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Manuel Guedán y su descacharrante visión de un mundo laboral que en realidad da pena

El autor madrileño construye en su nueva novela, 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama', una divertida sátira de las ambiciones profesionales y de una sociedad marcada por la precariedad y el servilismo en el mundo del trabajo.

El escritor Manuel Guedán (Madrid, 1985).

El escritor Manuel Guedán (Madrid, 1985). / Clara Garrido

Rocío Niebla

Cuando la editora de Alfaguara Pilar Álvarez leyó por primera vez el manuscrito de Manuel Guedán (Madrid, 1985), que finalmente ha salido al ruedo con el título Los sueños asequibles de Josefina Jarama, se dio cuenta rápidamente del tesoro que tenía entre manos. He ahí la misión de una audaz editora, fichar una segunda novela que consolida a Guedán como lo que demuestra ser: un escritor sin peros. Profesor de escritura en el Hotel Kafka, profesor de Didáctica de la literatura en la Universidad de Alcalá de Henares, editor en Lengua de Trapo y, además, columnista de opinión en

El Periódico de España

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Josefina Jarama es una pobre mujer de clase trabajadora a la que echan reiteradamente de sus precarios trabajos, pero que no desiste en creerse la película de la llamada meritocracia. Está casada con su ambición laboral, pero sin padrinos, tragando barro y fregando con la bayeta en los dientes toda la escalera social. Una vida dramática que, sin embargo, el autor dibuja con derroche de humor y sarcasmo. “Esta historia está escrita con una energía post crisis del 2007, pero sin querer centrarme en ella”, cuenta Guedán, que por entonces cursaba la carrera universitaria y vio cómo se paralizada la contratación académica. Aquello le obligó a recalibrar su camino. “Haciendo uso de esa melancolía he querido empatizar con otras generaciones que vivieron el desmoronamiento de los sueños laborales y el ajuste de la propia ambición”, afirma.

Fruto de su propia ruptura entre los sueños y la carrera laboral, así como de las pequeñas experiencias que lo iniciaron en el precariado, el escritor se obsesionó con explayarse en la ficción sobre un mundo del trabajo que le "arrebata” y que descubre “todo lo que nos jugamos solo con las labores de ganarnos el pan”. En los sueños de la trabajadora, “asequible” significa simplemente tener algún día un subalterno. Guedán también aplica ese término a la realidad presente. “La Reforma Laboral es una buena metáfora de los sueños asequibles. Yo hubiera preferido lo que la izquierda transformadora prometía, que era una derogación completa y sobre todo recuperar los 45 días por despido. Dicho lo cual, los sueños tienen que ser asequibles, así que estoy contento con que esto se haya aprobado después de 50 años de retrocesos laborales”, asegura.

Hubiera preferido la reforma laboral que la izquierda transformadora prometía. Pero los sueños tienen que ser asequibles"

La industria juguetera alicantina, los currelas de la noche en la Ruta del Bakalao, la banca y sus recovecos o una pizzería con mucha masa madre constituyen el marco en el que se desenvuelven los trabajos de Josefina, las miserias de los jefes y una historia social de España repleta de sinsabores. La editora Pilar Álvarez tildó el libro como “comedia crítica no invasiva”, y podría añadirse: 236 páginas de risa, surrealismo y conciencia de clase. Una conciencia de clase ausente en la protagonista, pero presente en la pluma y la mirada del autor. “Mi intención ha sido coger lo más anodino, que es el trabajo, y aplicarle una mirada cómica”. Sus referentes son Eduardo Mendoza, la picaresca y Cervantes, Manolito Gafotas, Carpanta y los cómics de Bruguera, así como las series The Office o Parks and Recreation.

