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El Club Psicodélico de Harvard: los 'viajes' lisérgicos que cambiaron el mundo

A principios de la década de los sesenta, la Universidad de Harvard empleó LSD en un grupo de estudiantes voluntarios con la intención de investigar mejoras en la salud de los enfermos mentales. Cuando sus responsables se quisieron dar cuenta, habían transformado la cultura occidental

Ram Dass y Timothy Leary, dos de los miembros del Club.

Ram Dass y Timothy Leary, dos de los miembros del Club. / ARCHIVO

"No cabe duda de que lo que usted defiende es el futuro de la psicología estadounidense. Está estableciendo las tácticas de la vanguardia. Es justo lo que nos hace falta para animar el cotarro en Harvard", le dijo David McClelland a Timothy Leary durante una cena que ambos compartieron en un restaurante de Florencia. Corría el año 1958, y el ofrecimiento de incorporarse como investigador en la prestigiosa universidad estadounidense era justo lo que Leary necesitaba para poner orden a su vida, después de que el suicidio de su esposa le hubiera dejado devastado emocionalmente, en la quiebra y a cargo de dos hijos. No obstante, lo que nunca pudo imaginar el profesor McClelland era hasta qué punto Leary revolucionaría esa prestigiosa institución educativa cuando, a sus conocidas investigaciones sobre la personalidad, incorporó la psilocibina, sustancia alucinógena que se encuentra en, por ejemplo, la mescalina, ciertos hongos o la dietilamida de ácido lisérgico, conocida popularmente por sus siglas en alemán, LSD.

Desde mediados de los años 50, la experimentación con enteógenos, frecuente en otras culturas, había comenzado a llamar la atención de los occidentales. En 1954, el escritor Aldous Huxley había publicado Las puertas de la percepción, colección de ensayos sobre sus experiencias con mescalina. Tres años después, la revista Life publicó un amplio reportaje en el que el banquero y micólogo aficionado R. Gordon Wasson contaba el viaje que había realizado en 1955 al sur de México para convertirse en, según él, el primer hombre blanco en ingerir "hongos divinos".

Fue también en México, pero en el verano de 1960, donde Timothy Leary tomó por primera vez setas alucinógenas. El viaje, calificado por él mismo como "la experiencia religiosa más profunda de mi vida", le convenció de que la psilocibina iba a revolucionar la práctica de la psicología. Con esa idea en mente regresó a Estados Unidos, donde consiguió el apoyo de la Universidad para desarrollar, junto a los profesores Richard Alpert y Huston Smith, el Proyecto de la Psilocibina de Harvard, un programa cuyo objetivo era dar una dosis controlada de esa sustancia a individuos que, posteriormente, escribirían un informe sobre su experiencia.

"A finales de los sesenta y principios de los setenta, entre la adolescencia y mis veinte años, exploré un poco los psicodélicos. Esa fue una de las razones por las que me interesé en la meditación, la espiritualidad y las filosofías religiosas. Posteriormente, en la década de 1980, cubrí como periodista temas de religión, espiritualidad y escribí mucho sobre los cultos, las sectas y los nuevos movimientos religiosos y sociales que surgieron de la contracultura psicodélica de esa época", explica Don Lattin, colaborador habitual de The New York Times, The Wall Street Journal o The San Francisco Chronicle, que acaba de publicar en castellano El club psicodélico de Harvard (Errata Naturae, 2023). "Aunque ya había escrito sobre Leary, Alpert y Smith, nunca se había contado la historia completa y cuál había sido el papel de Andrew Weil en la caída en desgracia de Leary y Alpert. Finalmente, y gracias a Mark Tauber, mi editor en HarperCollins que me animó a escribirla, esta historia se convirtió en libro".

Víctimas de la envidia

Fascinados por las posibilidades terapéuticas y recreativas de la psilocibina, Leary, Alpert y Smith comenzaron a experimentar con la sustancia con más entusiasmo que rigor científico. Se hicieron pruebas con alcohólicos para intentar que dejasen el hábito, se desarrollaron programas dentro de las prisiones para valorar sus efectos antidepresivos en los internos e incluso un Viernes Santo se organizó en una iglesia una ingesta colectiva de LSD y placebo con miembros de diferentes religiones, para averiguar si la sustancia era capaz de crear experiencias místicas.

Timothy Leary, en el extremo dcho., acompaña con otros amigos a John Lennon y Yoko Ono (en el centro) durante su encierro en un hotel de Montreal en 1969.

Timothy Leary, en el extremo dcho., acompaña con otros amigos a John Lennon y Yoko Ono (en el centro) durante su encierro en un hotel de Montreal en 1969. / Gerry Deiter

A pesar de lo errático de las investigaciones, Leary y sus colegas disfrutaron de la confianza y autonomía de la Universidad de Harvard, que no cuestionó la adquisición de LSD para el proyecto, ni el uso que se hacía de él en los experimentos. De hecho, la razón que provocó que comenzasen los problemas para Leary y sus colegas dentro de la institución educativa no fue la psilocibina o los pobres resultados obtenidos por el programa, sino la envidia.

