que pase. Vas a trabajar con un promotor privado que tiene un criterio que te puede gustar o no. Eso no te hace menos importante. Otra cosa es que tu ego, que es un cabrón, te haga sentir así. No tiene nada que ver. Incluso puede darse el supuesto de que seas su banda favorita y que, al hacerlo así, esté asegurando la pasta para pagarte”. Su experiencia, repleta de fechas en recintos de estas características, hasta el presente ha sido satisfactoria.

Diego se sienta a componer cada día, bocetos que luego desarrolla con el grupo.

Diego se sienta a componer cada día, bocetos que luego desarrolla con el grupo. / ALBA VIGARAY

En cambio, donde sí identifica fallas es en las playlists más exitosas de Spotify. Allí, salvo rarísima excepción, apenas se cuelan grupos. “Es más barato desarrollar, vender y apoyar la trayectoria de un solista. Además, si vamos a la composición, se favorece que este artista, que en ocasiones no está en la compañía por tener ni defender buenas canciones, no haga esfuerzos por componer. Entonces, te proponen una sesión de composición con él para construir su repertorio”, sostiene. Y el resultado es que él sólo tiene el mejor repertorio hecho por 12 autores: “Hay muy buenos compositores que están peleando por estar en listas pequeñas mientras un regimiento de tiktokers están en la cima. La única justicia es que, al menos, nos llegan derechos”.

P. ¿Por qué aún no tienen página en Wikipedia?

R. No lo sé. Es un ejercicio demasiado narcisista: la haces tú, pero finges que la ha escrito otro. Como ocurre con los clubs de fans. Me alegra saber que no estamos tan enajenados. De hecho, me parece guay que no la tengamos.

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