Lidiar con los jefes

Al abrir el libro encontramos un epígrafe que apunta maneras: “Manuel, vete echando currículos”. Esa fue la frase que le espetó al autor Miguel Ángel, un jefe que tuvo. Guedán los explica entre risas: “He tenido una relación ambigua con los jefes. Hay una frase que dice Josefina que resume lo que pienso: ‘A los jefes no hay que comprenderlos, hay que interiorizarlos’”. El escritor, que ha trabajado en estructuras pequeñas con mucho trato directo con los superiores, asegura que “uno habita en la personalidad de su jefe”, y que un mismo oficio cambia mucho de trabajar para una persona a hacerlo con otra. “Antes de decir cuál es nuestra labor deberíamos aclarar para quién trabajamos”, insiste.

Yo también habría gritado '¡Viva Honduras!' cuando lo hizo Trillo. Ese soldado estaba con un mando superior, ¿qué vas a hacer? ¿Corregirle?"

Para construir a su personaje tuvo presente el momento en el que Federico Trillo estaba revisando las tropas en Afganistán y, delante del batallón de El Salvador, gritó el famoso "¡Viva Honduras!". Más que el lapsus de Trillo, al escritor le interesó explorar la metáfora del soldado salvadoreño que también grita "¡Viva Honduras!" siguiendo al ministro. “Yo también lo hubiera hecho. Ese tipo estaba con un mando superior, ¿qué vas a hacer? ¿corregirle? Pues no, él se equivoca y tú te equivocas con tu jefe. Eso es Josefina”, bromea. La protagonista pone la otra mejilla mientras el lector se ríe de sus miserias (y cuidado, que muchas veces son propias). Porque la marca de la casa es ejercer la crítica sin dejarse llevar por el enfado, y también reflexionar qué hay de político en nuestra cotidianidad.

Sobre si existe o no un ascensor social, relexiona: “Hay ascensor, pero muy diferente a cómo nos lo cuentan, porque está muy vinculado a la renta, al patrimonio y a la herencia”. Un elevador “trucado” que “tiene más que ver con la sangre que con las prácticas y las obras”. Pero aún así, Guedán considera que “si no hubiera una posibilidad entre mil, la gente no apostaría todas sus cartas a ascender y a tener un poco más”. Por eso, cuando la izquierda niega dicho ascensor, “está menospreciando a la gente que cree en ese mito y que se parte el lomo 12 horas al día por vivir en un barrio mejor”.

También le marcaron las palabras que la editora Elisabeth Falomir compartió en un club de lectura: “Solo he tenido jefes hombres y becarias mujeres”. Comenta el autor: “Me apetecía explorar la figura de la pícara Justina porque está mucho menos explotada en literatura que la del Lazarillo, y hoy en día la subalternidad, como dice mi amiga Falomir, sigue siendo femenina”. El autor afirma que en su novela no hay abusos o acosos sexuales, pero esto “no está hecho desde la negación de que sucede en todas partes y a todas horas”, sino desde la intención de mirar a otro tipo de explotaciones y tratos desiguales a la mujer. “Ella sufre machismo, pero no sexual o físico. Le preguntan cosas y no le escuchan, no le dan seguridad, no le posibilitan espacio para pronunciarse, le dan cero valor a lo que hace y dice por ser mujer”, señala. Y añade: “He pretendido construir una novela feminista sin que la protagonista lo sea, además de una novela social sin que la protagonista tenga conciencia de ser una mujer explotada”.

Como Sísifo con su piedra, cuando se cierra un libro aparece de nuevo la página en blanco. “Me he sentido muy cómodo con el tono humorístico de Josefina, pero me apetece explorar líneas estéticas diferentes”. Cuenta que ahora está trabajando en una novela que es “diálogo puro, una especie de prolongación de Cae la noche tropical de Manuel Puig”, el autor argentino al que ha dedicado varios ensayos. Una conversación entre dos mujeres de sesenta años y con las que sigue cruzando el materialismo tan característico de Josefina. “Al estilo Cervantes puro, estoy aplicando una mirada empática y tierna sobre estos dos personajes que dialogan”, explica. Lo que es seguro es que la leeremos.

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