En su búsqueda de estudiantes voluntarios que pudieran formar parte de los experimentos, Leary y Alpert conocieron a Ronnie Winston y a su compañero de dormitorio en la residencia universitaria, Andrew Weil. Sin embargo, mientras que el primero fue incluido en la investigación y pudo probar el LSD, el segundo fue rechazado. Herido, Weil comenzó a urdir su particular venganza contra Leary y Alpert. Además de recabar informaciones comprometedoras sobre ambos profesores, Weil escribió un incendiario artículo en la revista Look cuestionando toda la investigación. Por si no fuera suficiente, buscó a aquellos estudiantes de grado que habían tomado LSD y denunció los hechos ante las autoridades universitarias, que solo habían permitido los estudios de Leary si los receptores eran, por lo menos, licenciados.

Una vez fuera de la universidad, Leary intentó seguir experimentando con psilocibina, primero en México y, tras ser expulsado por las autoridades de ese país, en Antigua y Dominica, donde sucedió tres cuartos de lo mismo. Sin embargo, esa política de persecución y acoso, en la que tuvo un papel relevante la CIA, no salió como el gobierno estadounidense esperaba. Obligado a regresar a su país, Leary encontró allí el apoyo de los hermanos Peggy, William y Tony Hitchcock, ricos herederos que le cedieron una finca de más de mil hectáreas en el estado de Nueva York. En ella, Leary y Alpert montarían un centro de experimentación para llegar a estados alterados de consciencia, que comenzó como una suerte de Xanadú psicodélico y acabó convertido en un mal viaje en el que un megalómano Leary desarrolló dinámicas sectarias. "Leary tenía un ego enorme, lo que resulta irónico ya que se suele decir a menudo que los psicodélicos pueden inspirar un estado de conciencia 'no dual' e incluso 'desapego hacia el ego'. No obstante, también pueden inspirar grandiosidad y Leary era un tipo brillante, con claras tendencias mesiánicas", recuerda Don Lattin.

Revolucionarios y orgullosos

Hasta la caída en desgracia de Leary y sus colegas, con detenciones, penas de prisión y fugas rocambolescas incluidas, los miembros del Club Psicodélico de Harvard disfrutarían de varios años de popularidad gracias a toda una generación de jóvenes que alcanzaron la iluminación a través del LSD y plasmaron sus experiencias en discos, películas, novelas, pinturas, carteles y un sinfín de obras de arte.

Transformaron la forma en que vemos la religión y la espiritualidad, el medio ambiente, las opciones dietéticas e incluso la práctica de la atención médica"

"Aunque tal vez no fuera tan trascendental como algunas de las revoluciones políticas y tecnológicas del siglo XX, como el comunismo y la aparición de los ordenadores, el LSD y la contracultura psicodélica de las décadas de 1960 y 1970 supusieron toda una revolución en los Estados Unidos y Europa. Transformaron la forma en que vemos la religión y la espiritualidad, el medio ambiente, las opciones dietéticas e incluso la práctica de la atención médica, ya que se pudo conocer la relación que tienen en el bienestar de las personas la combinación mente-cuerpo-espíritu", relata Lattin que, durante sus entrevistas con los protagonistas de su libro, comprobó cómo, asumidos ya sus errores del pasado, se mostraban orgullosos de esa revolución de la que ellos fueron una parte muy importante.

"Cuando comencé a hacer las entrevistas, Leary ya había fallecido, pero los demás eran muy conscientes de lo que habían hecho y, en su mayoría, estaban orgullosos. Andy Weil se había arrepentido de sus actos de juventud cuando era estudiante en Harvard y se había redimido. Richard Alpert, que tras un viaje a la India cambió su nombre por el de Ram Dass, se disculpó por su descuido a la hora de promocionar y distribuir a mediados de la década de los sesenta el LSD como una droga que podía ser utilizada por cualquiera. En todo caso, sus investigaciones ayudaron a mucha gente de mi generación a encontrar enfoques más suaves para la expansión de la mente, como la meditación", reconoce Lattin, que llama la atención sobre las recientes investigaciones relacionadas con la psique humana que han recuperado su interés por los enteógenos y sus efectos a la hora de mejorar las condiciones de vida de, por ejemplo, los enfermos de depresión. "Estas nuevas líneas de investigación demuestran que los miembros del Club Psicodélico de Harvard tenían razón. De hecho, aunque en la actualidad la mayoría de los ensayos clínicos utilizan psilocibina y MDMA, cada vez son más los que están empezando a mirar al LSD", concluye.