REGRESO DEL CANTAUTOR DE ÚBEDA

Sabina emociona compartiendo la historia de su vida al calor del Palau Sant Jordi

La gira 'Contra todo pronóstico' del artista aterriza en Barcelona con un repertorio a la altura de sus himnos, recordando a los que ya no están y al ritmo de un 'rock’n’roll' solemne

oaquín Sabina Contra todo pronóstico en el Palau Sant Jordi.

oaquín Sabina Contra todo pronóstico en el Palau Sant Jordi. / JORDI COTRINA

Un Sabina un poco melancólico, que pone el retrovisor y hace inventario de hazañas y miserias, de voz oscurecida pero sólida, acomodado en el taburete y mimado por su banda. Con recuerdos para las almas gemelas que ya no están y algo de rock’n’roll conjurando la solemnidad. El disco nuevo sigue sin llegar, pero qué más da: los barceloneses respondieron este miércoles (y lo harán el próximo viernes) a la llamada de este artista imprevisible con la sensación de que volver a disfrutarlo en un escenario es un pequeño milagro. 

La primera, en la frente: Cuando era más joven, cosecha del 87, abrió la sesión con su suave trote rockero y sus vistas a “sucios trenes que iban hacia el norte”, cuando “buscaba el placer engañando al dolor”. Sabina, autobiográfico, meditabundo, enlazando con la única canción nueva, Sintiéndolo mucho, donde se mostró en la brecha a los 74, “aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho”, y bromeó con aquel tropezón en el Wizink Center, cuando se vio viajando “en camilla al hospital / con los dedos del Serrat entrelazados”. Aquello ya pasó: el trovador lleva “casi un año dando tumbos por el mundo”, “de hotel en dulce hotel”, celebró antes de celebrar su regreso a Barcelona. “A mi Palau Sant Jordi”.

Un guion fijo

La gira Contra todo pronóstico no va exactamente de grandes éxitos (aunque los hay). Vemos a Sabina contándonos la historia de su vida a través de un repertorio fijo, 21 canciones, entre la voluntad narrativa y la conveniencia de trazar un camino colorido y salpicado por las tonadas deseadas. Asumiendo peso estuvo ese septeto atento, suministrador de hondos medios tiempos (Lo niego todo), de vivacidad rocanrolera (Llueve sobre mojado, de sus días con el enemigo íntimo Fito Páez, aquí con guitarrazos de Jaime Asúa) y de tonalidades latinas con toque de acordeón: de la dulce Cuando aprieta el frío (que dedicó a amigos como Rosana Torres, Manel Fuentes y sus “queridos” Estopa) a Por el bulevar de los sueños rotos. Aquí evocó a Chavela Vargas y confesó que últimamente se ha ido “quedando un poco solo”. Se nos fueron Krahe, Aute, Milanés... “Y mi primo Serrat se retiró, nadie sabe por qué”.

Concierto generoso, superando las dos horas, con momentos de reposo para el maestro, desplazando el foco a Mara Barros (que, la noche de su 43º cumpleaños, bordó la cabaretera Yo quiero ser una chica Almodóvar) y al puntal histórico Antonio García de Diego (La canción más hermosa del mundo). Cada noche reserva Sabina un cordial dardo para Pancho Varona, el ausente: presentó a su sustituto, Borja Montenegro, elogiando su “modo de guitarrear fresco, que nos convenía mucho”.

Y escenas de emoción abajo y arriba del escenario: al terminar Tan joven y tan viejo, el trovador se quedó en silencio, conmovido. Momento para hacer de tripas y corazón y remontar a lomos de Una canción para Magdalena y, de ahí, con la voz cada vez más rugosa, a 19 Días y 500 noches, Princesa, Y nos dieron las diez… Las canciones de una vida, de muchas de ellas.