ASUME TU BARRANCO: CONVERSACIONES SOBRE EL FRACASO (II)

Lluís Homar: "Soy una persona muy insegura y cualquier comentario me puede tirar abajo, aunque menos que antes"

El actual director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, uno de los actores más versátiles de nuestro país, también lidia con el miedo al rechazo. Tras su expulsión del Teatre Lliure, llegó a Madrid en un complicado momento personal para sumergirse en la literatura del Siglo de Oro y hacer de la derrota un nuevo comienzo

Lluís Homar, actor y director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Lluís Homar, actor y director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. / ARCHIVO

En 1976, con 19 años, fundó el Teatre Lliure de Barcelona junto a Lluís Pasqual y Fabià Puigserver, casa que dirigió durante seis años. En 2019, a punto de cumplir 62 años, se puso al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Entre medias, Lluís Homar (Barcelona, 1957) ha hecho cine, televisión y teatro, ha ganado premios, ha publicado sus memorias y se ha convertido en uno de esos intérpretes que todo lo hace bien. Detrás de esa imagen de enorme prestigio profesional están su obsesión por ser “el mejor actor del mundo”, su inseguridad o su miedo al rechazo, que tantas veces ha confesado. Del Lliure salió por decisión de otros y se quedó, de pronto, a la intemperie. A la CNTC llegó “para aprender”, sin haber dirigido ni interpretado ningún texto del Siglo de Oro, lo que le granjeó algunas críticas, entre ellas, de quien escribe. Ambos episodios, pero no solo, nutren esta conversación sobre el fracaso, la derrota y “la humanidad que de ella emerge”, que diría Pasolini.

P. Hábleme de sus fracasos

R. Recuerdo que me había divorciado de mi mujer, con la que tengo dos hijos, y estábamos en ese momento de firmar el convenio regulador, pero no nos poníamos de acuerdo e iba a tener que intervenir un juez. Pensé que mis hijos estaban absolutamente lejos de mí y me sentí totalmente solo y el hombre más fracasado del mundo. Recuerdo que en ese momento de absoluta soledad y de desastre total me di cuenta de que, a pesar de todo, yo me tenía a mí mismo y que ese estado de soledad no era tal porque yo nunca me iba a fallar y siempre iba a estar conmigo. Hay una frase que digo en El templo vacío: "Hay que saborear el infierno porque si no vas a él en vida, irás a él muerto". En ese momento yo estaba en el infierno pero, a veces, cuando uno está ahí se abren puertas que solo se pueden abrir porque estás precisamente ahí, y de pronto algo sale al rescate y ese algo eres tú mismo.

P. Imagino que esa idea llega después de un aprendizaje, después de vivir y compartir experiencias a lo largo de los años…

R. Claro, yo he hecho 27 años de terapia en mi vida y no he resuelto nada, pero volvería a empezar. Esto es un aprendizaje constante.

P. Cuénteme algún fracaso en el terreno profesional

R. Mi llegada a Madrid, cuando fui nombrado director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

P. ¿Por qué?

R. Porque cuando llegas a un sitio después de un nombramiento esperas, de alguna forma, sentirte bien recibido y lo que yo percibí entonces es que estaba en un sitio que no me correspondía, que era un impostor y que yo no era la persona adecuada para ocupar ese lugar. ¿Y eso es un fracaso? Sí, pero dura lo que dura, convives con ello y, evidentemente, en esos momentos uno se conecta con el fondo y sabes que ahí está el ego porque si no, no te sentirías tan mal. Pero estás ahí con la voluntad, desde un espacio público, de hacer una labor, de intentar contribuir, y tienes una experiencia y has hecho un recorrido que, evidentemente, no es el de los clásicos del Siglo de Oro, pero yo he trabajado toda mi vida con los clásicos. Cuando dije que venía a aprender no quería decir que no supiera toda una serie de cosas. Y yo te tenía enfrente ese día…

"Cuando llegas a un sitio después de un nombramiento esperas sentirte bien recibido y lo que yo percibí entonces es que estaba en un sitio que no me correspondía"

P. No solo a mí, estábamos muchos periodistas cubriendo su presentación como director de la CNTC

R. Sí, pero a ti te tenía delante y veía cómo ibas soplando y yo pensaba, bueno, ve haciendo callo para lo que te espera. (Nos reímos ambos)

P. ¿Cómo gestionó eso?

R. Lo pasas mal y hay un momento en el que intentas convencerte de que es menos de lo que es, pero hay una parte de ti que se echaría a llorar en un rincón. Estaba dejando a mi mujer en Barcelona, es decir, no había sido fácil tomar esa decisión de venirme a Madrid para cinco años, pero me pareció que era importante dar ese paso.

Lluís Homar en una escena de 'La discreta enamorada', del último Festival de Almagro.

Lluís Homar en una escena de 'La discreta enamorada', del último Festival de Almagro. / Sergio Parra

P. ¿Sigue siendo una herida abierta?

R. No, no, herida abierta no hay porque confiaba en el equipo y sentía que tenía algo que aportar, y tengo la tranquilidad de estar haciendo y haber hecho una labor. Me acuerdo de que un día Eduardo Vasco (director de la CNTC de 2004 a 2011) me dijo: "Eso que tú puedes aportar es algo que no es tangible, pero es tuyo". Y no recuerdo las palabras exactas, pero me agarré a eso. Yo soy una persona muy insegura y cualquier comentario de cualquier persona me puede tirar abajo, aunque es verdad que mucho menos que antes porque tengo mis herramientas, mi meditación y mi espacio. Y de la misma manera que voy abajo, con la misma facilidad me voy arriba. Y te contaré una anécdota divertida: cuando me nombraron director de la CNTC releí La vida sueño y de repente no entendía nada y pensé, "claro, tienen razón" (risas).

"Siempre he aprendido más con lo que no me ha salido"

P. ¿Ha sido de hablar del fracaso y compartir la fragilidad desde siempre o ha ido evolucionando al tiempo que lo hacía la idea de masculinidad?

R. Yo tengo una parte femenina muy importante, pero siempre ha estado muy protegida. De pequeño lloraba por todo, pero aprendí que los hombres no lloran. Poco a poco eso ha ido aflojando. Ahora me encanta que, cuando me viene la emoción, me pongo a llorar y no lo escondo porque para mí es como un regalo. A mí el fracaso me gusta, es decir, yo veo las equivocaciones y los errores como una lección, como algo que te sirve, que te ayuda. Siempre he aprendido más con lo que no me ha salido.

P. ¿Qué es lo último que no le ha salido?

R. Por ejemplo, percibimos que La discreta enamorada es lo que ha salido porque está teniendo un reconocimiento, pero podríamos decir que Lo fingido verdadero es lo que no ha salido. A mí me fascina que las grandes oportunidades para aprender aparecen cuando las cosas no van rodadas y siempre digo que, cuando algo no te sale, toda esa energía que has puesto ahí va a estar canalizada en otro sitio que vendrá después. Me acuerdo de una crítica de (Joan) Sagarra en Barcelona, cuando hacíamos Los hijos del sol, de Gorki, que decía: "A este chico habría que pasarle los vídeos de las últimas obras que ha hecho porque siempre corta las frases por el mismo sitio, siempre mueve los brazos de la misma manera". A mí me han dado muchos palos y muchas veces no leo las críticas en su momento porque me afectan demasiado, aunque luego te acabas enterando igual. Pero sé que lo importante es el diálogo que tienes contigo mismo.

"A mí me han dado muchos palos y muchas veces no leo las críticas en su momento porque me afectan demasiado"

P. Y si echa la vista atrás…

R. Hay un momento clave y es cuando el Teatre Lliure prescinde de mí. Estuve seis años como director, pero volvió Lluís Pasqual, que estaba en el Odeon de París, y entonces me dejaron de lado y me dijeron que ya no tenía espacio en ese Lliure. Yo había estado allí desde los 19 a los 42 años y fue un momento muy difícil, lo viví como un gran fracaso porque entonces para mí no había vida fuera del Teatre Lliure. Ahora me da como ternura ese momento de desolación y no tengo ningún resentimiento, está todo en su lugar, porque de verdad creo que batacazos como estos al final han sido mis oportunidades, aunque se pasa como el culo.